COMENTARIOS Cabeza de Vaca, adelantado y gobernador del Río de la Plata Escriptos por Pero Hernández, escribano y secretario de la provincia, y dirigidos al serenísimo, muy alto y muy poderoso señor el Infante Don Carlos N. S. INDICE: CAPÍTULO I De los comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca CAPÍTULO II De cómo partimos de la isla de Cabo Verde CAPÍTULO III Que trata de cómo el gobernador llegó con su armada a la isla de Santa Catalina, que es en el Brasil, y desembarcó allí con su armada CAPÍTULO IV De cómo vinieron nuevos cristianos a la isla CAPÍTULO V De cómo el gobernador dio priesa a su camino CAPÍTULO VI De cómo el gobernador y su gente comenzaron a caminar por tierra adentro CAPÍTULO VII Que trata de lo que pasó el gobernador y su gente por el camino y de la manera de la tierra CAPÍTULO VIII De los trabajos que rescibió en el camino el gobernador y su gente, y la manera de los pinos y pifias de aquellas tierras CAPÍTULO IX De cómo el gobernador y su gente se vieron con necesidad de hambre, y la remediaron con gusanos que sacaban de unas cañas CAPÍTULO X Del miedo que los indios tienen a los caballos CAPÍTULO XI De cómo el gobernador caminó con canoas por el río de Iguazu, y por salvar un mal paso de un salto que el río hacía, llevó por tierra las canoas una legua a fuerza de brazos CAPÍTULO XII Que trata de las balsas que se hicieron para llevar los dolientes CAPÍTULO XIII De cómo llegó el gobernador a la ciudad de la Ascensión, donde estaban los cristianos españoles que iba a socorrer CAPÍTULO XIV De cómo llegaron a la ciudad de la Ascensión los españoles que quedaron malos en el río del Piquero CAPÍTULO XV De cómo el gobernador envió a socorrer la gente que venía en su nao capitana a Buenos Aires, y a que tornasen a poblar CAPÍTULO XVI De cómo matan a sus enemigos que captivan, y se los comen CAPÍTULO XVII De la paz que el gobernador asentó con los indios agaces CAPÍTULO XVIII De las querellas que dieron al gobernador los pobladores de los oficiales de su majestad CAPÍTULO XIX Cómo se querellaron al gobernador de los indios guaycurúes CAPÍTULO XX Cómo el gobernador pidió información de la querella CAPÍTULO XXI Cómo el gobernador y su gente pasaron el. río y se ahogaron dos cristianos CAPÍTULO XXII Cómo fueron las espías por mandado del gobernador en seguimiento de los indios guaycurúes CAPÍTULO XXIII Cómo, yendo siguiendo los enemigos, fue avisado el gobernador como iban delante CAPÍTULO XXIV De un escándalo que causó un tigre entre los españoles y los indios CAPÍTULO XXV De cómo el gobernador y su gente alcanzaron a los enemigos CAPÍTULO XXVI Cómo el gobernador rompió los enemigos CAPÍTULO XXVII De cómo el gobernador volvió a la ciudad de la Ascensión con toda su gente CAPÍTULO XXVIII De cómo los indios agaces rompieron las paces CAPÍTULO XXIX De cómo el gobernador soltó uno de los prisioneros guaycurúes, y envió a llamar los otros CAPÍTULO XXX Cómo vinieron a dar la obediencia los indios guaycurúes a su majestad CAPÍTULO XXXI De cómo el gobernador, hechas las paces con los guaycurúes, les entregó los prisioneros CAPÍTULO XXXII Cómo vinieron los indios aperúes a hacer paz y dar la obediencia CAPÍTULO XXXIII De la sentencia que se dio contra los agaces, con parescer de los religiosos y capitanes y oficiales de Su Majestad CAPÍTULO XXXIV De cómo el gobernador tornó a socorrer a los que estaban en Buenos Aires CAPÍTULO XXXV Cómo se volvieron de la entrada los tres cristianos e indios que iban a descubrir CAPÍTULO XXXVI Cómo se hizo tablazón para los bergantines y una carabela CAPÍTULO XXXVII De cómo los indios de la tierra se tornaron a ofrecer CAPÍTULO XXXVIII De cómo se quemó el pueblo de la Ascensión CAPÍTULO XXXIX Cómo vino Domingo de Irala CAPÍTULO XL De lo que escribió Gonzalo de Mendoza CAPÍTULO XLI De cómo el gobernador socorrió a los que estaban con Gonzalo de Mendoza CAPÍTULO XLII De cómo en la guerra murieron cuatro cristianos que hirieron CAPÍTULO XLIII De cómo los frailes se iban huidos CAPÍTULO XLIV De cómo el gobernador llevó a la entrada cuatrocientos hombres CAPÍTULO XLV De cómo el gobernador dejó de los bastimentos que llevaba CAPÍTULO XLVI Cómo paró por hablar a los naturales de la tierra de aquel puerto CAPÍTULO XLVII De como envió por una lengua para los payaguaes CAPÍTULO XLVIII De cómo en este puerto se embarcaron los caballos CAPÍTULO XLIX Cómo por este puerto entró Juan de Ayolas cuando le mataron a él y sus compañeros CAPÍTULO L Cómo no tornó la lengua ni los demás que habían de tornar CAPÍTULO LI De cómo hablaron los guaxarapos al gobernador CAPÍTULO LII De cómo los indios de la tierra vienen a vivir en la costa del río CAPÍTULO LIII Cómo a la boca de este río pusieron tres cruces CAPÍTULO LIV De cómo los indios del puerto de los Reyes son labradores CAPÍTULO LV Cómo poblaron aquí los indios de García CAPÍTULO LVI De cómo habló con los chaneses CAPÍTULO LVII Cómo el gobernador envió a buscar los indios de García CAPÍTULO LVIII De cómo el gobernador habló a los oficiales y les dio aviso de lo que pasaba CAPÍTULO LIX Cómo el gobernador envió a los xarayes CAPÍTULO LX De cómo volvieron las lenguas de los indios xarayes CAPÍTULO LXI Cómo se determinó de hacer la entrada el gobernador CAPÍTULO LXII De cómo llegó al río Caliente CAPÍTULO LXIII De cómo el gobernador envió a buscar la casa que estaba adelante CAPÍTULO LXIV De cómo vino la lengua de la casilla CAPÍTULO LXV De cómo el gobernador y gente se volvió al puerto CAPÍTULO LXVI De cómo querían matar a los que quedaron en el puerto de los Reyes CAPÍTULO LXVII De cómo el gobernador envió a buscar bastimentos al capitán Mendoza CAPÍTULO LXVIII De cómo envió un bergantín a descubrir el río de los xarayes, y en él el capitán Ribera CAPÍTULO LXIX De cómo vino de la entrada el capitán Francisco de Ribera CAPÍTULO LXX De cómo el capitán Francisco Ribera dio cuenta de su descubrimiento CAPÍTULO LXXI De cómo envió a llamar al capitán Gonzalo de Mendoza CAPÍTULO LXXII De cómo vino Hernando de Ribera y de su entrada que hizo por el río CAPÍTULO LXXIII De lo que acontesció al gobernador y gente en este pueblo CAPÍTULO LXXIV Cómo el gobernador llegó con su gente a la Ascensión, y aquí le prendieron CAPÍTULO LXXV De cómo juntaron la gente ante la casa de Domingo de Irala CAPÍTULO LXXVI De los alborotos y escándalos que hobo en la tierra CAPÍTULO LXXVII De cómo tenían preso al gobernador en una prisión muy áspera CAPÍTULO LXXVIII Cómo robaban la tierra los alzados, y tomaban por fuerza sus haciendas CAPÍTULO LXXIX Cómo se fueron los frailes CAPÍTULO LXXX De cómo atormentaban a los que no eran de su opinión CAPÍTULO LXXXI Cómo quisieron matar a un regidor porque les hizo un requerimiento CAPÍTULO LXXXII Cómo dieron licencia los alzados a los indios que comiesen carne humana CAPÍTULO LXXXIII De cómo habían de escribir a Su Majestad y enviar la relación CAPÍTULO LXXXIV Cómo dieron rejalgar tres veces al gobernador viniendo en este camino COMENTARIOS CAPÍTULO PRIMERO De los comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca Después que Dios nuestro Señor fue servido de sacar a Alvar Núñez Cabeza de Vaca del captiverio y trabajos que tuvo diez años en la Florida y vino a estos reinos en el año del Señor de 1537, donde estuvo hasta el año de 40, en el cual vinieron a esta corte de Su Majestad personas del Río de la Plata a dar cuenta a Su Majestad de suceso de la armada que allí había enviado don Pedro de Mendoza, y de los trabajos en que estaban los que de ellos escaparon, y a le suplicar fuese servido de los proveer y socorrer, antes que todos peresciesen (porque ya quedaban pocos de ellos). Y sabido por Su Majestad, mandó que se tomase cierto asiento y capitulación con Alvar Núñez Cabeza de Vaca para que fuese a socorrellos; el cual asiento y capitulación se efectuó, mediante que el dicho Cabeza de Vaca se ofresció de los ir a socorrer, y que gastaría en la jomada y socorro que así había de hacer, en caballos, armas, ropas y bastimentos y otras cosas, ocho mil ducados, y por la capitulación y asiento que con Su Majestad tomó, le hizo merced de la gobernación y de la capitanía general de aquella tierra y provincia, con título de adelantado de ella; y asimesmo le hizo merced del dozavo de todo lo que en la tierra y provincia se hobiese y lo que en ella entrase y saliese, con tanto que el dicho Alvar Núñez gastase en la jornada los dichos ocho mil ducados; y así, él, en cumplimiento del asiento que con Su Majestad hizo, se partió luego a Sevilla, para poner en obra lo capitulado y proveerse para el dicho socorro y armada; y para ello mercó dos naos y una carabela para con otra que le esperaba en Canaria; la una nao de éstas era nueva del primer viaje, y era de trescientos y cincuenta toneles, y la otra era de ciento y cincuenta; los cuales navíos aderezó muy bien y proveyó de muchos bastimentos y pilotos y marineros, y hizo cuatrocientos soldados bien aderezados, cual convenía para el socorro; y todos los que se ofrecieron a ir en la jornada llevaron las armas dobladas. Estuvo en mercar y proveer los navíos desde el mes de mayo hasta en fin de septiembre, y estuvieron prestos para poder navegar, y con tiempos contrarios estuvo detenido en la ciudad de Cádiz desde en fin de septiembre hasta 2 de noviembre, que se embarcó y hizo su viaje, y en nueve días llegó a la isla de la Palma, a do desembarcó con toda la gente, y estuvo allí veinte y cinco días esperando tiempo para seguir su camino, y al cabo de ellos se embarcó para Cabo Verde y, en el camino, la nao capitana hizo un agua muy grande, y fue tal, que subió dentro en el navío doce palmos en alto, y se mojaron y perdieron más de quinientos quintales de bizcocho, y se perdió mucho aceite y otros bastimentos; lo cual los puso en mucho trabajo; y así, fueron con ella dando siempre a la bomba de día y de noche, hasta que llegaron a la isla de Santiago (que es una de las islas de Cabo Verde), y allí desembarcaron y sacaron los caballos en tierra, por que se refrescasen y descansasen del trabajo que hasta allí habían traído, y también porque se había de descargar la nao para remediar el agua que hacía; y descargada, el maestre de ella la estancó, porque era el mejor buzo que había en España. Vinieron desde la Palma hasta esta isla de Cabo Verde en diez días, que hay de la una a la otra trescientas leguas. En esta isla hay muy mal puerto, porque a do surgen y echan las anclas hay abajo muchas peñas, las cuales roen los cabos que llevan atadas las anclas, y cuando las van a sacar quédanse allá las anclas; y por esto dicen los marineros que aquel puerto tiene muchos ratones, porque les roen los cabos que llevan las anclas; y por esto es muy peligroso puerto para los navíos que allí están, si les toma alguna tormenta. Esta isla es viciosa y muy enferma de verano; tanto, que la mayor parte de los que allí desembarcan se mueren en pocos días que allí estén; y el armada estuvo allí veinte y cinco días, en los cuales no se murió ningún hombre de ella, y de esto se espantaron los de la tierra, y lo tuvieron por gran maravilla; y los vecinos de aquella isla les hicieron muy buen acogimiento, y ella es muy rica y tiene muchos doblones más que reales, los cuales les dan los que van a mercar los negros para las Indias, y les daban cada doblón por veinte reales. CAPÍTULO II De cómo partimos de la isla de Cabo Verde Remediada el agua de la nao capitana y proveídas las cosas necesarias de agua y carne y otras cosas, nos embarcamos en seguimiento de nuestro viaje, y pasamos la línea equinoccial; y yendo navegando requirió el maestre el agua que llevaba la nao capitana, y de cien botas que metió no halló más de tres, y habían de beber de ellas cuatrocientos hombres y treinta caballos. Y vista la necesidad tan grande, el gobernador mandó que tómase la tierra, y fueron tres días en demanda de ella; y al cuarto día, una hora antes que amaneciese, acaesció una cosa admirable, y porque no es fuera de propósito, la porné aquí, y es que yendo con los navíos a dar en tierra en unas peñas muy altas, sin que lo viese ni sintiese ninguna persona de los que venían en los navíos, comenzó a cantar un grillo, el cual metió en la nao en Cádiz un soldado que venía malo con deseo de oír música del grillo, y había dos meses y medio que navegábamos y no lo habíamos oído ni sentido, de lo cual el que lo metió venía muy enojado, y como aquella mañana sintió la tierra, comenzó a cantar, y a la música de él recordó toda la gente de la nao y vieron las peñas, que estaban un tiro de ballesta de la nao, y comenzaron a dar voces para que echasen anclas; porque íbamos al través a dar en las peñas; y así, las echaron, y fueron causa que no nos perdiésemos; que es cierto, si el grillo no cantara nos ahogáramos cuatrocientos hombres y treinta caballos; y entre todos se tuvo por milagro que Dios hizo por nosotros; y de ahí en adelante, yendo navegando por más de cien leguas por luengo de costa, siempre todas las noches el grillo nos daba su música; y ansí, con ella llegó el armada a un puerto que se llamaba la Cananea, que está pasado el Cabo Frío, que estará en veinte y cuatro grados de altura. Es buen puerto; tiene unas islas a la boca de él; es limpio, y tiene once brazas de hondo. Aquí tomó el gobernador la posesión de él por Su Majestad; y después de tomada, partió de allí, y pasó por el río y bahía que dicen de San Francisco, el cual está veinte y cinco leguas de la Cananea, y de allí fue el armada a desembarcar en la isla de Santa Catalina, que está veinte y cinco leguas del río de San Francisco, y llegó a la isla de Santa Catalina, con hartos trabajos y fortunas que por el camino pasó, y llegó allí a 29 días del mes de marzo de 1541. Está la isla de Santa Catalina en veinte y ocho grados de altura escasos. CAPÍTULO III Que trata de cómo el gobernador llegó con su armada a la isla de Santa Catalina, que es en el Brasil, y desembarcó allí con su armada Llegado que hobo el gobernador con su armada a la isla de Santa Catalina, mandó desembarcar toda la gente que consigo llevaba, y veinte y seis caballos que escaparon de la mar, de los cuarenta y seis que en España embarcó, para que en tierra se reformasen de los trabajos que habían rescebido con la larga navegación, y para tomar lengua y informarse de los indios naturales de aquella tierra, porque por ventura acaso podrían saber del estado en que estaba la gente española que iban a socorrer, que residía en la provincia del Río de la Plata; y dio a entender a los indios cómo iba por mandado de Su Majestad a hacer el socorro, y tomó posesión de ella en nombre y por Su Majestad, y asimismo del puerto que se dice de la Cananea, que está en la costa del Brasil, en veinte y cinco grados, poco más o menos. Está este puerto cincuenta leguas de la isla de Santa Catalina; y en todo el tiempo que el gobernador estuvo en la isla, a los indios naturales de ella y de otras partes de la costa del Brasil (vasallos de Su Majestad) les hizo muy buenos tratamientos; y de estos indios tuvo aviso cómo catorce leguas de la isla, donde dicen el Biaza, estaban dos frailes franciscos, llamados el uno fray Bernaldo de Armenta, natural de Córdoba, y el otro fray Alonso Lebrón, natural de la Gran Canaria; y dende a pocos días estos frailes se vinieron donde el gobernador y su gente estaban muy escandalizados y atemorizados de los indios de la tierra, que los querían matar, a causa de haberles quemado ciertas casas de indios, y por razón de ello habían muerto a dos cristianos que en aquella tierra vivían; y bien informado el gobernador del caso, procuró sosegar y pacificar los indios, y recogió los frailes, y puso paz entre ellos, y les encargó a los frailes tuviesen cargo de doctrinar los indios de aquella tierra y isla. CAPÍTULO IV De cómo vinieron nueve cristianos a la isla Y prosiguiendo el gobernador en el socorro de los españoles, por el mes de mayo del año de 1541 envió una carabela con Felipe de Cáceres, contador de Vuestra Majestad, para que entrase por el río que dicen de la Plata a visitar el pueblo que don Pedro de Mendoza allí fundó, que se llama Buenos Aires; y porque a aquella sazón era invierno y tiempo contrario para la navegación del río, no pudo entrar, y se volvió a la isla de Santa Catalina, donde estaba el gobernador, y allí vinieron nueve cristianos españoles, los cuales vinieron en un batel huyendo del pueblo de Buenos Aires, por los malos tratamientos que les hacían los capitanes que residían en la provincia, de los cuales se informó del estado en que estaban los españoles que en aquella tierra residían, y le dijeron que el pueblo de Buenos Aires estaba poblado y reformado de gente y bastimentos, y que Juan de Ayolas, a quien don Pedro de Mendoza había enviado a descubrir la tierra y poblaciones de aquella provincia, al tiempo que volvía del descubrimiento, viniéndose a recoger a ciertos bergantines que había dejado en el puerto que puso por nombre de la Candelaria, que es en el lío del Paraguay, de una generación de indios que viven en el dicho río, que se llaman payaguos, le mataron a él y a todos los cristianos, con otros muchos indios que traía de la tierra adentro con las cargas, de la generación de unos indios que se llaman chameses; y que de todos los cristianos y indios había escapado un mozo de la generación de los chameses, a causa de no haber hallado en el dicho puerto de la Candelaria los bergantines que allí había dejado que le aguardasen hasta el tiempo de su vuelta, según lo había mandado y encargado a un Domingo de Irala, vizcaíno, a quien dejó por capitán en ellos; el cual, antes de ser vuelto el dicho Juan de Ayolas, se había retirado, y desamparado el puerto de la Candelaria; por manera que por no los hallar el dicho Juan de Ayolas para recogerse en él, los indios los habían desbaratado y muerto a todos, por culpa del dicho Domingo de Irala, vizcaíno, capitán de los bergantines; y asimismo le dijeron y hicieron saber cómo en la ribera del río del Paraguay, ciento y veinte leguas más bajo del puerto de