los dedos, por que paresciese que era mucha arcabucería; y ansí entraron en la cámara donde estaba preso el veedor Alonso Cabrera y el factor Pedro Dorantes, y le tomaron por los brazos y le levantaron de la cama con los grillos, como estaba muy malo, casi la candela en la mano, y ansí le sacaron hasta la puerta de la calle; y como vio el cielo (que hasta entonces no lo había visto), rogóles que le dejasen dar gracias a Dios; y como se levantó, que estaba de rodillas, trujéronle allí dos soldados de buenas fuerzas para que lo llevasen en los brazos a le embarcar, porque estaba muy flaco y tollido; y como le tomaron, y se vio entre aquella gente, díjoles: «Señores, sed testigos que dejo por mi lugarteniente al capitán Juan de Salazar de Espinosa, para que por mí, y en nombre de Su Majestad, tenga esta tierra en paz y justicia hasta que Su Majestad provea lo que más servido sea.» Y como acabó de decir esto, Garci-Vanegas, teniente de tesorero, arremetió con un puñal en la mano, diciendo: «No creo en tal, si al mentáis, si no os saco el alma», y aunque el gobernador estaba avisado que no lo dijese en aquel tiempo, porque estaban determinados de le matar, porque era palabra muy escandalosa para ellos y para los que de parte de Su Majestad le tirasen de sus manos, porque estaban todos en la calle; y apartándose Garci-Vanegas un poco, tornó a decir las mismas palabras; y entonces Garci-Vanegas arremetió al gobernador con mucha furia, y púsole el puñal a la sien, diciendo: «No creo en tal (como de antes), si no os doy de puñaladas», y dióle en la sien una herida pequeña; y dio con los que le llevaban en los brazos tal rempujón, que dieron con el y con ellos en el suelo, y el uno de ellos perdió la gorra; y como pasó esto, le llevaron con toda priesa a embarcar al bergantín; y ansí, le cerraron con tablas la popa de él; y estando allí, le echaron dos candados que no le dejaban lugar para rodearse, y ansí se hicieron al largo el río abajo. Dos días después de embarcado el gobernador, ido el río abajo, Domingo de Irala y el contador Felipe de Cáceres y el factor Pedro Dorantes juntaron sus amigos y dieron en la casa del capitán Salazar, y lo prendieron a él y a Pedro de Estopiñán Cabeza de Vaca, y los echaron prisioneros y metieron en un bergantín, y vinieron el río abajo hasta que llegaron al bergantín a do venía el gobernador, y con él vinieron presos a Castilla; y es cierto que si el capitán Salazar quisiera, el gobernador no fuera preso, ni menos pudieran sacallo de la tierra ni traello a Castilla; mas, como quedaba por teniente, desimulólo todo; y viniendo ansí, rogó a los oficiales que le dejasen traer dos criados suyos para que le sirviesen por el camino y le hiciesen de comer, y ansí, metieron los dos criados, no para que le sirviesen, sino para que viniesen bogando cuatrocientas leguas el río abajo, y no hallaban hombre que quisiese venir a traerle, y a unos traían por fuerza, y otros se venían huyendo por la tierra adentro, a los cuales tomaron sus haciendas, las cuales daban a los que traían por fuerza, y en este camino los oficiales hacían una maldad muy grande, y era que, al tiempo que le prendieron, otro día y otros tres andaban diciendo a la gente de su parcialidad y otros amigos suyos mil males del gobernador, y al cabo les decían: «¿Qué os parece? ¿Hecimos bien por vuestro provecho y servicio de Su Majestad? Y pues ansí es, por amor de mí que echéis una firma aquí al cabo de este papel.» Y de esta manera hinchieron cuatro manos de papel, y viniendo el río abajo, ellos mesmos decían y escribían los dichos contra el gobernador, y quedaban los que lo firmaron trecientas leguas el río arriba en la ciudad de la Ascensión; y de esta manera fueron las informaciones que enviaron contra el gobernador.
CAPÍTULO LXXXIV
Cómo dieron rejalgar tres veces al gobernador viniendo en este camino
Viniendo el río abajo mandaron los oficiales a un Machín, vizcaíno, que le guisase de comer al gobernador, y después de guisado lo diese a un Lope Duarte, aliados de los oficiales y de Domingo de Irala, y culpados como todos los otros que le prendieron, y venía por solicitador de Domingo de Irala, y para hacer sus negocios acá; y viniendo ansí debajo de la guarda y amparo de éstos, le dieron tres veces rejalgar; y para remedio de esto traía consigo una botija de aceite y un pedazo de unicornio, y cuando sentía algo se aprovechaba de estos remedios de día y de noche con muy gran trabajo y grandes gómitos, y plugo a Dios que escapó de ellos; y otro día rogó a los oficiales que le traían, que eran Alonso Cabrera y Garci-Vanegas, que le dejasen guisar de comer a sus criados, porque de ninguna mano de otra persona no lo había de tomar. Y ellos le respondieron que lo