Comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca

CAPÍTULO XXXVII

De cómo los indios de la tierra se tornaron a ofrescer

Y visto que los cristianos que había enviado a descubrir y buscar camino para hacer la entrada y descubrimiento de la provincia se habían vuelto sin traer relación ni aviso de lo que convenía, y que al presente se ofrescían ciertos indios principales naturales de esta ribera, alguno de los y otros muchos indios, ir a descubrir las poblaciones de la tierra adentro, y que llevarían consigo algunos españoles que lo viesen, y trujesen relación del camino que ansí descubriesen, habiendo hablado y platicado con los indios principales que a ello se ofrescieron, que se Juan de Salazar Cupirati, y , y Timbuay, y , y otros; y vista su voluntad y buen celo con que se movían a descubrir la tierra, se lo agradesció y ofresció que Su Majestad, y él en su real nombre, se lo pagarían y gratificarían; y a esta sazón le pidieron cuatro españoles, hombres pláticos en aquella tierra, les diese la empresa del descubrimiento, porque ellos irían con los indios y pornían en descubrir el camino toda la diligencia que para tal caso se requería; y él, visto que de su voluntad se ofrescían, el gobernador se lo concedió. Estos cristianos que se ofrescieron a descubrir este camino, y los indios principales con hasta mil y quinientos indios que llamaron y juntaron de la tierra, se partieron a 15 días del mes de diciembre del año de 1542 años, y fueron navegando con canoas por el río del Paraguay arriba, y otros fueron por tierra hasta el puerto de las Piedras, por donde se había de hacer la entrada al descubrimiento de la tierra, habían de pasar por la tierra y lugares de Aracare, que estorbaba que no se descubriese el camino pasado a los indios, que nuevamente iban, que no fuesen induciéndoles con palabras de motín; y no queriendo hacer los indios, se lo quisieron hacer dejar descubrir por fuerza, y todavía pasaron delante; y llegados al puerto de las Piedras los españoles, llevando consigo los indios y algunos que dijeron que sabían el camino por guías, caminaron treinta días contino por tierra despoblada, donde pasaron grandes hambres y sed; en tal manera, que murieron algunos indios, y los cristianos con ellos se vieron tan destinados y perdidos de sed y hambre, que perdieron el tino y no sabían por dónde habían de caminar; y de esta causa se acordaron de volver y se volvieron, comiendo por todo el camino cardos salvajes, y para beber sacaban zumo de los cardos y de otras yerbas, y a cabo de cuarenta y cinco días volvieron a la ciudad de la Ascensión; y venido por el río abajo, el dicho Aracare le salió al camino y les hizo mucho daño, mostrándose enemigo capital de los cristianos y de los indios que eran amigos, haciendo guerra a todos; y los indios y cristianos llegaron flacos y muy trabajados. Y vistos los daños tan notorios que el dicho Aracare indio había hecho y hacía, y cómo estaba declarado por enemigo capital, con parescer de los oficiales de Vuestra Majestad y religiosos, mandó el proceder contra él, y se hizo el proceso, y mandó que a Aracare le fuesen notificados los autos, y ansí se lo notificaron, con gran peligro y trabajo de los españoles que para ello envió, porque Aracare los salió a matar con mano armada, levantando y apellidando todos sus parientes y amigos para ello: y hecho y fulminado el proceso conforme a derecho, fue sentenciado a pena de muerte corporal, la cual fue ejecutada en el dicho Aracare indio, y a los indios naturales les fue dicho y dado a entender las razones y causas justas que para ello había habido. A 20 días del mes de diciembre vinieron a surgir al puerto de la ciudad de la Ascensión los cuatro bergantines que el gobernador había enviado al río del Paraná a socorrer los españoles que venían en la nao que envió dende la isla de Santa Catalina, y con ellos el batel de la nao, y en todos cinco navíos vino toda la gente, y luego todos desembarcaron. Pedro Destopiñan Cabeza de Vaca, a quien dejó por capitán de la nao y gente, el cual dijo que llegó con la nao al río del Paraná, y que luego fue en demanda del puerto de Buenos Aires; y en la entrada del puerto, junto donde estaba asentado el pueblo, halló un mastel enarbolado hincado en tierra, con unas letras cavadas que decían: «Aquí está una carta»; y fue hallada en unos barrenos que se dieron; la cual abierta, estaba firmada de Alonso Cabrera, veedor de fundiciones, y de Domingo de Irala, vizcaíno, que se decía y nombraba ; y decía dentro de ella cómo habían despoblado el pueblo del puerto de Buenos Aires y llevado la gente que en él residía

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