la Candelaria, estaba hecho y asentado un pueblo, que se llama la ciudad de la Ascensión, en amistad y concordia de una generación de indios que se llaman carios, donde residía la mayor parte de la gente española que en la provincia estaba; y que en el pueblo y puerto de Buenos Aires, que es en el río del Paraná, estaban hasta sesenta cristianos, dende el cual puerto hasta la ciudad de la Ascensión, que es en el río del Paraguay, había trescientas y cincuenta leguas por el río arriba, de muy trabajosa navegación; y que estaba por teniente de gobernador en la tierra y provincia Domingo de Irala, vizcaíno, por quien sucedió la muerte y perdición de Juan de Ayolas y de todos los cristianos que consigo llevó; y también le dijeron y informaron que Domingo de Irala dende la ciudad de la Ascensión había subido por el río del Paraguay arriba con ciertos bergantines y gentes, diciendo que iba a buscar y dar socorro a Juan de Ayolas, y había entrado por tierra muy trabajosa de aguas y ciénagas, a cuya causa no había podido entrar por la tierra adentro, y se había vuelto y había tomado presos seis indios de la generación de los payaguos, que fueron los que mataron a Juan de Ayolas y cristianos; de los cuales prisioneros se informó y certificó de la muerte de Juan de Ayolas y cristianos, y cómo al tiempo había venido a su poder un indio chane, llamado Gonzalo, que escapó cuando mataron a los de su generación y cristianos que venían con ellos con las cargas, el cual estaba en poder de los indios payaguos captivo; y Domingo de Irala se retiró de la entrada, en la cual se le murieron sesenta cristianos de enfermedad y malos tratamientos; y otrosí, que los oficiales de Su Majestad que en la tierra y provincia residían habían hecho y hacían muy grandes agravios a los españoles pobladores y conquistadores, y a los indios naturales de la dicha provincia, vasallos de Su Majestad, de que estaban muy descontentos y desasosegados; y que por esta causa, y porque asimismo los capitanes los maltrataban, ellos habían hurtado un batel en el puerto de Buenos Aires, y se habían venido huyendo, con intención y propósito de dar aviso a Su Majestad de todo lo que pasaba en la tierra y provincia; a los cuales nueve cristianos, porque venían desnudos, el gobernador los vistió y recogió, para volverlos consigo a la provincia, por ser hombres provechosos y buenos marineros, y porque entre ellos había un piloto para la navegación del río. CAPÍTULO V De cómo el gobernador dio priesa a su camino El gobernador, habida relación de los nueve cristianos, le paresció que para con mayor brevedad socorrer a los que estaban en la ciudad de la Ascensión y a los que residían en el puerto de Buenos Aires, debía buscar camino por la Tierra Firme desde la isla, para poder entrar por él a las partes y lugares ya dichos, do estaban los cristianos, y que por la mar podrían ir los navíos al puerto de Buenos Aires, y contra la voluntad y parescer del contador Felipe de Cáceres y del piloto Antonio López, que querían que fuera con toda el armada al puerto de Buenos Aires, dende la isla de Santa Catalina envió al factor Pedro Dorantes a descubrir y buscar camino por la Tierra Firme y porque se descubriese aquella tierra; en el cual descubrimiento le mataron al rey de Portugal mucha gente los indios naturales; el cual dicho Pedro Dorantes, por mandado del gobernador, partió con ciertos cristianos españoles y indios, que fueron con él para le guiar y acompañar en el descubrimiento. A cabo de tres meses y medio que el factor Pedro Dorantes hobo partido a descubrir la tierra, volvió a la isla de Santa Catalina, donde el gobernador le quedaba esperando; y entre otras cosas de su relación dijo que, habiendo atravesado grandes sierras y montañas y tierra muy despoblada, había llegado a do dicen el Campo, que dende allí comienza la tierra poblada, y que los naturales de la isla dijeron que era más segura y cercana la entrada para llegar a la tierra poblada por un río arriba, que se dice Itabucu, que está en la punta de la isla, a diez y ocho o veinte leguas del puerto. Sabido esto por el gobernador, luego envió a ver y descubrir el río y la tierra firme de él por donde había de ir caminando; el cual visto y sabido, determinó de hacer por allí la entrada, así para descubrir aquella tierra que no se había visto ni descubierto, como por socorrer más brevemente a la gente española que estaba en la provincia; y así, acordado de hacer por allí la entrada, los frailes fray Bernaldo de Armenia y fray Alonso Lebrón, su compañero, habiéndoles dicho el gobernador que se quedasen en la tierra y isla de Santa Catalina a enseñar y doctrinar los indios naturales y a reformar y sostener los que habían baptizado, no lo quisieron hacer, poniendo por excusa que se querían ir en su compañía del gobernador, para residir en la ciudad de la Ascensión, donde estaban los españoles que iba a socorrer CAPÍTULO VI De cómo el gobernador y su gente comenzaron a caminar por la tierra adentro Estando bien informado el gobernador por do había de hacer la entrada para descubrir la tierra y socorrer los españoles, bien pertrechado de cosas necesarias para hacer la jornada, a 18 días del mes de octubre del dicho año mandó embarcar a la gente que con él había de ir al descubrimiento, con los veinte y seis caballos y yeguas que habían escapado en la navegación dicha; los cuales mandó pasar al río de Itabucu, y lo sojuzgó, y tomó la posesión de él en nombre de Su Majestad, como tierra que nuevamente descubría, y dejó en la isla de Santa Catalina ciento y cuarenta personas para que se embarcasen y fuesen por la mar al río de la Plata, donde estaba el puerto de Buenos Aires, y mandó a Pedro de Estopiñán Cabeza de Vaca, a quien dejó allí por capitán de la dicha gente, que antes que partiese de la isla forneciese y cargase la nao de bastimentos, ansí para la gente que llevaba como para la que estaba en el puerto de Buenos Aires; y a los indios naturales de la isla, antes que de ella partiese les dio muchas cosas porque quedasen contentos, y de su voluntad se ofrescieron cierta cantidad de ellos a ir en compañía del gobernador y su gente, así para enseñar el camino como para otras cosas necesarias, en que aprovechó harto su ayuda; y ansí, a 2 días del mes de noviembre del dicho año, el gobernador mandó a toda la gente que, demás del bastimento que los indios llevaban, cada uno tomase lo que pudiese llevar para el camino; y el mismo día el gobernador comenzó a caminar con docientos y cincuenta hombres arcabuceros y ballesteros, muy diestros en las armas, y veinte y seis de caballo y los dos frailes franciscanos y los indios de la isla, y envió la nao a la isla de Santa Catalina para que Pedro de Estopiñán Cabeza de Vaca desembarcase, y fuesen con la gente al puerto de Buenos Aires; y así, el gobernador fue caminando por la tierra adentro, donde pasó grandes trabajos, y la gente que consigo llevaba, y en diez y nueve días atravesaron grandes montañas, haciendo grandes talas y cortes en los montes y bosques, abriendo caminos por donde la gente y caballos pudiesen pasar, porque todo era tierra despoblada; y a cabo de los dichos diez y nueve días, teniendo acabados los bastimentos que sacaron cuando empezaron a marchar, y no teniendo de comer, plugo a Dios que sin se perder ninguna persona de la hueste descubrieron las primeras poblaciones que dicen del Campo, donde hallaron ciertos lugares de indios, que el señor y principal había por nombre Añiriri, y a una jornada de este pueblo estaba otro, donde había otro señor y principal que había por nombre Cipoyay, y adelante de este pueblo estaba otro pueblo de indios, cuyo señor y principal dijo llamarse Tocanguanzu; y como supieron los indios de estos pueblos de la venida del gobernador y gente que consigo iba, lo salieron a rescebir al camino, cargados con muchos bastimentos, muy alegres, mostrando gran placer con su venida, a los cuales el gobernador rescibió con gran placer y amor; y demás de pagarles el precio que valían, a los indios principales de los pueblos les dio graciosamente y hizo mercedes de muchas camisas y otros rescates, de que se tuvieron por contentos. Esta es una gente y generación que se llaman guaraníes; son labradores, que siembran dos veces en el año maíz, y asimismo siembran cazabi, crían gallinas a la manera de nuestra España, y patos; tienen en sus casas muchos papagayos, y tienen ocupada muy gran tierra, y todo es una lengua; los cuales comen carne humana, así de indios sus enemigos, con quien tienen guerra, como de cristianos, y aun ellos mismos se comen unos a otros. Es gente muy amiga de guerras, y siempre las tienen y procuran, y es gente muy vengativa; de los cuales pueblos, en nombre de Su Majestad, el gobernador tomó la posesión, como tierra nuevamente descubierta, y la intituló y puso por nombre la provincia de Vera, como paresce por los autos de la posesión, que pasaron por ante Juan de Araoz, escribano de Su Majestad; y hecho esto, a los 29 días de noviembre partió el gobernador y su gente del lugar de Tocanguanzu, y caminando a dos jomadas, a 1.º día del mes de diciembre llegó a un río que los indios llaman Iguazu, que quiere decir agua grande; aquí tomaron los pilotos el altura. CAPÍTULO VII Que trate de lo que pasó el gobernador y su gente por el camino, y de la manera de la tierra De aqueste río llamado Iguazu, el gobernador y su gente pasaron adelante descubriendo tierra, y a 3 días del mes de diciembre llegaron a un río que los indios llaman Tibagi. Es un río enladrillado de losas grandes, solado, puestas en tanta orden y concierto como si a mano se hobieran puesto. En pasar de la otra parte de este río se rescibió gran trabajo, porque la gente y caballos resbalaban por las piedras y no se podían tener sobre los pies, y tomaron por remedio pasar asidos unos a otros; y aunque el río no era muy hondable, corría el agua con gran furia y fuerza. De dos leguas cerca de este río vinieron los indios con mucho placer a traer a la hueste bastimentos para la gente; por manera que nunca les faltaba de comer, y aun a veces lo dejaban sobrado por los caminos. Lo cual causó dar el gobernador a los indios tanto y ser con ellos tan largo, especialmente con los principales, que, demás de pagarles los mantenimientos que le traían, les daba graciosamente muchos rescates. y les hacía muchas mercedes y todo buen tratamiento; en tal manera, que corría la fama por la tierra y provincia, y todos los naturales perdían el temor y venían a ver y traer todo lo que tenían, y se lo pagaban, según es dicho. Este mismo día, estando cerca de otro lugar de indios que su principal señor se dijo llamar Tapapirazu, llegó un indio natural de la costa del Brasil, que se llamaba Miguel, nuevamente convertido, el cual venía de la ciudad de la Ascensión, donde residían los españoles que iban a socorrer; el cual se venía a la costa del Brasil porque había mucho tiempo que estaba con los españoles; con el cual se holgó mucho el gobernador, porque de él fue bien informado del estado en que estaba la provincia y los españoles y naturales de ella, por el muy grande peligro en que estaban los españoles a causa de la muerte de Juan de Ayolas, como de otros capitanes y gente que los indios habían muerto; y habida relación de este indio, de su propia voluntad quiso volverse en compañía del gobernador a la ciudad de la Ascensión, de donde él se venía, para guiar la gente y avisar del camino por donde habían de ir; y dende aquí el gobernador mandó despedir y volver los indios que salieron de la isla de Santa Catalina en su compañía. Los cuales, así por los buenos tratamientos que les hizo como por las muchas dádivas que les dio, se volvieron muy contentos y alegres. Y porque la gente que en su compañía llevaba el gobernador era falta de experiencia, porque no hiciesen daño ni agravios a los indios, mandóles que no contratasen ni comunicasen con ellos ni fuesen a sus casas y lugares, por ser tal su condición de los indios, que de cualquier cosa se alteran y escandalizan, de donde podía resultar gran daño y desasosiego en toda la tierra; y asimesmo mandó que todas las personas que los entendían que traía en su compañía contratasen con los indios y les comprasen los bastimentos para toda la gente, todo a costa del gobernador; y ansí, cada día repartía entre la gente los bastimentos por su propia persona, y se los daba graciosamente sin interés alguno. Era cosa muy de ver cuán temidos eran los caballos por todos los indios de aquella tierra y provincia, que del temor que les habían, les sacaban al camino para que comiesen muchos mantenimientos, gallinas y miel, diciendo que porque no se enojasen que ellos les darían muy bien de comer; y por los sosegar, que no desamparasen sus pueblos, asentaban el real muy apartado de ellos, y porque los cristianos no les hiciesen fuerzas ni agravios. Y con esta orden, y viendo que el gobernador castigaba a quien en algo los enojaba, venían todos los indios tan seguros con sus mujeres y hijos, que era cosa de ver; y de muy lejos venían cargados con mantenimientos sólo por ver los cristianos y los caballos, como gente que nunca tal había visto pasar por sus tierras. Yendo caminando por la tierra y provincia el gobernador y su gente, llegó a un pueblo de indios de la generación de los guaraníes, y salió el señor principal de este pueblo al camino con toda su gente, muy alegre a rescebillo, y traían miel, patos y gallinas, y harina y maíz; y por lengua de los intérpretes les mandaba hablar y sosegar, agradesciéndoles su venida, pagándoles lo que traían, de que recebía mucho contentamiento; y allende de esto, al principal de este pueblo, que se decía Pupebaje, mandó dar graciosamente algunos rescates de tijeras y cuchillos y otras cosas, y de allí pasaron prosiguiendo el camino, dejando los indios de este pueblo tan alegres y contentos, que de placer bailaban y cantaban por todo el pueblo. A los 7 del mes de diciembre llegaron a un río que los indios llaman Tacuari. Este es un río que lleva buena cantidad de agua y tiene buena corriente; en la ribera del cual hallaron un pueblo de indios que su principal se llamaba Abangobi, y él y todos los indios de su pueblo, hasta las mujeres y niños, los salieron a rescebir, mostrando grande placer con la venida del gobernador y gente, y les trujeron al camino muchos bastimentos; los cuales se lo pagaron, según lo acostumbraban. Toda esta gente es una generación y hablan todos un lenguaje, y de este lugar pasaron adelante, dejando los naturales muy alegres y contentos; y ansí, iban luego de un lugar a otro a dar las nuevas del buen tratamiento que les hacían, y les enseñaban todo lo que les daban; de manera que todos los pueblos por donde habían de pasar los hallaban muy pacíficos, y los salían a recebir a los caminos antes que llegasen a sus pueblos, cargados de bastimentos, los cuales se les pagaban a su contento, según es dicho. Prosiguiendo el camino, a los 14 días del mes de diciembre, habiendo pasado por algunos pueblos de indios de la generación de los guaraníes, donde fue bien rescebido y proveído de los bastimentos que tenían, llegado el gobernador y su gente a un pueblo de indios de la generación que su principal se dijo llamar Tocangucir, aquí reposaron un día porque la gente estaba fatigada, y el camino por do caminaron fue al oesnorueste y a la cuarta del norueste; y en este lugar tomaron los pilotos el altura en veinte y cuatro grados y medio, apartados del Trópico un grado. Por todo el camino que se anduvo, después que entró en la provincia, en las poblaciones de ella es toda tierra muy alegre, de grandes campiñas, arboledas y muchas aguas de ríos y fuentes, arroyos y muy buenas aguas delgadas; y, en efecto, es toda tierra muy aparejada para labrar y criar. CAPÍTULO VIII De los trabajos que rescibió en el camino el gobernador y su gente, y la manera de los pinos y piñas de aquella tierra Dende el lugar de Tugui fue caminando el gobernador con su gente hasta los 19 días del mes de diciembre, sin hallar poblado ninguno, donde rescibió gran trabajo en el caminar a causa de los muchos ríos y malos pasos que había; que para pasar la gente y caballos hobo día que se hicieron diez y ocho puentes, así para los ríos como para las ciénagas, que había muchas y muy malas; y asimismo se pasaron grandes sierras y montañas muy ásperas y cerradas de arboledas de cañas muy gruesas, que tenían unas púas muy agudas y recias, y de otros árboles, que para poderlos pasar iban siempre delante veinte hombres cortando y haciendo el camino, y estuvo muchos días en pasarlas, que por la maleza de ellas no vían el cielo; y el dicho día, a 19 del dicho mes, llegaron a un lugar de indios de la generación de los guaraníes, los cuales, con su principal, y hasta las mujeres y niños, mostrando mucho placer, los salieron a rescebir al camino dos leguas del pueblo, donde trujeron muchos bastimentos de gallinas, patos y miel y batatas y otras frutas, y maíz y harina de piñones (que hacen muy gran cantidad de ella), porque hay en aquella tierra muy grandes pinares, y son tan grandes los pinos, que cuatro hombres juntos, tendidos los brazos, no pueden abrazar uno, y muy altos y derechos, y son muy buenos para mástiles de naos y para carracas, según su grandeza; las piñas son grandes, los piñones del tamaño de bellotas, la cáscara grande de ellos es como de castañas, difieren en el sabor a los de España; los indios los cogen y de ellos hacen gran cantidad de harina para su mantenimiento. Por aquella tierra hay muchos puercos monteses y monos que comen estos piñones de esta manera: que los monos se suben encima de los pinos y se asen de la cola, y con las manos y pies derruecan muchas piñas en el suelo, y cuando tienen derribada mucha cantidad, abajan a comerlos; y muchas veces acontesce que los puercos monteses están aguardando que los monos derriben las piñas, y cuando las tienen derribadas, al tiempo que abajan los monos de los pinos a comellos salen los puercos contra ellos, y quítanselas, y cómense los piñones, y mientras los puercos comían, los gatos estaban dando gritos sobre los árboles. También hay otras muchas frutas de diversas maneras y sabor, que dos veces en el año se dan. En este lugar de Tugui se detuvo el gobernador y su gente la Pascua del Nascimiento, así por la honra de ella como porque la gente reposase y descansase; donde tuvieron qué comer, porque los indios lo dieron muy abundosamente de todos sus bastimentos; y ansí, los españoles, con la alegría de la Pascua y con el buen tratamiento de los indios, se regocijaron mucho, aunque el reposar era muy dañoso, porque como la gente estaba sin ejercitar el cuerpo y tenían tanto de comer, no digerían lo que comían, y luego les daban calenturas; lo que no hacía cuando caminaban, porque luego como comenzaban a caminar las dos jornadas primeras, desechaban el mal y andaban buenos: y al principio de la jornada la gente fatigaba al gobernador que reposase algunos días, y no lo quería permitir, porque ya tenía experiencia que habían de adolecer, y la gente creía que lo hacía por darlos mayor trabajo, hasta que por experiencia vinieron a conoscer que lo hacía por su bien, porque de comer mucho adolescían, y de esto el gobernador tenía mucha experiencia. CAPÍTULO IX De cómo el gobernador y su gente se vieron con necesidad de hambre y la remediaron con gusanos que sacaban de unas cañas A 28 días de diciembre el gobernador y su gente salieron del lugar de Tugui, donde quedaron los indios muy contentos; y yendo caminando por la tierra todo el día sin hallar poblado alguno, llegaron a un río muy caudaloso y ancho, y de grandes corrientes y hondables, por la ribera del cual había muchas arboledas de acipreses y cedros y otros árboles; en pasar este río se rescibió muy gran trabajo aqueste día y otros tres; caminaron por la tierra y pasaron por cinco lugares de indios de la generación de los guaraníes, y de todos ellos los salían a rescebir al camino con sus mujeres y hijos, y traían muchos bastimentos, en tal manera, que la gente siempre fue muy proveída, y los indios quedaron muy pacíficos por el buen tratamiento y paga que el gobernador les hizo. Toda esta tierra es muy alegre y de muchas aguas y arboledas; toda la gente de los pueblos siembran maíz y cazabi y otras semillas, y batatas de tres maneras: blancas y amarillas y coloradas, muy gruesas y sabrosas, y crían patos y gallinas, y sacan mucha miel de los árboles de lo hueco de ellos. A 1.