la ciudad de la Ascensión, en doce días, lo que había andado en dos meses cuando subió; aunque la gente venía a la muerte enferma, sacaban fuerza de flaqueza con deseo de llegar a sus casas; y cierto no fue poco el trabajo, por venir como tengo dicho, porque no podían tomar armas para resistir a los enemigos, ni menos podían aprovechar con un remo para ayudar ni guiar los bergantines; y si no fuera por los versos que llevábamos en los bergantines, el trabajo y peligro fuera mayor; traíamos las canoas de los indios en medio de los navíos, por guardarlos y salvarlos de los enemigos hasta volverlos a sus tierras y casas; y para que más seguros fuesen, repartió el gobernador algunos cristianos en sus canoas, y con venir tan recatados, guardándonos de los enemigos, pasando por tierra de los indios guaxarapos, dieron un salto con muchas canoas en gran cantidad y dieron en unas balsas que venían junto a nosotros, y arrojaron un dardo y dieron a un cristiano por los pechos y pasáronlo de parte a parte, y cayó luego muerto, el cual se llamaba , natural de Valladolid, e hirieron algunos indios de los nuestros, y si no fueran socorridos con los versos, nos hicieran mucho daño. Todo ello causó la flaqueza grande que tenía la gente.
A 8 días del mes de abril del dicho año llegamos a la ciudad de la Ascención con toda la gente y navíos y indios guaraníes, y todos ellos y el , con los cristianos que traía, venían enfermos y flacos; y llegado allí el gobernador, halló al capitán Salazar que tenía hecho llamamiento en toda la tierra y tenía juntos más de veinte mil indios y muchas canoas, y para ir por tierra otra gente a buscar y matar y destruir a los indios agaces, porque después que el gobernador se había partido del puerto no habían cesado de hacer la guerra a los cristianos que habían quedado en la ciudad y a los naturales, robándolos y matándolos y tomándoles las mujeres y hijos, y salteándoles la tierra y quemándoles los pueblos, haciéndoles muy grandes males; y como llegó el gobernador, cesó de ponerse en efecto, y hallamos la carabela que el gobernador mandó hacer, que casi estaba ya hecha, porque en acabándose había de dar aviso a Su Majestad de lo suscedido, de la entrada que se hizo de la tierra y otras cosas suscedidas en ella, y mandó el gobernador que se acabase.
CAPÍTULO LXXIV
Cómo el gobernador llegó con su gente a la Ascensión y aquí le prendieron
Dende a quince días que hubo llegado el gobernador a la ciudad de la Ascensión, como los oficiales de Su Majestad le tenían que son dichas, que no les consentía, por ser, como eran, contra el servicio de Dios y de Su Majestad, ansí en haber despoblado el mejor y más principal puerto de la provincia, con pretensión de se alzar con la tierra (como al presente lo están), y viendo venir al gobernador tan a la muerte y a todos los cristianos que con él traía, día de Sant Marcos se juntaron y confederaron con otros amigos suyos, y conciertan de aquella noche prender al gobernador; y para mejor lo poder hacer a su salvo, dicen a cien hombres que ellos saben que el gobernador quiere tomarles sus haciendas y casas y indias, y darlas y repartirlas entre los que venían con él de la entrada perdidos, y que aquello era muy gran sinjusticia y contra el servicio de Su Majestad, y que ellos, como sus oficiales, querían aquella noche ir a requerir, en nombre de Su Majestad, que no les quitase las casas ni ropas y indias; y porque se temían que el gobernador los mandaría prender por ello, era menester que ellos fuesen armados y llevasen sus amigos, y pues ellos lo eran, y por esto se ponían en hacer el requerimiento, del cual se seguía muy gran servicio a Su Majestad y a ellos mucho provecho, y que a hora del Ave María viniesen con sus armas a dos casas que les señalaron, y que allí se metiesen hasta que ellos avisasen lo que habían de hacer; y ansí, entraron en la cámara donde el gobernador estaba muy malo hasta diez o doce de ellos, diciendo a voces: ¡Libertad, libertad; viva el Rey! Eran el veedor Alonso Cabrera, el contador Felipe de Cáceres, Garci-Vanegas, teniente de tesorero; un criado del gobernador, que se llamaba Pedro de Oñate, el cual tenía en su cámara, y éste los metió y dio la puerta y fue principal en todo, y a don Francisco de Mendoza y a Jaime Rasquín, y éste puso una ballesta con un arpón con yerba a los pechos al gobernador; , lengua, portugués; Solórzano, natural de la Gran Canaria; y éstos entraron a prender al gobernador adelante con sus armas; y ansí, lo sacaron en camisa,