º día del mes de enero del año del Señor de 1542, que el gobernador y su gente partió de los pueblos de los indios, fue caminando por tierras de montañas y cañaverales muy espesos, donde la gente pasó harto trabajo, porque hasta los 5 días del mes no hallaron poblado alguno; y demás del trabajo, pasaron mucha hambre y se sostuvo con mucho trabajo, abriendo caminos por los cañaverales. En los cañutos de estas cañas había unos gusanos blancos, tan gruesos y largos como un dedo; los cuales la gente freían para comer, y salía de ellos tanta manteca, que bastaba para freírse muy bien, y los comían toda la gente, y los tenían por muy buena comida; y de los cañutos de otras cañas sacaban agua, que bebían y era muy buena, y se holgaban con ello. Esto andaban a buscar para comer en todo el camino; por manera que con ellos se sustentaron y remediaron su necesidad y hambre por aquel despoblado. En el camino se pasaron dos ríos grandes y muy caudalosos con gran trabajo; su corriente es al norte. Otro día, 6 de enero, yendo caminando por la tierra adentro sin hallar poblado alguno, vinieron a dormir a la ribera de otro río caudaloso de grandes corrientes y de muchos cañaverales, donde la gente sacaba de los gusanos de las cañas para su comida, con que se sustentaron; y de allí partió el gobernador con su gente. Otro día siguiente fue caminando por tierra muy buena y de buenas aguas, y de mucha caza y puercos monteses y venados, y se mataban algunos y se repartían entre la gente: este día pasaron dos ríos pequeños. Plugo a Dios que no adolesció en este tiempo ningún cristiano, y todos iban caminando buenos con esperanza de llegar presto a la ciudad de la Ascensión, donde estaban los españoles que iban a socorrer; desde 6 de enero hasta 10 del mes pasaron por muchos pueblos de indios de la generación de los guaraníes, y todos muy pacíficos y alegremente los salieron a rescebir al camino de cada pueblo su principal, y los otros indios con sus mujeres y hijos cargados de bastimentos (de que se rescibió grande ayuda y beneficio para los españoles), aunque los frailes fray Bernaldo de Armenta y fray Alonso, su compañero, se adelantaban a recoger y tomar los bastimentos, y cuando llegaba el gobernador con la gente no tenían los indios que dar; de lo cual la gente se querelló al gobernador, por haberlo hecho muchas veces, habiendo sido apercibidos por el gobernador que no lo hiciesen, y que no llevasen ciertas personas de indios, grandes y chicos, inútiles, a quien daban de comer; no lo quisieron hacer, de cuya causa toda la gente estuvo movida para los derramar, si el gobernador no se lo estorbara, por lo que tocaba al servicio de Dios y de Su Majestad; y al cabo los frailes se fueron y apartaron de la gente, y contra la voluntad del gobernador echaron por otro camino; y después de esto, los hizo traer y recoger de ciertos lugares de indios donde se habían recogido, y es cierto que si no los mandara recoger y traer, se vieran en muy gran trabajo. En el día 10 de enero, yendo caminando, pasaron muchos ríos y arroyos y otros malos pasos de grandes sierras y montañas de cañaverales de mucha agua; cada sierra de las que pasaron tenía un valle de tierra muy excelente, y un río y otras fuentes y arboledas. En toda esta tierra hay muchas aguas, a causa de estar debajo del Trópico; el camino y derrota que hicieron estos dos días fue al oeste. CAPÍTULO X Del miedo que los indios tienen a los caballos A los 14 días del mes de enero, yendo caminando por entre lugares de indios de la generación de los guaraníes, todos los cuales los rescibieron con mucho placer, y los venían a ver y traer maíz. gallinas y miel y de los otros mantenimientos; y como el gobernador se lo pagaba tanto a su voluntad, traíanle tanto, que lo dejaban sobrado por los caminos. Toda esta gente anda desnuda en cueros, así los hombres como las mujeres; tenían muy gran temor de los caballos, y rogaban al gobernador que les dijese a los caballos que no se enojasen, y por los tener contentos los traían de comer; y así llegaron a un río ancho y caudaloso que se llama Iguatu, el cual es muy bueno y de buen pescado y arboledas, en la ribera del cual está un pueblo de indios de la generación de los guaraníes, los cuales siembran su maíz y cazabi como en todas las otras partes por donde habían pasado, y los salieron a recebir como hombres que tenían noticia de su venida y del buen tratamiento que les hacían; y les trujeron muchos bastimentos, porque los tienen. En toda aquella tierra hay muy grandes piñales de muchas maneras, y tienen las piñas como ya está dicho atrás. En toda esta tierra los indios les servían porque siempre el gobernador les hacía buen tratamiento. Este Iguatu está de la banda del oeste en veinte y cinco grados; será tan ancho como el Guadalquivir. En la ribera del cual, según la relación hobieron de los naturales, y por lo que vio por vista de ojos, está muy poblado, y es la más rica gente de toda aquella tierra y provincia, de labrar y criar, porque crían muchas gallinas, patos y otras aves, y tienen mucha caza de puercos y venados, y dantas y perdices, codornices y faisanes, y tienen en el río gran pesquería, y siembran y cogen mucho maíz, batatas, cazabi, mandubies, y tienen otras muchas frutas, y de los árboles cogen gran cantidad de miel. Estando en este pueblo, el gobernador acordó de escrebir a los oficiales de Su Majestad, y capitanes y gentes que residían en la ciudad de la Ascensión, haciéndoles saber cómo por mandado de Su Majestad los iba a socorrer, y envió dos indios naturales de la tierra con la carta. Estando en este río del Piqueri una noche mordió un perro en una pierna a un Francisco Orejón, vecino de Ávila, y también allí le adolescieron otros catorce españoles, fatigados del largo camino; los cuales se quedaron con el Orejón que estaba mordido del perro, para venirse poco a poco; y el gobernador les encargó a los indios de la tierra para que los favoresciesen y mirasen por ellos, y los encaminasen para que pudiesen venirse en su seguimiento estando buenos; y porque tuviesen voluntad de lo hacer dio al principal del pueblo y a otros indios naturales de la tierra y provincia, muchos rescates, con que quedaron muy contentos los indios y su principal. En todo este camino y tierra por donde iba el gobernador y su gente haciendo el descubrimento hay grandes campiñas de tierras, y muy buenas aguas, ríos, arroyos y fuentes, y arboledas y sombras, y la más fértil tierra del mundo, muy aparejada para labrar y criar, y mucha parte de ella para ingenios de azúcar, y tierra de mucha caza, y la gente que vive en ella, de la generación de los guaraníes; comen carne humana, y todos son labradores y criadores de patos y gallinas, y toda gente muy doméstica y amiga de cristianos, y que con poco trabajo vernán en conoscimiento de nuestra santa fe católica, como se ha visto por experiencia; y según la manera de la tierra, se tiene por cierto que si minas de plata ha de haber, ha de ser allí. CAPÍTULO XI De cómo el gobernador caminó con canoas por el río de Iguazu, y por salvar un mal paso de un salto que el río hacia, llevó por tierra las canoas una legua a fuerza de brazos Habiendo dejado el gobernador los indios del río del Piqueri muy amigos y pacíficos, fue caminando con su gente por la tierra, pasando por muchos pueblos de indios de la generación de los guaraníes; todos los cuales les salían a recebir a los caminos con muchos bastimentos, mostrando grande placer contentamiento con su venida, y a los indios principales señores de los pueblos les daba muchos rescates, y hasta las mujeres viejas y niños salían a ellos los recebir, cargados de maíz y batatas, y asimismo de los otros pueblos de la tierra, que estaban a una jomada y a dos unos de otros, todos vinieron de la mesma forma a traer bastimentos; y antes de llegar con gran trecho a los pueblos por do habían de pasar, alimpiaban y desmontaban los caminos, y bailaban y hacían grandes regocijos de verlos; y lo que más acrescienta su placer y de que mayor contento resciben, es cuando las viejas se alegran, porque se gobiernan con lo que éstas les dicen y sonles muy obedientes, y no lo son tanto a los viejos. A postrero día del dicho mes de enero, yendo caminando por la tierra y provincia, llegaron a un río que se llama Iguazu, y antes de llegar al río anduvieron ocho jornadas de tierra despoblada, sin hallar ningún lugar poblado de indios. Este río Iguazu es el primer río que pasaron al principio de la jornada cuando salieron de la costa del Brasil. Llámase también por aquella parte Iguazu; corre del esteoeste; en él no hay poblado ninguno; tomóse el altura en veinte y cinco grados y medio. Llegados que fueron al río de Iguazu, fue informado de los indios naturales que el dicho río entra en el río del Paraná, que asimismo se llama el río de la Plata; y que entre este río del Paraná y el río de Iguazu mataron los indios a los portugueses que Martín Alfonso de Sosa envió a descubrir aquella tierra: al tiempo que pasaban el río en canoas dieron los indios en ellos y los mataron. Algunos de estos indios de la ribera del río Paraná, que ansí mataron a los portugueses, le avisaron al gobernador que los indios del río del Piqueri, que era mala gente, enemigos nuestros, y que les estaban aguardando para acometerlos y matarlos en el paso del río; y por esta causa acordó el gobernador, sobre acuerdo, de tomar y asegurar por dos partes el río, yendo él con parte de su gente en canoas por el río de Iguazu abajo y salirse a poner en el río del Paraná, y por la otra parte fuese el resto de la gente y caballos por tierra, y se pusiesen y confrontasen con la otra parte del río, para poner temor a los indios y pasar en las canoas toda la gente; lo cual fue así puesto en efecto; y en ciertas canoas que compró de los indios de la tierra se embarcó el gobernador con hasta ochenta hombres, y así se partieron por el río de Iguazu abajo, y el resto de la gente y caballos mandó que se fuesen por tierra, según está dicho, y que todos se fuesen a juntar en el río del Paraná. E yendo por el dicho río de Iguazu abajo era la corriente de él tan grande, que corrían las canoas por él con mucha furia; y esto causólo que muy cerca de donde se embarcó da el río un salto por unas peñas abajo muy altas, y da el agua en lo bajo de la tierra tan grande golpe, que de muy lejos se oye; y la espuma del agua, como cae con tanta fuerza, sube en alto dos lanzas y más, por manera que fue necesario salir de las canoas y sacallas del agua y llevarlas por tierra hasta pasar el salto, y a fuerza de brazos las llevaron más de media legua, en que se pasaron muy grandes trabajos; salvado aquel mal paso, volvieron a meter en el agua las dichas canoas y proseguir su viaje, y fueron por el dicho río abajo hasta que llegaron al río del Paraná y fue Dios servido que la gente y caballos que iban por tierra, y las canoas y gente, con el gobernador que en ellas iban, llegaron todos a un tiempo, y en la ribera del río estaba muy gran número de indios de la misma generación de los guaraníes, todos muy emplumados con plumas de papagayos y almagrados, pintados de muchas maneras y colores, y con sus arcos y flechas en las manos hecho un escuadrón de ellos, que era muy gran placer de los ver. Como llegó el gobernador y su gente (de la forma ya dicha), pusieron mucho temor a los indios, y estuvieron muy confusos, y comenzó por lenguas de los intérpretes a les hablar, y a derramar entre los principales de ellos grandes rescates; y como fuese gente muy cobdiciosa y amiga de novedades, comenzáronse a sosegar y allegarse al gobernador y su gente, y muchos de los indios les ayudaron a pasar de la otra parte del río; y como hubieron pasado, mandó el gobernador que de las canoas se hiciesen balsas juntándolas de dos en dos; las cuales hechas, en espacio de dos horas fue pasada toda la gente y caballos de la otra parte del río; en concordia de los naturales, ayudándoles ellos propios a los pasar. Este río del Paraná, por la parte que lo pasaron, era de ancho un gran tiro de ballesta, es muy hondable y lleva muy gran corriente, y al pasar del río se trastornó una canoa con ciertos cristianos, uno de los cuales se ahogó porque la corriente lo llevó, que nunca más paresció. Hace este río muy grandes remolinos, con la gran fuerza del agua y gran hondura de él. CAPÍTULO XII Que trata de las balsas que se hicieron para llevar los dolientes Habiendo pasado el gobernador y su gente el río del Paraná, estuvo muy confuso de que no fuesen llegados dos bergantines que había enviado a pedir a los capitanes que estaban en la ciudad de la Ascensión, avisándoles por su carta que les escribió dende el río del Paraná, para asegurar el paso por temor de los indios de él, como para recoger algunos enfermos y fatigados del largo camino que habían caminado; y porque tenían nueva de su venida y no haber llegado, púsole en mayor confusión, y porque los enfermos eran muchos y no podían caminar, ni era cosa segura detenerse allí donde tantos enemigos estaban, y estar entre ellos sería dar atrevimiento para hacer alguna traición, como es su costumbre; por lo cual acordó de enviar los enfermos por el río del Paraná abajo en las mismas balsas, encomendados a un indio principal del río, que había por nombre Iguaron, al cual dio rescates porque él se ofresció a ir con ellos hasta el lugar de Francisco, criado de Gonzalo de Acosta, en confianza de que en el camino encontrarían los bergantines, donde serían recebidos y recogidos, y entretanto serían favorescidos por el indio llamado Francisco que fue criado entre cristianos, que vive en la misma ribera del río del Paraná, a cuatro jornadas de donde lo pasaron, según fue informado por los naturales; y así, los mandó embarcar, que serían hasta treinta hombres, y con ellos envió otros cincuenta hombres arcabuceros y ballesteros para que les guardasen y defendiesen; y luego que los hobo enviado se partió el gobernador con la otra gente por tierra para la ciudad de la Ascensión, hasta la cual, según le certificaron los indios del río del Paraná, habría hasta nueve jornadas; y en el río del Paraná se tomó la posesión en nombre y por Su Majestad, y los pilotos tomaron el altura en veinte y cuatro grados. El gobernador con su gente fueron caminando por la tierra y provincia, por entre lugares de indios de la generación de los guaraníes, donde por todos ellos fue muy bien recebido, saliendo, como solían, a los caminos, cargados de bastimentos, y en el camino pasaron unas ciénagas muy grandes y otros malos pasos y ríos, donde en el hacer de los puentes para pasar la gente y caballos se pasaron grandes trabajos; y todos los indios de estos pueblos, pasado el río del Paraná, les acompañaban de unos pueblos a otros, y les mostraban y tenían muy grande amor y voluntad, sirviéndoles y haciéndoles socorro en guiarles y darles de comer, todo lo cual pagaba y satisfacía muy bien el gobernador, con que quedaban muy contentos. Y caminando por la tierra y provincia, aportó a ellos un cristiano español que venía de la ciudad de la Ascensión a saber de la venida del gobernador, y llevar el aviso de ello a los cristianos y gente que en la ciudad estaban; porque, según la necesidad y deseo que tenían de verlo a él y su gente por ser socorridos, no podían creer que fuesen a hacerles tan gran beneficio hasta que lo viesen por vista de ojos, no embargante que habían recebido las cartas que el gobernador les había escripto. Este cristiano dijo y informó al gobernador del estado y gran peligro en que estaba la gente, y las muertes que habían suscedido, así en los que llevó Juan de Ayolas como otros muchos que los indios de la tierra habían muerto; por lo cual estaban muy atribulados y perdidos, mayormente por haber despoblado el puerto de Buenos Aires, que está asentado en el río del Paraná, donde habían de ser socorridos los navíos y gentes que de estos reinos de España fuesen a los socorrer; y por esta causa tenían perdida la esperanza de ser socorridos, pues el puerto se había despoblado, y por otros muchos daños que le habían sucedido en la tierra. CAPÍTULO XIII De cómo llegó el gobernador a la ciudad de la Ascensión, donde estaban los cristianos españoles que iba a socorrer Habiendo llegado, según dicho es, el cristiano español, y siendo bien informado el gobernador de la muerte de Juan de Ayolas y cristianos que consigo llevó a hacer la entrada y descubrimiento de tierra, y de las otras muertes de los otros cristianos, y la demasiada necesidad que tenían de su ayuda los que estaban en la ciudad de la Ascensión, y asimismo del despoblamiento del puerto de Buenos Aires, adonde el gobernador había mandado venir su nao capitana con las ciento y cuarenta personas dende la isla de Santa Catalina, donde los había dejado para este efecto, considerando el gran peligro en que estarían por hallar yerma la tierra de cristianos, donde tantos enemigos indios había, y por los enviar con toda brevedad a socorrer y dar contentamiento a los de la Ascensión, y para sosegar los indios que tenían por amigos naturales de aquella tierra, vasallos de Su Majestad, con muy gran diligencia fue caminando por la tierra, pasando por muchos lugares de indios de la generación de los guaraníes, los cuales, y otros muy apartados de su camino, los venían a ver cargados de mantenimientos, porque corría la fama, según está dicho, de los buenos tratamientos que les hacía el gobernador y muchas dádivas que les daba, venían con tanta voluntad y amor a verlos y traerles bastimentos, y traían consigo las mujeres y niños, que era señal de gran confianza que de ellos tenían, y les limpiaban los caminos por do habían de pasar. Todos los indios de los lugares por donde pasaron haciendo el descubrimiento, tienen sus casas de paja y madera, entre los cuales indios vinieron muy gran cantidad de indios de los naturales de la tierra y comarca de la ciudad de la Ascensión, que todos, uno a uno, vinieron a hablar al gobernador en nuestra lengua castellana, diciendo que en buena hora fuese venido, y lo mismo hicieron a todos los españoles, mostrando mucho placer con su llegada. Estos indios en su manera demostraron luego haber comunicado y estado entre cristianos, porque eran comarcanos de la ciudad de la Ascensión; y como el gobernador y su gente se iban acercando a ella, por los lugares por do pasaban antes de llegar a ellos, hacían lo mismo que los otros, teniendo los caminos limpios y barridos; los cuales indios y las mujeres viejas y niños se ponían en orden, como en procesión, esperando su venida con muchos bastimentos y vinos de maíz, y pan, y batatas, y gallinas, y pescados, y miel, y venados, todo aderezado; lo cual daban y repartían graciosamente entre la gente, y en señal de paz y amor alzaban las manos en alto, y en su lenguaje, y muchos en el nuestro, decían que fuesen bien venidos el gobernador y su gente, y por el camino mostrándose grandes familiares y conversables, como si fueran naturales suyos, nascidos y criados en España. Y de esta manera caminando (según dicho es), fue nuestro Señor servido que a 11 días del mes de marzo, sábado, a las nueve de la mañana, del año 1542, llegaron a la ciudad de la Ascensión, donde hallaron residiendo los españoles que iban a socorrer, la cual está asentada en la ribera del río del Paraguay, en veinte y cinco grados de la banda del sur; y como llegaron cerca de la ciudad, salieron a recebirlos los capitanes y gentes que en la ciudad estaban, los cuales salieron con tanto placer y alegría, que era cosa increíble, diciendo que jamás creyeron ni pensaron que pudieran ser socorridos, ansí por respecto de ser peligroso y tan dificultoso el camino, y no se haber hallado ni descubierto, ni tener ninguna noticia de él, como porque el puerto de Buenos Aires, por do tenían alguna esperanza de ser socorridos, lo habían despoblado, y que por esto los indios naturales habían tomado grande osadía y atrevimiento de los acometer para los matar, mayormente habiendo visto que había pasado tanto tiempo sin que acudiese ninguna gente española a la provincia. Y por el consiguiente, el gobernador se holgó con ellos, y les habló y recebió con mucho amor, haciéndoles saber cómo iba a les dar socorro por mandado de Su Majestad; y luego presentó las provisiones y poderes que llevaba ante Domingo de Irala, teniente de gobernador en la dicha provincia, y ante los oficiales, los cuales eran Alonso de Cabrera, veedor, natural de Lora; Felipe de Cáceres, contador, natural de Madrid; Pedro Dorantes, factor, natural de Béjar; y ante los otros capitanes y gente que en la provincia residían; las cuales fueron leídas en su presencia y de los otros clérigos y soldados que en ella estaban; por virtud de las cuales rescibieron al gobernador y le dieron la obediencia como a tal capitán general de la provincia en nombre de Su Majestad, y le fueron dadas y entregadas las varas de la justicia; las cuales el gobernador dio y proveyó de nuevo en personas que en nombre de Su Majestad administrasen la ejecución de la justicia civil y criminal en la dicha provincia. CAPÍTULO XIV De cómo llegaron a la ciudad de la Ascensión los españoles que quedaron malos en el río del Piquen Estando el gobernador en la ciudad de la Ascensión, de la manera que he dicho, a cabo de treinta días que hobo llegado a la ciudad, vinieron al puerto los cristianos que había enviado en las balsas, así enfernos como sanos, dende el río del Paraná, que allí adolescieron, y venían fatigados del camino; de los cuales no faltó sino sólo uno, que lo mató un tigre, y de ellos supo el gobernador y fue certificado que los indios naturales del río habían hecho gran junta y llamamiento por toda la tierra, y por el río en canoas y por la ribera del río habían salido a ellos, yendo por el río abajo en sus balsas muy gran número y cantidad de los indios, y con grande grita y toque de atambores los habían acometido, tirándoles muchas flechas y muy espesas juntándose a ellos con más de doscientas canoas por los entrar y tomar las balsas para los matar, y que catorce días con sus noches no habían cesado poco ni mucho de los dar el combate; y que los de tierra no dejaban de les tirar juntamente, según que los de las canoas, y que traían unos garfios grandes, para en juntándose las balsas a tierra echarles mano y sacarlas a tierra; y detenerlos para los tomar a manos; y con esto, era tan grande la vocería y alaridos que daban los indios, que parescía que se juntaba el cielo con la Tierra, y cómo los de las canoas y los de la tierra se remudaban, y unos descansaban y otros peleaban, con tanta orden, que no dejaban de les dar siempre mucho trabajo; donde hobo de los españoles hasta veinte heridos de heridas pequeñas, no peligrosas; y en todo este tiempo las balsas no dejaban de caminar por el río abajo, así de día como de noche, porque la corriente del río, como era grande, los llevaba, sin que la gente trabajase más de en gobernar, para que no se llegasen a la tierra, donde estaba todo el peligro, aunque algunos remolinos que el río hace les puso en gran peligro muchas veces, porque traía las balsas a la redonda remolinando; y si no fuera por la buena maña que se dieron los que gobernaban, los remolinos los hicieran ir a tierra, donde fueran tomados y muertos. E yendo en esta forma, sin que tuviesen remedio de ser socorridos ni amparados, los siguieron catorce días los indios con sus canoas, flechándolos y peleando de día y de noche con ellos; se llegaron cerca de los lugares del dicho indio Francisco, que fue esclavo y criado de cristianos, el cual, con cierta gente suya, salió por el río arriba a recebir y socorrer los cristianos, y los trajo a una isla cerca de su propio pueblo, donde los proveyó y socorrió de bastimentos, porque del trabajo de la guerra continua que les habían dado, venían fatigados y con mucha hambre, y allí se curaron y reformaron los heridos, y los enemigos se retiraron y no osaron tornarles acometer; y en este tiempo llegaron dos bergantines que en su socorro habían enviado, en los cuales fueron recogidos a la dicha ciudad de la Ascensión. CAPÍTULO XV De cómo el gobernador envió a socorrer la gente que venia en su nao capitana a Buenos Aires, y a que tornasen a poblar aquel puerto Con toda diligencia el gobernador mandó aderezar dos bergantines, y cargados de bastimentos y cosas necesarias, con cierta gente de la que halló en la ciudad de la Ascensión, que habían sido pobladores del puerto de Buenos Aires, porque tenían experiencia del río del Paraná, los envió a socorrer los ciento y cuarenta españoles que envió en la nao capitana dende la isla de Santa Catalina, por el gran peligro en que estarían por se haber despoblado el puerto de Buenos Aires, y para que se tornase luego a poblar nuevamente el pueblo en la parte más suficiente y aparejada que les paresciese a las personas a quien lo acometió y encargó, porque era cosa muy conveniente y necesaria hacerse la población y puerto, sin el cual toda la gente española que residía en la provincia y conquista, y la que adelante viniese, estaba en gran peligro y se perderían, porque las naos que a la provincia fuesen de rota batida, han de ir a tomar puerto en el dicho río, y allí hacer bergantines para subir trescientas y cincuenta leguas el río arriba, que hay hasta la ciudad de la Ascensión, de navegación muy trabajosa y peligrosa; los cuales dos bergantines partieron a 16 días del mes de abril del dicho año, y luego mandó hacer de nuevo otros dos, que fornescidos y cargados de bastimentos y gente, partieron a hacer el dicho socorro y a efectuar la fundación del puerto de Buenos Aires, y a los capitanes que el gobernador envió con los bergantines, les mandó y encargó que a los indios que habitaban en el río del Paraná, por donde habían de navegar, les hiciesen buenos tratamientos, y los trujesen de paz a la obediencia de Su Majestad, trayendo de lo que en ello hiciesen la razón y relación cierta, para avisar de todo a Su Majestad; y proveído que hobo lo susodicho, comenzó a entender en las cosas que convenía al servicio de Dios y de Su Majestad, y a la pacificación y sosiego de los naturales de la dicha provincia. Y para mejor servir a Dios y a Su Majestad, el gobernador mandó llamar y hizo juntar los religiosos y clérigos que en la provincia residían, y los que consigo había llevado, y delante de los oficiales de Su Majestad, capitanes. y gente que para tal efecto mandó llamar y juntar, les rogó con buenas y amorosas palabras tuviesen especial cuidado en la doctrina y enseñamiento de los indios naturales, vasallos de Su Majestad, y les mandó leer, y fueron leídos ciertos capítulos de una carta acordada de Su Majestad, que habla sobre el tratamiento de los indios, y que los dichos frailes, clérigos y religiosos tuviesen especial cuidado en mirar que no fuesen maltratados, y que le avisasen de lo que en contrario se hiciese, para lo proveer y remediar, y que todas las cosas que fuesen necesarias para tan santa obra, el gobernador se las daría y proveería, y asimismo para administrar los santos sacramentos en las iglesias y monesterios les proveería; y ansí, fueron proveídos de vino y harina, y les repartió los ornamentos que llevó, con que se servían las iglesias y el culto divino, y para ello les dio una bota de vino. CAPÍTULO XVI De cómo matan a sus enemigos que captivan, y se los comen Luego dende a poco que hobo llegado el gobernador a la dicha ciudad de la Ascensión, los pobladores y conquistadores que en ella halló, le dieron grandes querellas y clamores contra los oficiales de Su Majestad, y mandó juntar todos los indios naturales, vasallos de Su Majestad; y así juntos, delante y en presencia de los religiosos y clérigos, les hizo su parlamento, diciéndoles cómo Su Majestad lo había enviado a los favorescer y dar a entender cómo habían de venir en conoscimiento de Dios y ser cristianos, por la doctrina y enseñamiento de los religiosos y clérigos que para ello eran venidos, como ministros de Dios, y para que estuviesen debajo de la obediencia de Su Majestad, y fuesen sus vasallos, y que de esta manera serían mejor tratados y favorecidos que hasta allí lo habían sido; y allende de esto, les fue dicho y amonestado que se apartasen de comer carne humana, por el grave pecado y ofensa que en ello hacían a Dios, y los religiosos y clérigos se lo dijeron y amonestaron; y para les dar contentamiento, les dio y repartió muchos rescates, camisas, ropas, bonetes y otras cosas, con que se alegraron. Esta generación de los guaraníes es una gente que se entienden por su lenguaje todos los de las otras generaciones de la provincia, y comen carne humana de otras generaciones que tienen por enemigos, cuando tienen guerra unos con otros; y siendo de esta generación, si los captivan en las guerras, traénlos a sus pueblos, y con ellos hacen grandes placeres y regocijos, bailando y cantando; lo cual dura hasta que el captivo está gordo, porque luego que lo captivan lo ponen a engordar y le dan todo cuanto quiere a comer, y a sus mismas mujeres y hijas para que haya con ellas sus placeres, y de engordallo no toma ninguno el cargo y cuidado, sino las propias mujeres de los indios, las más principales de ellas; las cuales lo acuestan consigo y lo componen de muchas maneras, como es su costumbre, y le ponen mucha plumería y cuentas blancas, que hacen los indios de hueso y de piedra blanca, que son entre ellos muy estimadas, y en estando gordo, son los placeres, bailes y cantos muy mayores, y juntos los indios, componen y aderezan tres mochachos de edad de seis años hasta siete, y danles en las manos unas hachetas de cobre, y un indio, el que es tenido por más valiente entre ellos, toma una espada de palo en las manos, que la llaman los indios macana; y sácanlo en una plaza, y allí le hacen bailar una hora, y desque ha bailado, llega y le da en los lomos con ambas las manos un golpe, y otro en las espinillas para derribarle, y acontesce, de seis golpes que le dan en la cabeza, no poderlo derribar, y es cosa muy de maravillar el gran testor que tienen en la cabeza, porque la espada de palo con que les dan es de un palo muy recio y pesado, negro, y con ambas manos un hombre de fuerza basta a derribar un toro de un golpe, y al tal captivo no lo derriban sino de muchos, y en fin al cabo, lo derriban, y luego los niños llegan con sus hachetas, y primero el mayor de ellos o el hijo del principal, y danle con ellas en la cabeza tantos golpes, hasta que le hacen saltar la sangre, y estándoles dando, los indios les dicen a voces que sean valientes y se enseñen, y tengan ánimo para matar sus enemigos y para andar en las guerras, y que se acuerden que aquél ha muerto de los suyos, que se venguen de él; y luego como es muerto, el que le da el primer golpe toma el nombre del muerto y de allí adelante se nombra del nombre del que así mataron, en señal que es valiente, y luego las viejas lo despedazan y cuecen en sus ollas y reparten entre sí, y lo comen, y tiénenlo por cosa muy buena comer dél, y de allí adelante tornan a sus bailes y placeres, los cuales duran por otros muchos días, diciendo que ya es muerto por sus manos su enemigo, que mató a sus parientes, que agora descansarán y tomarán por ello placer. CAPÍTULO XVII De la paz que el gobernador asentó con los indios agaces En la ribera de este río del Paraguay está una nasción de indios que se llaman agaces; es una gente muy temida de todas las nasciones de aquella tierra; allende de ser valientes hombres y muy usados en la guerra, son muy grandes traidores, que debajo de palabra de paz han hecho grandes estragos y muertes en otras gentes y aun en propios parientes suyos por hacerse señores de toda la tierra; de manera que no se confían de ellos. Esta es una gente muy crescida, de grandes cuerpos y miembros como gigantes; andan hechos corsarios por el río en canoas; saltan en tierra a hacer robos y presas en los guaraníes, que tienen por principales enemigos; mantiénense de caza y pesquería del río y de la tierra, y no siembran, y tienen por costumbre de tomar captivos de los guaraníes, y tráenlos maniatados dentro de sus canoas, y lléganse a la propia tierra donde son naturales y salen sus parientes para rescatarlos, y delante de sus padres y hijos, mujeres y deudos, les dan crueles azotes y les dicen que les trayan de comer, si no que los matarán. Luego les traen muchos mantenimientos, hasta que les cargan las canoas; y se vuelven a sus casas, y llévanse los prisioneros, y esto hacen muchas veces, y son pocos los que rescatan; porque después que están hartos de traerlos en sus canoas y de azotarlos, los cortan las cabezas y las ponen por la ribera del río hincadas en unos palos altos. A estos indios, antes que fuese a la dicha provincia el gobernador, les hicieron guerra los españoles que en ella residían, y habían muerto a muchos de ellos, y asentaron paz con los dichos indios, la cual quebrantaron, como lo acostumbran, haciendo daños a los guaraníes muchas veces, llevando muchas provisiones; y cuando el gobernador llegó a la ciudad de la Ascensión había pocos días que los agaces habían rompido las paces y habían salteado y robado ciertos pueblos de los guaraníes, y cada día venían a desasosegar y dar rebato a la ciudad de la Ascensión; y como los indios agaces supieron de la venida del gobernador, los hombres más principales de ellos, que se llaman Abacoten y Tabor y Alabos, acompañados de otros muchos de su generación, vinieron en sus canoas y desembarcaron en el puerto de la ciudad, y salidos en tierra, se vinieron a poner en presencia del gobernador, y dijeron que ellos venían a dar la obediencia a Su Majestad y a ser amigos de los españoles, y que si hasta allí no habían guardado la paz, había sido por atrevimiento de algunos mancebos locos que sin su licencia salían y daban causa a que se creyese que ellos quebraban y rompían la paz, y que los tales habían sido castigados; y rogaron al gobernador los recebiese y hiciese paz con ellos y con los españoles, y que ellos la guardarían y conservarían, estando presentes los religiosos y clérigos y oficiales de Su Majestad. Hecho su mensaje, el gobernador los recebió con todo buen amor y les dio por respuesta que era contento de los rescebir por vasallos de Su Majestad y por amigos de los cristianos, con tanto que guardasen las condiciones de la paz y no la rompiesen como otras veces lo habían hecho, con apercebimiento que los tendrían por enemigos capitales y les harían la guerra; y de esta manera se asentó la paz y quedaron por amigos de los españoles y de los naturales guaraníes, y de allí adelante los mandó favorescer y socorrer de mantenimientos; y las condiciones y posturas de la paz, para que fuese guardada y conservada, fue que los dichos indios agaces principales, ni los otros de su generación, todos juntos ni divididos, en manera alguna, cuando hobiesen de venir en sus canoas por la ribera del río del Paraguay, entrando por tierra de los guaraníes, o hasta llegar al puerto de la ciudad de la Ascensión, hobiese de ser y fuese de día claro y no de noche, y por la otra parte de la ribera del río, no por donde los otros indios guaraníes y españoles tienen sus pueblos y labranzas; y que no saltasen en tierra, y que cesase la guerra que tenían con los indios guaraníes y no les hiciesen ningún mal ni daño, por ser, como eran, vasallos de Su Majestad; que volviesen y restituyesen ciertos indios y indias de la dicha generación que habían captivado durante el tiempo de la paz, porque eran cristianos y se quejaban sus parientes, y que a los españoles y indios guaraníes que anduviesen por el río a pescar y por la tierra a cazar no les hiciesen daño ni les impidiesen la caza y pesquería, y que algunas mujeres, hijas y parientas de los agaces, que habían traído a las doctrinar, que las dejasen permanescer en la santa obra y no las llevasen ni hiciesen ir ni ausentar; y que guardando las condiciones los temían por amigos, y donde no, por cualquier de ellas que así no guardasen, procederían contra ellos; y siendo por ellos bien entendidas las condiciones y apercebimientos, prometieron de las guardar, y de esta manera se asentó con ellos la paz y dieron la obediencia. CAPÍTULO XVIII De las querellas que dieron al gobernador los pobladores de los oficiales de Su Majestad Luego dende a pocos días que fue llegado a la ciudad de la Ascensión el gobernador, visto que había en ella muchos pobres y necesitados, los proveyó de ropas, camisas, calzones y otras cosas, con que fueron remediados, y proveyó a muchos de armas, que no las tenían, todo a su costa, sin interés alguno; y rogó a los oficiales de Su Majestad que no les hiciesen los agravios y vejaciones que hasta allí les habían hecho y hacían, de que se querellarían de ellos gravemente todos los conquistadores y pobladores, así sobre la cobranza de deudas debidas a Su Majestad, como derechos de una nueva imposición que inventaron y pusieron, de pescado y manteca, de la miel, maíz y otros mantenimientos y pellejos de que se vestían, y que habían y compraban de los indios naturales; sobre lo cual los oficiales hicieron al gobernador muchos requerimientos para proceder en la cobranza y el gobernador no se lo consintió, de donde le cobraron grande odio y enemistad, y por vías indirectas intentaron de hacerle todo el mal y daño que pudiesen, movidos con mal celo; de que resultó prenderlos y tenerlos presos por virtud de las informaciones que contra ellos se tomaron. CAPÍTULO XIX Cómo se querellaron al gobernador de los indios guaycurúes Los indios principales de la ribera y comarca del río del Paraguay, y más cercanos a la ciudad de la Ascensión, vasallos de Su Majestad, todos juntos parescieron ante el gobernador y se querellaron de una generación de indios que habitan cerca de sus confines, los cuales son muy guerreros y valientes, y se mantienen de la caza de los venados, mantecas y miel, y pescado del río, y puercos que ellos matan, y no comen otra cosa ellos y sus mujeres y hijos, y éstos cada día la matan y andan a cazar con su puro trabajo; y son tan ligeros y recios, que corren tanto tras los venados, y tanto les dura el aliento, y sufren tanto el trabajo de correr, que los cansan y toman a mano, y otros muchos matan con las flechas, y matan muchos tigres y otros animales bravos. Son muy amigos de tratar bien a las mujeres, no tan solamente las suyas propias, que entre ellos tienen muchas preeminencias; mas en las guerras que tienen, si captivan algunas mujeres, danles libertad y no les hacen daño ni mal; todas las otras generaciones les tienen gran temor; nunca están quedos de dos días arriba en un lugar; luego levantan sus casas, que son de esteras, y se van una legua o dos desviados de donde han tenido asiento, porque la caza, como es por ellos hostigada, huye y se va, y vanla siguiendo y matando. Esta generación y otras que se mantienen de las pesquerías y de unas algarrobas que hay en la tierra, a las cuales acuden por los montes donde están estos árboles, a coger como puercos que andan a montanera, todos en un tiempo, porque es cuando está madura el algarroba por el mes de noviembre a la entrada de diciembre, y de ella hacen harina y vino, el cual sale tan fuerte y recio, que con ello se emborrachan. CAPÍTULO XX Cómo el gobernador pidió información de la querella Asimismo se querellaron los indios principales al gobernador de los indios guaycurúes que les habían desposeído de su propia tierra, y les habían muerto sus padres y hermanos y parientes; y pues ellos eran cristianos y vasallos de Su Majestad, los amparase y restituyese en las tierras que les tenían tomadas y ocupadas los indios, porque en los montes y en las lagunas y ríos de ellas tenían sus cazas y pesquerías, y sacaban miel, conque se mantenían ellos y sus hijos y mujeres, y lo traían a los cristianos; porque después que a aquella tierra fue el gobernador, se les habían hecho las dichas fuerzas y muertes. Vista por el gobernador la querella de los indios principales, los nombres de los cuales son: Pedro de Mendoza, y Juan de Salazar Cupirati, y Francisco Ruiz Mayraru, y Lorenzo Moquiraci, y Gonzalo Mayraru, y otros cristianos nuevamente convertidos, porque se supiese la verdad de lo contenido en su querella y se hiciese y procediese conforme a derecho, por las lenguas intérpretes el gobernador les dijo que trujesen información de lo que decían; la cual dieron y presentaron de muchos testigos cristianos españoles, que habían visto y se hallaron presentes en la tierra cuando los indios guaycurúes les habían hecho los daños y les habían echado de la tierra, despoblando un pueblo que tenían muy grande y cercado de fuerte palizada, que se llama Caguazu, y recebida la dicha información, el gobernador mandó llamar y juntar los religiosos y clérigos que allí estaban, conviene a saber: el comisario fray Bernaldo de Armenia y fray Alonso Lebrón, su compañero, y el bachiller Martín de Armenia y Francisco de Andrada, clérigos, para que viesen la información y diesen su parescer si la guerra se les podía hacer a los indios guaycurúes justamente. Y habiendo dado su parescer, firmado de sus nombres, que con mano armada podía ir contra los dichos indios a les hacer la guerra, pues eran enemigos capitales, el gobernador mandó que dos españoles que entendían la lengua de los indios guaycurúes, con un clérigo llamado Martín de Armenia, acompañados de cincuenta españoles, fuesen a buscar los indios guaycurúes, y a les requerir diesen la obediencia a Su Majestad y se apartasen de la guerra que hacían a los indios guaraníes, y los dejasen andar libres por sus tierras, gozando de las cazas y pesquerías de ellas; y que de esta manera los temía por amigos y los favorescería; y donde no, lo contrario haciendo, que les haría la guerra como a enemigos capitales. Y así se partieron los susodichos, encargándoles tuviesen especial cuidado de les hacer los apercibimientos una, y dos, y tres veces con toda templanza. E idos, dende a ocho días volvieron, y dijeron y dieron fe que hicieron el dicho apercibimiento a los indios, y que hecho, se pusieron en armas contra ellos, diciendo que no querían dar la obediencia ni ser amigos de los españoles ni de los indios guaraníes, y que se fuesen luego de su tierra; y ansí, les tiraron muchas flechas, y vinieron de ellos heridos; y visto lo susodicho por el gobernador, mandó apercebir hasta doscientos hombres arcabuceros y ballesteros, y doce de caballo, y con ellos partió de la ciudad de la Ascensión, jueves 12 días del mes de julio de 1542 años. Y porque había de pasar de la otra parte del río del Paraguay, mandó que fuesen dos bergantines para pasar la gente y caballos, y que aguardasen en un lugar de indios que está en la ribera del dicho río del Paraguay, de la generación de los guaraníes, que se llama Tapua, que su principal se llama Mormocen, un indio muy valiente y temido en aquella tierra, que era ya cristiano, y se llamaba Lorenzo, cuyo era lugar de Caguazu, que los guaycurúes le habían tomado; y por tierra había de ir toda la gente y caballos hasta allí, y estaba de la ciudad de la Ascensión hasta cuatro leguas, y fueron caminando el dicho día, y por el camino pasaban grandes escuadrones de indios de la generación de los guaraníes, que se habían de juntar en el lugar de Tapua para ir en compañía del gobernador. Era cosa muy de ver la orden que llevaban, y el aderezo de guerra, de muchas flechas, muy emplumados con plumas de papagayos, y sus arcos pintados de muchas maneras y con instrumentos de guerra, que usan entre ellos, de atabales y trompetas y cornetas, y de otras formas; y el dicho día llegaron con toda la gente de caballo y de a pie al lugar de Tapua, donde hallaron muy gran cantidad de los indios guaraníes, que estaban aposentados, así en el pueblo como fuera, por las arboledas de la ribera del río; y el Mormocen, indio principal, con otros principales indios que allí estaban, parientes suyos, y con todos los demás, los salieron a recebir al camino un tiro de arco de su lugar, y tenían muerta y traían mucha caza de venados y avestruces, que los indios habían muerto aquel día y otro antes; y era tanta, que se dio a toda la gente, con que comieron y lo dejaban de sobra; y luego los indios principales, hecha su junta, dijeron que era necesario enviar indios y cristianos que fuesen a descubrir la tierra por donde habían de ir, y a ver el pueblo y asiento de los enemigos, para saber si habían traído noticia de la ida de los españoles, y si se velaban de noche; luego, paresciéndole al gobernador que convenía tomar los avisos, envió dos españoles con el mismo Mormocen, indio, y con otros indios valientes que sabían la tierra. E idos, volvieron otro día siguiente, viernes en la noche, y dijeron cómo los indios guaycurúes habían andado por los campos y montes cazando, como es costumbre suya, y poniendo fuego por muchas partes; y que a lo que habían podido reconoscer, aquel día mismo habían levantado su pueblo, y se iban cazando y caminando con sus hijos y mujeres, para asentar en otra parte, donde se pudiesen mantener de la caza y pesquerías, y que les parescía que no habían tenido hasta entonces noticia ni sentimiento de su ida, y que dende allí hasta donde los indios podían estar y asentar su pueblo habría cinco o seis leguas, porque se parescían los fuegos por donde andaban cazando. CAPÍTULO XXI Cómo el gobernador y su gente pasaron el río y se ahogaron dos cristianos Este mismo día viernes llegaron los bergantines allí para pasar las gentes y caballos de la otra parte del río, y los indios habían traído muchas canoas; y bien informado el gobernador de lo que convenía hacerse, platicado con sus capitanes, fue acordado que luego el sábado siguiente por la mañana pasase la gente para proseguir la jornada y ir en demanda de los indios guaycurúes, y mandó que se hiciesen balsas de las canoas para poder pasar los caballos; y en siendo de día, toda la gente puesta en orden, comenzaron a embarcarse y pasar en los navíos y en las balsas, y los indios en las canoas; era tanta la priesa del pasar y la grita de los indios, como era tanta gente, que era cosa muy de ver; tardaron en pasar dende las seis de la mañana hasta las dos horas después de mediodía, no embargante que había bien doscientas canoas, en que pasaron. Allí suscedió un caso de mucha lástima, que como los españoles procuraban de embarcarse primero unos que otros, cargando en una barca mucha gente al un bordo, hizo balance y se trastornó de manera, que volvió la quilla arriba y tomó debajo toda la gente, y si no fueran también socorridos, todos se ahogaran; porque, como había muchos indios en la ribera, echáronse al agua y volcaron el navío; y como en aquella parte había mucha corriente, se llevó dos cristianos, que no pudieron ser socorridos, y los fueron a hallar el río abajo ahogados; el uno se llamaba Diego de Isla, vecino de Málaga, y el otro, Juan de Valdés, vecino de Palencia. Pasada toda la gente y caballos de la otra parte del río, los indios principales vinieron a decir al gobernador que era su costumbre que cuando iban a hacer alguna guerra hacían su presente al capitán suyo, y que ansí, ellos, guardando su costumbre, lo querían hacer; que le rogaban lo recebiese; y el gobernador, por les hacer placer, lo aceptó; y todos los principales, uno a uno, le dieron una flecha y un arco pintado, muy galán, y tras de ellos, todos los indios, cada uno trujo una flecha pintada y emplumada con plumas de papagayos, y estuvieron en hacer los dichos presentes hasta que fue de noche, y fue necesario quedarse allí en la ribera del río a dormir aquella noche, con buena guarda y centinela que hicieron. CAPÍTULO XXII Cómo fueron las espías por mandado del gobernador en seguimiento de los indios guaycurúes El dicho día sábado fue acordado por el gobernador, con parescer de sus capitanes y religiosos, que, antes que comenzasen a marchar por la tierra, fuesen los adalides a descubrir y saber a qué parte los indios guaycurúes habían pasado y asentado pueblo, y de la manera que estaban, para poderles acometer y echar de la tierra de los indios guaraníes; y ansí, se partieron los indios, espías y cristianos, y al cuarto de la modorra vinieron, y dijeron que los indios habían todo el día cazado, y que delante iban caminando sus mujeres y hijos, y que no sabían adónde irían a tomar asiento; y sabido lo susodicho, en la misma hora fue acordado que marchasen lo más encubiertamente que pudiesen, caminando tras de los indios, y que no se hiciesen fuegos de día, porque no fuese descubierto el ejército, ni se desmandasen los indios que allí iban a cazar ni a otra cosa alguna; y acordado sobre esto, domingo de mañana partieron con buena orden, y fueron caminando por unos llanos y por entre arboledas, por ir más encubiertos; y de esta manera fueron caminando, llevando siempre delante indios que descubrían la tierra, muy ligeros y corredores, escogidos para aquel efecto, los cuales siempre venían a dar aviso; y demás de esto, iban las espías con todo cuidado en seguimiento de los enemigos, para tener aviso cuando hobiesen asentado su pueblo, y la orden que el gobernador dio para marchar el campo fue, que todos los indios que consigo llevaba iban hechos un escuadrón, que duraba bien una legua, todos con sus plumajes de papagayos muy galanes y pintados, y con sus arcos y flechas, con mucha orden y concierto; los cuales llevaban el avanguardia, y tras de ellos, en el cuerpo de la batalla, iban el gobernador con la gente de caballo, y luego la infantería de los españoles, arcabuceros y ballesteros, con el carruaje de las mujeres que llevaban la munición y bastimentos de los españoles, y los indios llevaban su carruaje en medio de ellos; y de esta forma y manera fueron caminando hasta el mediodía, que fueron a reposar debajo de unas grandes arboledas; y habiendo allí comido y reposado toda la gente y indios, tornaron a caminar por las veredas, que iban seguidas por vera de los montes y arboledas, por donde los indios, que sabían la tierra, los guiaban; y en todo el camino y campos que llevaron a su vista, había tanta caza de venados y avestruces, que era cosa de ver; pero los indios ni los españoles no salían a la caza, por no ser descubiertos ni vistos por los enemigos; y con la orden iban caminando, llevando los indios guaraníes la vanguardia, según está dicho, todos hechos un escuadrón, en buena orden, en que habría bien diez mil hombres, que era cosa muy de ver cómo iban todos pintados de almagra y otras colores, y con tantas cuentas blancas por los cuellos, y sus penachos, y con muchas planchas de cobre, que, como el Sol reverberaba en ellas, daban de sí tanto resplandor, que era maravilla de ver, los cuales iban proveídos de muchas flechas y arcos. CAPÍTULO XXIII Cómo, yendo siguiendo los enemigos, fue avisado el gobernador cómo iban adelante Caminando el gobernador y su gente por la orden ya dicha todo aquel día, después de puesto Sol, a hora del Ave María, sucedió un escándalo y alboroto entre los indios que iban en la hueste; y fue el caso que se vinieron apretar los unos con los otros y se alborotaron con la venida de un espía que vino de los indios guaycurúes, que los puso en sospecha que se querían retirar de miedo de ellos, la cual les dijo que iban adelante, y que los había visto todo el día cazar por toda la tierra, y que todavía iban adelante caminando sus mujeres y hijos, y que creían que aquella noche asentaría su pueblo, y que los indios guaraníes habían sido avisados de unas esclavas que ellos habían captivado pocos días había, de otra generación de indios que se llaman merchireses, y que ellos habían oído decir a los de su generación que los guaycurúes tenían guerra con la generación de los indios que se llaman guatataes, y que creían que iban a hacerlos daño a su pueblo, y que a esta causa iban caminando a tanta priesa por la tierra; y porque las espías iban tras de ellos caminando hasta los ver adonde hacían parada y asiento, para dar el aviso de ello; y sabido por el gobernador lo que la espía dijo, visto que aquella noche hacía buena Luna clara, mandó que por la misma orden todavía fuesen caminando todos adelante sobre aviso, los ballesteros con sus ballestas armadas, y los arcabuceros cargados los arcabuces y las mechas encendidas (según que en tal caso convenía); porque, aunque los indios guaraníes iban en su compañía y eran también sus amigos, tenían todo cuidado de recatarse y guardarse de ellos tanto como de los enemigos, porque suelen hacer mayores traiciones y maldades si con ellos se tiene algún descuido y confianza; y así, suelen hacer de las suyas. CAPÍTULO XXIV De un escándalo que causó un tigre entre los españoles y los indios Caminando el gobernador y su gente por vera de unas arboledas muy espesas, ya que quería anochecer atravesóse un tigre por medio de los indios, de lo cual hobo entre ellos tan grande escándalo y alboroto, que hicieron a los españoles tocar al arma, y los españoles, creyendo que se querían volver contra ellos, dieron en los indios con apellido de Santiago, y de aquella refriega hirieron algunos indios; y visto por los indios, se metieron por el monte adentro huyendo, y hobieran herido con dos arcabuzazos al gobernador, porque le pasaron las pelotas a raíz de la cara; los cuales se tuvo por cierto que le tiraron maliciosamente por lo matar, por complacer a Domingo de Irala, porque le había quitado el mandar de la tierra, como solía. Y visto por el gobernador que los indios se habían metido por los montes, y que convenía remediar y apaciguar, tan grandes escándalos y alboroto, se apeó solo, y se lanzó en el monte con los indios, animándolos y diciéndoles que no era nada, sino que aquel tigre había causado aquel alboroto, y que él y su gente española eran sus amigos y hermanos, y vasallos de Su Majestad, y que fuesen todos con él adelante a echar los enemigos de la tierra, pues que los tenían muy cerca. Y con ver los indios al gobernador en persona entre ellos, y con las cosas que les dijo, ellos se asosegaron, y salieron del monte con él; y es cierto que en aquel trance estuvo la cosa en punto de perderse todo el campo, porque si los dichos indios huían y se volvían a sus casas, nunca se aseguraran ni fiaran de los españoles, ni sus amigos y parientes; y ansí, se salieron, llamando el gobernador a todos los principales por sus nombres, que se habían metido en los montes con los otros, los cuales estaban muy atemorizados, y les dijo y aseguró que viniesen con él seguros, sin ningún miedo ni temor; y que si los españoles los habían querido matar, ellos habían sido la causa, porque se habían puesto en arma, dando a entender que los querían matar, porque bien entendido tenían que había sido la causa aquel tigre que pasó entre ellos, y que había puesto el temor a todos, y que, pues eran amigos, se tornasen a juntar, pues sabían que la guerra que iban a hacer era y tocaba a ellos mismos, y por su respecto se la hacía, porque los indios guaycurúes nunca los habían visto ni conoscido los españoles, ni hecho ningún enojo ni daño, y que por amparar y defender a ellos, y que no les fuesen hechos daños algunos, iban contra los dichos indios. Siendo tan rogados y persuadidos por el gobernador por buenas palabras, salieron todos a ponerse en su mano muy atemorizados, diciendo que ellos se habían escandalizado yendo caminando, pensando que del monte salían sus enemigos, los que iban a buscar, y que iban huyendo a se amparar con los españoles, y que no era otra la causa de su alteración; y como fueron sosegados los indios principales, luego los otros de su generación se juntaron, y sin que hobiese ningún muerto; y ansí juntos, el gobernador mandó que todos los indios de allí adelante fuesen a la retaguardia, y los españoles en el avanguardia, y la gente de a caballo delante de toda la gente de los indios españoles; y mandó que todavía caminasen como iban en la orden, por dar más contento a los indios, y viesen la voluntad con que iban contra sus enemigos, y perdiesen el temor de lo pasado, porque, si se rompiera con los indios, y no se pusiera remedio, todos los españoles que estaban en la provincia no se pudieran sustentar ni vivir en ella, y la habían de desamparar forzosamente; y ansí, fue caminando hasta dos horas de la noche, que paró con toda la gente, a do cenaron de lo que llevaban, debajo de unos árboles. CAPÍTULO XXV De cómo el gobernador y su gente alcanzaron a los enemigos A hora de las once de la noche, después de haber reposado los indios y españoles que estaban en el campo, sin consentir que hiciesen lumbre ni fuego ninguno, porque no fuesen sentidos de los enemigos, a la hora llegó una de las espías y descubridores que el gobernador había enviado para saber de los enemigos, y dijo que los dejaba asentando su pueblo; lo cual holgó mucho de oír el gobernador, porque tenía temor que hobiesen oído los arcabuces al tiempo que los dispararon en el alboroto y escándalo de aquella noche; y haciéndole preguntar a la espía a do quedaban los indios, le dijo que quedarían tres leguas de allí; y sabido esto por el gobernador, mandó levantar el campo, y caminó luego toda la gente, yendo con ella poco a poco, por detenerse en el camino y llegar a dar en ellos al reír del alba, lo cual ansí convenía para seguridad de los indios amigos que consigo llevaban, y les dio por señal unas cruces de yeso, en los pechos puestas y señaladas, y en las espaldas también, porque fuesen conoscidos de los españoles, y no los matasen, pensando que eran los enemigos. Mas, aunque esto llevaban para remedio de su seguridad y peligro, entrando de noche en las casas, no bastaban para la fuga de las espadas, porque también se hieren y matan los amigos como los enemigos; y ansí caminaron hasta que el alba comenzó a romper, al tiempo que estaban cerca de las casas y pueblos de los enemigos esperando que aclarase el día para darles la batalla. Y porque no fuesen entendidos ni sentidos de ellos, mandó que hinchesen a los caballos las bocas de yerba sobre los frenos, porque no pudiesen relinchar; y mandó a los indios que tuviesen cercado el pueblo de los enemigos, y les dejasen una salida por donde pudiesen huir al monte, por no hacer mucha carnecería en ellos. Y estando así esperando, los indios guaraníes que consigo traía el gobernador se morían de miedo de ellos, y nunca pudo acabar con ellos que acometiesen a los enemigos. Y estándoles el gobernador rogando y persuadiendo a ello, oyeron los alambores que tañían los indios guaycurúes; los cuales estaban cantando y llamando todas las nasciones, diciendo que viniesen a ellos, porque ellos eran pocos y más valientes que todas las otras nasciones de la tierra, y eran señores de ella y de los venados y de todos los otros animales de los campos, y eran señores de los ríos, y de los pesces que andaban en ellos; porque lo tal tienen de costumbre aquella nasción, que todas las noches del mundo se velan de esta manera; y al tiempo que ya se venía el día, salieron un poco adelante, y echáronse en el suelo; y estando así, vieron el bulto de la gente y las mechas de los arcabuces; y como los enemigos reconoscieron tanto bulto de gentes y muchas lumbres de las mechas, hablaron alto, diciendo: «¿Quién sois vosotros, que osáis venir a nuestras casas?» Y respondióles un cristiano que sabía su lengua, y díjoles: «Yo soy Héctor (que así se llamaba la lengua que lo dijo), y vengo con los míos a hacer el trueque (que en su lengua quiere decir venganza) de la muerte de los batatos que vosotros matastes.» Entonces respondieron los enemigos: «Vengáis mucho en mal hora; que también habrá para vosotros como hobo para ellos.» Y acabado de decir esto, arrojaron a los españoles los tizones de fuego que traían en las manos, y volvieron corriendo a sus casas, y tomaron sus arcos y flechas, y volvieron contra el gobernador y su gente con tanto ímpetu y braveza, que parescía que no los tenían en nada: los indios que llevaba consigo el gobernador se retiraran y huyeran si osaran. Y visto esto por el gobernador, encomendó el artillería de campo que llevaba a D. Diego de Barba, y al capitán Salazar la infantería de todos los españoles y indios, hechos dos escuadrones, y mandó echar los pretales de los cascabeles a los caballos, y puesta la gente en orden, arremetieron contra los enemigos con el apellido y nombre de Señor Santiago, el gobernador delante en su caballo, tropellando cuantos hallaba delante; y como vieron los indios enemigos los caballos, que nunca los habían visto, fue tanto el espanto que tomaron de ellos, que huyeron para los montes cuanto pudieron, hasta meterse en ellos, y al pasar por su pueblo pusieron fuego a una casa; y como son de esteras, de juncos y de enea, comenzó a arder, y a esta causa se emprendió el fuego por todas las otras, que serían hasta veinte casas levadizas, y cada casa era de quinientos pasos. Habría en esta gente hasta cuatro mil hombres de guerra, los cuales se retiraron detrás del humo que los fuegos de las casas hacían; y estando así cubiertos con el humo mataron dos cristianos y descabezaron doce indios, de los que consigo llevaban, de esta manera, tomándolos por los cabellos, y con unos tres o cuatro dientes que traen en un palillo, que son de un pescado que se dice palometa. Este pescado corta los anzuelos con ellos, y teniendo a los prisioneros por los cabellos, con tres o cuatro refregones que les dan, corriendo la mano por el pescuezo y torciéndola un poco, se lo cortan, y quitan la cabeza, y se la llevan en la mano, asida por los cabellos; y aunque van corriendo, muchas veces lo suelen hacer así tan fácilmente como si fuese otra cosa más ligera. CAPÍTULO XXVI Cómo el gobernador rompió los enemigos Rompidos y desbaratados los indios, y yendo en su seguimiento el gobernador y su gente, uno de a caballo que iba con el gobernador, que se halló muy junto a un indio de los enemigos, el cual indio se abrazó al pescuezo de la yegua en que iba él caballero, y con tres flechas que llevaba en la mano dio por el pescuezo a la yegua, que se lo pasó por tres partes, y no lo pudieron quitar hasta que allí lo mataron; y si no se hallara presente el gobernador la victoria por nuestra parte estuviera dudosa. Esta gente de estos indios son muy grandes y muy ligeros, son muy valientes y de grandes fuerzas, viven gentílicamente, no tienen casas de asiento, mantiénense de montería y de pesquería; ninguna nasción los venció si no fueron españoles. Tienen por costumbre que si alguno los venciese, se les darían por esclavos. Las mujeres tienen por costumbre y libertad que si a cualquier hombre que los suyos hobieren prendido y captivado, queriéndolo matar, la primera mujer que lo viera lo liberta, y no puede morir ni menos ser captivo; y queriendo estar entre ellos el tal captivo, lo tratan y quieren como si fuese de ellos mismos. Y es cierto que las mujeres tienen más libertad que la que dio la reina doña Isabel, nuestra señora, a las mujeres de España; y cansado el gobernador y su gente de seguir al enemigo, se volvió al real, y recogida la gente con buena orden, comenzó a caminar, volviéndose a la ciudad de la Ascensión; e yendo por el camino, los indios guaycurúes por muchas veces los siguieron y dieron arma, lo cual dio causa a que el gobernador tuviese mucho trabajo en traer recogidos los indios que consigo llevó, porque no se los matasen los enemigos que habían escapado de la batalla; porque los indios guaraníes que habían ido en su servicio tienen por costumbre que, en habiendo una pluma o una flecha o una estera de cualquiera de los enemigos, se vienen con ella para su tierra solos, sin aguardar otro ninguno; y ansí acontesció matar veinte guaycurúes a mil guaraníes, tomándolos solos y divididos; tomaron en aquella jornada el gobernador y su gente hasta cuatrocientos prisioneros, entre hombres y mujeres y mochachos, y caminando por el camino, la gente de a caballo alancearon y mataron muchos venados; de que los indios se maravillaban mucho de ver que los caballos fuesen tan ligeros que los pudiesen alcanzar. También los indios mataron con flechas y arcos muchos venados; y a hora de las cuatro de la tarde vinieron a reposar debajo de unas grandes arboledas, donde dormieron aquella noche, puestas centinelas y a buen recaudo. CAPÍTULO XXVII De cómo el gobernador volvió a la ciudad de la Ascensión con toda su gente Otro día siguiente, siendo de día claro, partieron en buena orden, y fueron caminando y cazando, así los españoles de a caballo como los indios guaraníes, y se mataron muchos venados y avestruces, y ansimismo la gente española con las espadas mataron algunos venados que venían a dar al escuadrón huyendo de la gente de a caballo y de los indios, que era cosa de ver y de muy gran placer ver la caza que se hizo el dicho día; y hora y media antes que anocheciese llegaron a la ribera del río del Paraguay, donde había dejado el gobernador los dos bergantines y canoas, y este día comenzó a pasar alguna de la gente y caballos; y otro día siguiente, dende la mañana hasta el mediodía, se acabó todo de pasar; y caminando, llegó a la ciudad de la Ascensión con su gente, donde había dejado para su guarda doscientos y cincuenta hombres. y por capitán a Gonzalo de Mendoza, el cual tenía presos seis indios de una generación que se llaman yapirúes, la cual es una gente crescida, de grandes estaturas, valientes hombres, guerreros y grandes corredores, y no labran ni crían: mantiénense de la caza y pesquería; son enemigos de los indios guaraníes y de los guaycurúes. Y habiendo hablado Gonzalo de Mendoza al gobernador, le informó y dijo que el día antes habían venido los indios y pasado el río del Paraguay, diciendo que los de su generación habían sabido de la guerra que habían ido a hacer y se había hecho a los indios guaycurúes, y que ellos y todas las otras generaciones estaban por ello atemorizados, y que su principal los enviaba a hacer saber cómo deseaban ser amigos de los cristianos; y que si ayuda fuese menester contra los guaycurúes, que vernían; y que él había sospechado que los indios venían a hacer alguna traición y a ver su real, debajo de aquellos ofrecimientos, y que por esta razón los había preso hasta tanto que se pudiese bien informar y saber la verdad; y sabido lo susodicho por el gobernador, los mandó luego soltar y que fuesen traídos ante él; los cuales fueron luego traídos, y les mandó hablar con una lengua intérprete español que entendía su lengua, y les mandó preguntar la causa de su venida a cada uno por sí. Y entendiendo que de ello redundara provecho y servicio de Su Majestad, les hizo buen tratamiento y les dio muchas cosas de rescates para ellos y para su principal, diciéndoles cómo él los recebía por amigos y por vasallos de Su Majestad, y que del gobernador serían bien tratados y favorescidos, con tanto que se apartasen de la guerra que solían tener con los guaraníes, que eran vasallos de Su Majestad, y de hacerles daño; porque les hacía saber que ésta había sido la causa principal por que les había hecho guerra a los indios guaycurúes; y ansí los despidió y se partieron muy alegres y contentos. CAPÍTULO XXVIII De cómo los indios agaces rompieron las paces Demás de lo que Gonzalo de Mendoza dijo y avisó al gobernador, de que se hace mención en el capítulo antes que éste, le dijo que los indios de la generación de los agaces, con quien se habían hecho y asentado las paces la noche del propio día que partió de la ciudad de la Ascensión a hacer la guerra a los guaycurúes, habían venido con mano armada a poner fuego a la ciudad) hacerles la guerra, y que habían sido sentidos por las centinelas, que tocaron al arma; y ellos, conosciendo que eran sentidos, se fueron huyendo, y dieron en las labranzas y caserías de los cristianos, de los cuales tomaron muchas mujeres de la generación de los guaraníes, de cristianas nuevamente convertidas, y que de allí adelante habían venido cada noche a saltear y robar la tierra, y habían hecho muchos daños a los naturales por haber rompido la paz; y las mujeres que habían dado en rehenes, que eran de su generación, para que guardarían la paz, la misma noche que ellos vinieron habían huido, y les habían dado aviso cómo el pueblo quedaba con poca gente, y que era buen tiempo para matar los cristianos; y por aviso de ellas vinieron a quebrantar la paz y hacer la guerra, como lo acostumbraban; y habían robado las caserías de los españoles, donde tenían sus mantenimientos, y se los habían llevado, con más de treinta mujeres de los guaraníes. Y oído esto por el gobernador, y tomada información de ello, mandó llamar los religiosos y clérigos, y a los oficiales de Su Majestad y a los capitanes, a los cuales dio cuenta de lo que los agaces habían hecho en rompimiento de las paces, y les rogó, y de parte de Su Majestad les mandó, que diesen su parescer (como Su Majestad lo mandó, que lo tomase, y con él hiciese lo que conviniese), firmándolo todos ellos de sus nombres y mano, y siendo conformes a una cosa, hiciese lo que ellos le aconsejasen; y platicado el negocio entre todos ellos, y muy bien mirado, fueron de acuerdo y le dieron por parescer que les hiciese la guerra a fuego y a sangre, por castigarlos de los males y daños que continuo hacían en la tierra; y siendo éste su parescer, estando conformes, lo firmaron de sus nombres. Y para más justificación de sus delitos, el gobernador mandó hacer proceso contra ellos ; y hecho, lo mandó juntar y acumular con otros cuatro procesos que habían hecho contra ellos; antes que el gobernador fuese los cristianos que antes en la tierra estaban habían muerto más de mil de ellos por los males que en la tierra continuamente hacían. CAPÍTULO XXIX De cómo el gobernador soltó uno de los prisioneros guaycurúes, y envió llamar los otros Después de haber hecho lo que dicho es contra los agaces, mandó el gobernador llamar a los indios principales guaraníes que se hallaron en la guerra de los guaycurúes, y les mandó que le trujesen todos los prisioneros que habían habido y traído de la guerra de los guaycurúes, y les mandó que no consintiesen que los guaraníes escondiesen ni traspusiesen ninguno de los dichos prisioneros, so pena que el que lo hiciese sería muy bien castigado; y así, trujeron los españoles los que habían habido, y a todos juntos les dijo que Su Majestad tenía mandado que ninguno de aquellos guaycurúes no fuese esclavo, porque no se habían hecho con ellos las diligencias que se habían de hacer, y antes era más servido que se les diese libertad; y entre los tales indios prisioneros estaba uno muy gentil hombre y de muy buena proporción, y por ello el gobernador lo mandó soltar y poner en libertad, y le mandó que fuese a llamar los otros todos de su generación; que él quería hablarles de parte de Su Majestad y recebirlos en su nombre por sus vasallos, y que, siéndolo, él los ampararía y defendería, y les daría siempre rescate y otras cosas; y dióle algunos rescates, con que se partió muy contento para los suyos, y ansí se fue, y dende a cuatro días volvió y trujo consigo a todos los de su generación, los cuales muchos de ellos estaban malheridos; y ansí como estaban vinieron todos, sin faltar ninguno. CAPÍTULO XXX Cómo vinieron a dar la obediencia los indios guaycurúes a Su Majestad Dende a cuatro días que el prisionero se partió del real, un lunes por la mañana llegó a la orilla del río con toda la gente de su nasción, los cuales estaban debajo de una arboleda a la orilla del río del Paraguay; y sabido por el gobernador, mandó pasar muchas canoas con algunos cristianos y algunas lenguas con ellas, para que los pasasen a la ciudad, para saber y entender qué gente eran; y pasadas de la otra parte las canoas, y en ellas hasta veinte hombres de su nasción, vinieron ante el gobernador, y en su presencia se sentaron sobre un pie como es costumbre entre ellos, y dijeron por su lengua que ellos eran principales de su nasción de guaycurúes, y que ellos y sus antepasados habían tenido guerras con todas las generaciones de aquella tierra, así de los guaraníes como de los imperúes y agaces y guatataes y naperúes y mayaes, y otras muchas generaciones, y que siempre les habían vencido y maltratado, y ellos no habían sido vencidos de ninguna generación ni lo pensaron ser; y que pues habían hallado otros más valientes que ellos, que se venían a poner en su poder y a ser sus esclavos, para servir a los españoles; y pues el gobernador, con quien hablaban, era el principal de ellos, que les mandase lo que habían de hacer como a tales sus sujetos y obedientes; y que bien sabían los indios guaraníes que no bastaban ellos a hacerles la guerra, porque ellos no los temían ni tenían en nada, ni se atreverían a los ir a buscar y hacer la guerra si no fuera por los españoles; y que sus mujeres y hijos quedaban de la otra parte del río, y venían a dar la obediencia y hacer lo mismo que ellos; y que por ellos, y en nombre de todos, se venían a ofrescer al servicio de Su Majestad. CAPÍTULO XXXI De cómo el gobernador, hechas las paces con los guaycurúes, les entregó los prisioneros Y visto por el gobernador lo que los indios guaycurúes dijeron por su mensaje, y que una gente que tan temida era en toda la tierra venían con tanta humildad a ofrescerse y ponerse en su poder (lo cual puso grande espanto y temor en toda la tierra), les mandó decir por las lenguas intérpretes que él era allí venido por mandado de Su Majestad, y para que todos los naturales viniesen en conoscimiento de Dios nuestro Señor, y fuesen cristianos y vasallos de Su Majestad, y a ponerlos en paz y sosiego, y a favolescerlos y hacerlos buenos tratamientos y que si ellos se apartaban de las guerras y daños que hacían a los indios guaraníes, que él los ampararía y defendería y tendría por amigos, y siempre serían mejor tratados que las otras generaciones, y que les darían y entregarían los prisioneros que en la guerra les había tomado, así los que él tenía como los que tenían los cristianos en su poder, y los otros todos que tenían los guaraníes que en su compañía habían llevado (que tenían muchos de ellos); y poniéndolo en efecto, los prisioneros que en su poder estaban y los que los dichos guaraníes tenían, los trajeron todos ante el gobernador, y se los dio y entregó; y como los hobieron recebido, dijeron y afirmaron otra vez que ellos querían ser vasallos de Su Majestad, y dende entonces daban la obediencia y vasallaje, y se apartaban de la guerra de los guaraníes, y que dende en adelante vernían a traer en la ciudad todo lo que tomasen, para provisión de los españoles; y el gobernador se lo agradesció, y les repartió a los principales muchas joyas y rescates, y quedaron concertadas las paces, y de allí adelante siempre las guardaron, y vinieron todas las veces que el gobernador los envió a llamar, y fueron muy obedientes en sus mandamientos, y su venida era de ocho a ocho días a la ciudad, cargados de carne de venados y puercos monteses, asada en barbacoa. Esta barbacoa es como unas parrillas, y están dos palmos altas del suelo, y son de palos delgados, y echan la carne escalada encima, y ansí la asan; y traen mucho pescado y otros muchos mantenimientos, mantecas y otras cosas, y muchas mantas de lino que hacen de unos cardos, las cuales hacen muy pintadas; y asimismo muchos cueros de tigres y de antas y de venados, y de otros animales que matan; y cuando así vienen, dura la contratación de los tales mantenimientos dos días, y contratan los de la otra parte del río que están con sus ranchos; la cual contratación es muy grande, y son muy apacibles para los guaraníes, los cuales les dan, en trueque de lo que traen, mucho maíz y mandioca y mandubis, que es una fruta como avellanas o chufas, que se cría debajo de la tierra; también les dan y truecan arcos y flechas; y pasan el río a esta contratación doscientas canoas juntas, cargadas de estas cosas, que es la más hermosa cosa del mundo verlas ir; y como van con tanta priesa, algunas veces se encuentran las unas con las otras, de manera que toda la mercaduría y ellas van al agua; y los indios a quien acontesce lo tal, y los otros que están en tierra esperándolos, toman tan gran risa, que en dos días no se apacigua entre ellos el regocijo; y para ir a contratar van muy pintados y empenachados, y toda la plumería va por el río abajo, y mueren por llegar con sus canoas unos primero que otros, y ésta es la causa por donde se encuentran muchas veces; y en la contratación tienen tanta vocería, que no se oyen los unos a los otros, y todos están muy alegres y regocijados. CAPÍTULO XXXII Cómo vinieron los indios aperúes a hacer paz y dar la obediencia Dende a pocos días que los seis indios aperúes se volvieron para los suyos, después que los mandó soltar el gobernador para que fuesen a asegurar a los otros indios de su generación, un domingo de mañana llegaron a la ribera del Paraguay, de la otra parte, a vista de la ciudad de la Ascensión, hechos un escuadrón; los cuales hicieron seña a los de la ciudad, diciendo que quedan pasar a ella; y sabido por el gobernador, luego mandó ir canoas a saber qué gente eran; y como llegaron a tierra, los dichos indios se metieron en ellas y pasaron de esta otra parte hacia la ciudad; y venidos delante del gobernador, dijeron cómo eran de aperúes, y se sentaron sobre el pie, como gente de paz, según su costumbre; y sentados, dijeron que eran los principales de aquella generación llamada aperúes, y que venían a conoscerse con el principal de los cristianos y a lo tener por amigo y hacer lo que él les mandase; y que la guerra que se había hecho a los indios guaycurúes la habían sabido por toda la tierra, y que por razón de ello todas las generaciones estaban muy temerosas y espantadas de que los dichosa indios, siendo los más valientes y temidos, fuesen acometidos y vencidos y desbaratados por los cristianos; y que en señal de la paz y amistad que querían tener y conservar con los cristianos, trujeron consigo ciertas hijas suyas, y rogaron al gobernador que las recebiese, y para que ellos estuviesen más ciertos y seguros y los tuviesen por amigos, las daban en rehenes; y estando presentes a ello los capitanes y religiosos que consigo traía el gobernador, y ansímismo en presencia de los oficiales de Su Majestad, dijo que él era venido a aquella tierra a dar a entender a los naturales de ella cómo habían de ser cristianos y enseñados en la fe, y que diesen la obediencia a Su Majestad y tuviesen paz y amistad con los indios guaraníes, pues eran naturales de aquella tierra y vasallos de Su Majestad, y que, guardando ellos el amistad y otras cosas que les mandó de parte de su Majestad, los recebiría por sus vasallos y como a tales los ampararla y defenderla de todos, guardando la paz y amistad con todos los naturales de aquella tierra, y mandaría a todos los indios que los favoresciesen y tu viesen por amigos y dende allí los tuviesen por tales, y que cada y cuando que quisiesen pudiesen venir seguros a la ciudad de la Ascensión a rescatar y contratar con los cristianos y indios que en ella residían, como lo hacían los guaycurúes después que asentó la paz con ellos; y para tener seguro de ellos, el gobernador recebió las mujeres y hijos que le dieron, y también por que no se enojasen, creyendo que, pues no los tomaba, no los admitía; las cuales mujeres y mochachos el gobernador dio a los religiosos y clérigos para que los doctrinasen y enseñasen la doctrina cristiana, y los pusiesen en buenos usos y costumbres; y los indios se holgaron mucho de ello, y quedaron muy contentos y alegres por haber quedado por vasallos de Su Majestad, y dende luego como tales le obedescieron y propusieron de cumplir lo que por parte del gobernador les fue mandado; y habiéndoles dado muchos rescates, con que se alegraron y contentaron mucho, se fueron muy alegres. Estos indios de que se ha tratado nunca están quedos de tres días arriba en un asiento; siempre se mudan de tres a tres días, y andan buscando la caza y monterías y pesquerías para sustentarse, y traen consigo sus mujeres y hijos, y deseoso el gobernador de atraerlos a nuestra santa fe católica, preguntó a los clérigos y religiosos si había manera para poder industriar y doctrinar aquellos indios. Y le respondieron que no podía ser, por no tener los dichos indios asiento cierto, y porque se les pasaban los días y gastaban el tiempo en buscar de comer; y que por ser la necesidad tan grande de los mantenimientos, que no podían dejar de andar todo el día a buscarlos con sus mujeres y hijos y si otra cosa en contrario quisiesen hacer, morirían de hambre; y que sería por demás el trabajo que en ello se pusiese, porque no podrían venir ellos ni sus mujeres y hijos a la doctrina, ni los religiosos estar entre ellos, porque había poca seguridad y menos confianza. CAPÍTULO XXXIII De la sentencia que se dio contra los agaces, con parescer de los religiosos y capitanes y oficiales de Su Majestad Después de haber rescebido el gobernador a la obediencia de Su Majestad los indios (como habéis oído), mandó que le mostrasen el proceso y probanza que se había hecho contra los indios agaces; y visto por él y por los otros procesos que contra ellos se había hecho, paresció por ellos ser culpados por los robos y muertes que por toda la tierra habían hecho, mostró el proceso de sus culpas y la instrucción que tenía de Su Majestad a los clérigos y religiosos, estando presentes los capitanes y oficiales de Su Majestad; y habiéndolo muy bien visto todos juntamente, sin discrepar en ninguna cosa, le dieron por parescer que les hiciese la guerra a fuego y a sangre, porque así convenía al servicio de Dios y de Su Majestad; y por lo que resultaba por el proceso de sus culpas, conforme a derecho, los condenó a muerte a trece o a catorce de su generación que tenía presos; y entrando en la cárcel su alcalde mayor a sacarlos, con unos cuchillos que tenían escondidos dieron ciertas puñaladas a personas que entraron con el alcalde y los mataran si no fuera por otra gente que con ellos iban, que los socorrieron; y defendiéndose de ellos, fuéles forzado meter mano a las espadas que llevaban; y metiéronlos en tanta necesidad, que mataron dos de ellos y sacaron los otros a ahorcar en ejecución de la sentencia. CAPÍTULO XXXIV De cómo el gobernador tornó a socorrer a los que estaban en Buenos Aires Como las cosas estaban en paz y quietud, envió el gobernador a socorrer la gente que estaba en Buenos Aires, y al capitán Juan Romero, que había enviado a hacer el mismo socorro con dos bergantines y gente; para el cual socorro acordó enviar al capitán Gonzalo de Mendoza con otros dos bergantines cargados de bastimentos y cien hombres; y esto hecho, mandó llamar los religiosos y clérigos y oficiales de Vuestra Majestad, a los cuales dijo que pues no había cosa que impidiese el descubrimiento de aquella provincia, que se debía de buscar lumbre y camino por donde sin peligro y menos pérdida de gente se pusiese en efecto la entrada por tierra, por donde hubiese poblaciones de indios y que tuviesen bastimentos, apartándose de los despoblados y desiertos (porque había muchos en la tierra), y que les rogaba y encomendaba de parte de Su Majestad mirasen lo que más útil y provechoso fuese y les paresciese, y que sobre ello le diesen su parescer, los cuales religiosos y clérigos, y el comisario fray Bernaldo de Armenia, y fray Alonso Lebrón, de la orden del señor Sant Francisco; y fray Juan de Salazar, de la orden de la Merced; y fray Luis de Herrezuelo, de la orden de San Hierónimo; y Francisco de Andrada, el bachiller Martín de Almenza, y el bachiller Martínez, y Juan Gabriel de Lezcano, clérigos y capellanes de la iglesia de la ciudad de la Ascensión. Ansimismo pidió parescer a los oficiales de Su Majestad y a los capitanes; y habiendo platicado entre todos sobre ello, todos conformes dijeron que su parescer era que luego con toda brevedad se enviase a buscar tierra poblada por donde se pudiese ir a hacer la entrada y descubrimiento, por las causas y razones que el gobernador había dicho y propuesto, y así quedó aquel día sentado y concertado; y para que mejor se pudiese hacer el descubrimiento, y con más brevedad, mandó el gobernador llamar los indios más principales de la tierra y más antiguos de los guaraníes, y les dijo cómo él quería ir a descubrir las poblaciones a aquella provincia, de las cuales ellos le habían dado relación muchas veces; y que antes de lo poner en efecto quería enviar algunos cristianos a que por vista de ojos viesen el camino por donde habían de ir; y que pues ellos eran cristianos y vasallos de Su Majestad, tuviesen por bien de dar indios de su generación que supiesen el camino para los llevar y guiar de manera que se pudiese traer buena relación, y a Vuestra Majestad harían servicio y a ellos mucho provecho, allende que les sería pagado y gratificado; y los indios principales dijeron que ellos se iban, y proveerían de la gente que fuese menester cuando se la pidiesen, y allí se ofrescieron muchos de ir con los cristianos; el primero fue un indio principal del río arriba que se llamaba Aracare, y otros señalados que adelante se dirá; y vista la voluntad de los indios, se partieron con ellos tres cristianos lenguas, hombres pláticos en la tierra, y iban con ellos los indios que se le habían ofrescido muchas veces, de guaraníes y otras generaciones, los cuales habían pedido les diesen la empresa del descubrimiento; a los cuales encomendó que con toda diligencia y fidelidad descubriesen aquel camino, adonde tanto servicio harían a Dios y a Vuestra Majestad; y entretanto que los cristianos y indios ponían en efecto el camino, mandó adereszar tres bergantines y bastimentos y cosas necesarias, y con noventa cristianos envió al capitán Domingo de Irala, vizcaíno, por capitán de ellos, para que subiesen por el río del Paraguay arriba todo lo que pudiesen navegar y descubrir en tiempo de tres meses y medio, y viesen si en la ribera del río había algunas poblaciones de indios, de los cuales se tomase relación y aviso de las poblaciones y gente de la provincia. Partiéronse estos tres navíos de cristianos a 20 días del mes de noviembre, año de 1542. En ellos iban los tres españoles con los indios que habían de descubrir por tierra, a do habían de hacer el descubrimiento por el puerto que dicen de las Piedras, setenta leguas de la ciudad de la Ascensión, yendo por el río del Paraguay arriba. Partidos los navíos que iban a hacer el descubrimiento de la tierra, dende a ocho días escribió una carta el capitán Vergara cómo los tres españoles se habían partido con número de más de ochocientos indios por el puerto de las Piedras, debajo del Trópico en veinte y cuatro grados, a proseguir su camino y descubrimiento, y que los indios iban muy alegres y deseosos de enseñar a los españoles el dicho camino; y habiéndolos encargado y encomendado a los indios se partía para el río arriba a hacer el descubrimiento. CAPÍTULO XXXV Cómo se volvieron de la entrada los tres cristianos y indios que iban a descubrir Pasados veinte días que los tres españoles hobieron partido de la ciudad de la Ascensión a ver el camino que los indios se ofrescieron a les enseñar, volvieron a la ciudad, y dijeron que llevando por guía principal Aracare, indio principal de la tierra, habían entrado por el que dicen puerto de las Piedras, y con ellos hasta ochocientos indios, poco más o menos; y habiendo caminado cuatro jornadas por la tierra por donde los dichos indios iban, guiando el indio Aracare, principal, como hombre que los indios le temían y acataban con mucho respeto, les mandó, desde el principio de su entrada, fuesen poniendo fuego por los campos por donde iban caminando, que era dar grande aviso a los indios de aquella tierra, enemigos, para que saliesen a ellos al camino y los matasen; lo cual hacían contra la costumbre y orden que tienen los que van a entrar y a descubrir por semejantes tierras y entre los indios se acostumbraba; y allende de esto, el Aracare públicamente iba diciendo a los indios que se volviesen y no fuesen con ellos a les enseñar el camino de las poblaciones de la tierra, porque los cristianos eran malos, y otras palabras muy malas y ásperas, con las cuales escandalizó a los indios; y no embargante que por ellos fueron rogados y importunados siguiesen su camino y dejasen de quemar los campos, no lo quisieron hacer; antes al cabo de las cuatro jornadas se volvieron, dejándolos desamparados y perdidos en la tierra, y en muy gran peligro, por lo cual les fue forzado volverse, visto que todos los indios y las guías se habían vuelto. CAPÍTULO XXXVI Cómo se hizo tablazón para los bergantines y una carabela En este tiempo el gobernador mandó que se buscase madera para aserrar y hacer tablazón y ligazón, así para hacer bergantines para el descubrimiento de la tierra, como para hacer una carabela que tenía acordado de enviar a este reino para dar cuenta a Su Majestad de las cosas sucedidas en la provincia en el descubrimiento y conquista de ella; y el gobernador personalmente fue por los montes y campos de la tierra con los oficiales y maestros de bergantines y aserradores; los cuales en tiempo de tres meses aserraron toda la madera que les paresció que bastaría para hacer la carabela y diez navíos de remos para la navegación del río y descubrimiento de él; la cual se trajo a la ciudad de la Ascensión por los indios naturales, a los cuales mandó pagar sus trabajos, y de la madera con toda diligencia se comenzaron a hacer los dichos bergantines. CAPÍTULO XXXVII De cómo los indios de la tierra se tornaron a ofrescer Y visto que los cristianos que había enviado a descubrir y buscar camino para hacer la entrada y descubrimiento de la provincia se habían vuelto sin traer relación ni aviso de lo que convenía, y que al presente se ofrescían ciertos indios principales naturales de esta ribera, alguno de los cristianos nuevamente convertidos y otros muchos indios, ir a descubrir las poblaciones de la tierra adentro, y que llevarían consigo algunos españoles que lo viesen, y trujesen relación del camino que ansí descubriesen, habiendo hablado y platicado con los indios principales que a ello se ofrescieron, que se llamaban Juan de Salazar Cupirati, y Lorenzo Moquiraci, y Timbuay, y Gonzalo Mayrairu, y otros; y vista su voluntad y buen celo con que se movían a descubrir la tierra, se lo agradesció y ofresció que Su Majestad, y él en su real nombre, se lo pagarían y gratificarían; y a esta sazón le pidieron cuatro españoles, hombres pláticos en aquella tierra, les diese la empresa del descubrimiento, porque ellos irían con los indios y pornían en descubrir el camino toda la diligencia que para tal caso se requería; y él, visto que de su voluntad se ofrescían, el gobernador se lo concedió. Estos cristianos que se ofrescieron a descubrir este camino, y los indios principales con hasta mil y quinientos indios que llamaron y juntaron de la tierra, se partieron a 15 días del mes de diciembre del año de 1542 años, y fueron navegando con canoas por el río del Paraguay arriba, y otros fueron por tierra hasta el puerto de las Piedras, por donde se había de hacer la entrada al descubrimiento de la tierra, habían de pasar por la tierra y lugares de Aracare, que estorbaba que no se descubriese el camino pasado a los indios, que nuevamente iban, que no fuesen induciéndoles con palabras de motín; y no queriendo hacer los indios, se lo quisieron hacer dejar descubrir por fuerza, y todavía pasaron delante; y llegados al puerto de las Piedras los españoles, llevando consigo los indios y algunos que dijeron que sabían el camino por guías, caminaron treinta días contino por tierra despoblada, donde pasaron grandes hambres y sed; en tal manera, que murieron algunos indios, y los cristianos con ellos se vieron tan destinados y perdidos de sed y hambre, que perdieron el tino y no sabían por dónde habían de caminar; y de esta causa se acordaron de volver y se volvieron, comiendo por todo el camino cardos salvajes, y para beber sacaban zumo de los cardos y de otras yerbas, y a cabo de cuarenta y cinco días volvieron a la ciudad de la Ascensión; y venido por el río abajo, el dicho Aracare le salió al camino y les hizo mucho daño, mostrándose enemigo capital de los cristianos y de los indios que eran amigos, haciendo guerra a todos; y los indios y cristianos llegaron flacos y muy trabajados. Y vistos los daños tan notorios que el dicho Aracare indio había hecho y hacía, y cómo estaba declarado por enemigo capital, con parescer de los oficiales de Vuestra Majestad y religiosos, mandó el gobernador proceder contra él, y se hizo el proceso, y mandó que a Aracare le fuesen notificados los autos, y ansí se lo notificaron, con gran peligro y trabajo de los españoles que para ello envió, porque Aracare los salió a matar con mano armada, levantando y apellidando todos sus parientes y amigos para ello: y hecho y fulminado el proceso conforme a derecho, fue sentenciado a pena de muerte corporal, la cual fue ejecutada en el dicho Aracare indio, y a los indios naturales les fue dicho y dado a entender las razones y causas justas que para ello había habido. A 20 días del mes de diciembre vinieron a surgir al puerto de la ciudad de la Ascensión los cuatro bergantines que el gobernador había enviado al río del Paraná a socorrer los españoles que venían en la nao que envió dende la isla de Santa Catalina, y con ellos el batel de la nao, y en todos cinco navíos vino toda la gente, y luego todos desembarcaron. Pedro Destopiñan Cabeza de Vaca, a quien dejó por capitán de la nao y gente, el cual dijo que llegó con la nao al río del Paraná, y que luego fue en demanda del puerto de Buenos Aires; y en la entrada del puerto, junto donde estaba asentado el pueblo, halló un mastel enarbolado hincado en tierra, con unas letras cavadas que decían: «Aquí está una carta»; y fue hallada en unos barrenos que se dieron; la cual abierta, estaba firmada de Alonso Cabrera, veedor de fundiciones, y de Domingo de Irala, vizcaíno, que se decía y nombraba teniente de gobernador de la provincia; y decía dentro de ella cómo habían despoblado el pueblo del puerto de Buenos Aires y llevado la gente que en él residía a la ciudad de la Ascensión por causas que en la carta se contenían; y que de causa de hallar el pueblo alzado y levantado, había estado muy cerca de ser perdida toda la gente que en la nao venía, ansí de hambre como por guerra que los indios guaraníes les daban; y que por tierra, en un esquife de la nao, se le habían ido veinte y cinco cristianos huyendo de hambre, y que iban a la costa del Brasil; y que si tan brevemente no fueran socorridos, y a tardarse el socorro un día solo, a todos los mataran los indios; porque la propia noche que llegó el socorro, con haberles venido ciento y cincuenta españoles pláticos en la tierra a socorrerlos, los habían acometido los indios al cuarto del alba y puesto fuego a su real, y les mataron y hirieron cinco o seis españoles; y con hallar tan gran resistencia de navíos y de gentes, los pusieron los indios en muy gran peligro; y ansí, se tuvo por muy cierto que los indios mataran toda la gente española de la nao si no se hallara allí el socorro, con el cual se reformaron y esforzaron para salvar la gente; y que allende de esto, se puso grande diligencia a tornar a fundar y asentar de nuevo el pueblo y puerto de Buenos Aires, en el río del Paraná, en un río que se llama el río de San Juan, y no se pudo asentar ni hacer a causa que era a la sazón invierno, tiempo trabajoso, y las tapias que se hacían las aguas las derribaban. Por manera que le fue forzado dejarlo de hacer, y fue acordado que toda la gente se subiese por el fío arriba y traerla a esta ciudad de la Ascensión. A este capitán Gonzalo de Mendoza, siempre la víspera día de Todos Santos le acontescía un caso desastrado, y a la boca del río, el mismo día, se le perdió una nao cargada de bastimentos y se le ahogó gente harta; y viniendo navegando acontesció un acaso extraño. Estando la víspera de Todos Santos surtos los navíos en la ribera del río junto a unas barranqueras altas, y estando amarrada a un árbol la galera que traía Gonzalo de Mendoza, tembló la tierra, y levantada la misma tierra se vino arrollada como un golpe de mar hasta la barranca, y los árboles cayeron en el río, y la barranca dio sobre los bergantines, y el árbol do estaba amarrada la galera dio tan gran golpe sobre ella que la volvió de abajo arriba, y así la llevó más de media legua, llevando el mastel debajo y la quilla encima; y de esta tormenta se le ahogaron en la galera y otros navíos catorce personas entre hombres y mujeres; y según lo dijeron los que se hallaron presentes, fue la cosa más temerosa que jamás pasó; y con este trabajo llegaron a la ciudad de la Ascensión, donde fueron bien aposentados y proveídos de todo lo necesario; y el gobernador con toda la gente dieron gracias a Dios por haberlos traído a salvamiento y escapado de tantos peligros como por aquel río hay y pasaron. CAPÍTULO XXXVIII De cómo se quemó el pueblo de la Ascensión A 4 días del mes de hebrero del año siguiente de 1543 años, un domingo de madrugada, tres horas antes que amaneciese, se puso fuego a una casa pajiza dentro de la ciudad de la Ascensión, y de allí saltó a otras muchas casas; y como había viento fresco, andaba el fuego con tanta fuerza, que era espanto de lo ver, y puso grande alteración y desasosiego a los españoles, creyendo que los indios por les echar de la tierra lo habían hecho. El gobernador a la sazón hizo dar al arma para que acudiesen a ella y sacasen sus armas, y quedasen armados para se defender y sustentar en la tierra; y por salir los cristianos con sus armas, las escaparon, y quemóseles toda su ropa, y quemáronse más de docientas casas, y no les quedaron más de cincuenta casas, las cuales escaparon por estar en medio un arroyo de agua, y quemáronseles más de cuatro o cinco mil hanegas de maíz en grano, que es el trigo de la tierra, y mucha harina de ello, y muchos otros mantenimientos de gallinas y puercos en gran cantidad, y quedaron los españoles tan perdidos y destruidos y tan desnudos, que no les quedó con que se cubrir las carnes; y fue tan grande el fuego, que duró cuatro días; hasta una braza debajo de la tierra se quemó, y las paredes de las casas con la fortaleza de él se cayeron. Averiguóse que una india de un cristiano había puesto el fuego, sacudiendo una hamaca que se le quemaba, dio una morcella en la paja de la casa; como las paredes son de paja, se quemó; y visto que los españoles quedaban perdidos y sus casas y haciendas asoladas, de lo que el gobernador tenía de su propia hacienda los remedió, y daba de comer a los que no lo tenían, mercando de su hacienda los mantenimientos, y con toda diligencia los ayudó y les hizo hacer sus casas, haciéndolas de tapias, por quitar la ocasión que tan fácilmente no se quemasen cada día; y puestos en ello, y con la gran necesidad que tenían de ellas, en pocos días las hicieron. CAPÍTULO XXXIX Cómo vino Domingo de Irala A 15 días del mes de hebrero vino a surgir a este pueblo de la Ascensión Domingo de Irala, con los tres bergantines que llevó al descubrimiento del río del Paraguay; el cual salió en tierra a dar relación al gobernador de su descubrimiento; y dijo que dende 20 de octubre, que partió del puerto de la Ascensión, hasta el de los Reyes, 6 días del mes de enero, había subido por el río del Paraguay arriba, contratando y tomando aviso de los indios naturales que están en la ribera del río hasta aquel dicho día; que había llegado a una tierra de una generación de indios labradores y criadores de gallinas y patos, los cuales crían estos indios para defenderse con ellos de la importunidad y daño que les hacen los grillos, porque cuantas mantas tienen se las roen y comen; críanse estos grillos en la paja con que están cubiertas sus casas, y para guardar sus ropas tienen muchas tinajas, en las cuales meten sus mantas y cueros dentro, y tápanlas con unos tapaderos de barro, y de esta manera defienden sus ropas, porque de la cumbre de las casas caen muchos de ellos a buscar qué roer, y entonces dan los patos con ellos con tanta priesa, que se los comen todos; y esto hacen dos o tres veces cada día que ellos salen a comer, que es hermosa cosa de ver la montanera con ellos; y estos indios habitan y tienen sus casas dentro de unas lagunas y cercados de otras; llámanse cacocies chaneses; y que de los indios había tenido aviso que por la tierra era el camino para ir a las poblaciones de la tierra adentro; y que él había entrado tres jornadas, y que le había parescido la tierra muy buena, y que la relación de dentro de ella le habían dado los indios; y allende de esto, en estos pueblos de los indios de esta tierra había grandes bastimentos, adonde se podían fornescer para poder hacer por allí la entrada de la tierra y conquista; y que había visto entre los indios muestra de oro y plata, y se habían ofrescido a le guiar y enseñar el camino, y que en todo su descubrimiento que había hecho por todo el río, no había hallado ni tenido nueva de tierra más aparejada para hacer la entrada que determinaba hacer; y que teniéndola por tal, había entrado por la tierra adentro por aquella parte, que por haber llegado en el mismo día de los Reyes a ella, le había puesto por nombre el puerto de los Reyes, y dejaba los naturales dél con gran deseo de ver los españoles, y que el gobernador fuese a los conoscer; y luego como Domingo de Irala hobo dado la relación al gobernador de lo que había hallado y traía, mandó llamar y juntar a los religiosos y clérigos y a los oficiales de Su Majestad y a los capitanes; y estando juntos, les mandó leer la relación que había traído Domingo de Irala, y les rogó que sobre ello hobiesen su acuerdo, y le diesen su parescer de lo que se había de hacer para descubrir aquella tierra, como convenía al servicio de Dios y de Su Majestad, como otra vez lo tenía pedido y rogado; porque ansí convenía al servicio de Su Majestad, pues tenían camino cierto descubierto, y era el mejor que hasta entonces habían hallado; y todos juntos, sin discrepar ninguno, dieron su parescer, diciendo que convenía mucho al servicio de Su Majestad que con toda presteza se hiciese la entrada por el puerto de los Reyes, y que ansí convenía y lo daban por su parescer, y lo firmaban de sus nombres; y que luego, sin dilación ninguna, se había de poner en efecto la entrada, pues la tierra era poblada de mantenimientos y otras cosas necesarias para el descubrimiento de ello. Vistos los paresceres de los religiosos, clérigos y capitanes, y conformándose con ellos el gobernador, paresciéndole ser ansí cumplidero al servicio de Su Majestad, mandó aderezar y poner a punto los diez bergantines que él tenía hechos para el mismo descubrimiento, y mando a los indios guaraníes que le vendiesen los bastimentos que tenían, para cargar y fornescer de ellos los bergantines y canoas que estaban prestos para el viaje y descubrimiento, porque el fuego que había pasado antes le había quemado todos los bastimentos que él tenía, y por esto le fue forzado comprar de su hacienda a los indios los bastimentos, y él les dio a los indios muchos rescates por ellos, por no aguardar a que viniesen otros frutos, para despachar y proveer con toda brevedad; y para que más brevemente se hiciese y le trajesen los bastimentos sin que los indios viniesen cargados con ellos, envió al capitán Gonzalo de Mendoza con tres bergantines por el Paraguay arriba a la tierra y lugares de los indios sus amigos y vasallos de Su Majestad que les tomase los bastimentos, y mandó que los pagase a los indios y les hiciese muy buenos tratamientos, y que los contentase con rescates, que llevaba mucha copia de ellos; y que mandase y apercibiese a las lenguas que habían de pagar a los indios los bastimentos, los tratasen bien y no les hiciesen agravios y fuerzas, so pena que serían castigados, y que ansí lo guardasen y cumpliesen. CAPÍTULO XL De lo que escribió Gonzalo de Mendoza Dende a pocos días que Gonzalo de Mendoza se hobo partido con los tres navíos, escribió una carta al gobernador, por la cual le hacía saber cómo él había llegado al puerto que dicen de Giguy, y había enviado por la tierra adentro a los lugares donde le habían de dar los bastimentos, y que muchos indios principales que le habían venido a ver y comenzado a traer los bastimentos; y que las lenguas habían venido huyendo a se recoger a los bergantines porque los habían querido matar los amigos y parientes de un indio que andaba alzado y andaba alborotando la tierra contra los cristianos y contra los indios que eran nuestros amigos; que decían que no les diesen bastimentos, y que muchos indios principales que habían venido a pedirle ayuda y socorro para defender y amparar sus pueblos de dos indios principales, que se decían Guazani y Tabere, con todos sus parientes y valedores, y les hacían la guerra crudamente a fuego y a sangre, y les quemaban sus pueblos, y les corrían la tierra diciendo que los matarían y destruirían si no se juntaban con ellos para matar y destruir y echar de la tierra a los cristianos; y que él andaba entreteniendo y temporizando con los indios hasta le hacer saber lo que pasaba, para que proveyese en ello lo que conviniese; porque allende de lo susodicho, los indios no le traían ningún bastimento, por tenerles tomados los contrarios los pasos; y los españoles que estaban en los navíos padescían mucha hambre. Y vista la carta de Gonzalo de Mendoza, mandó el gobernador llamar a los frailes y clérigos y oficiales de Su Majestad y a los capitanes, los cuales fueron juntos, y les hizo leer la carta; y vista, les pidió que le diesen parescer lo que sobre ello les parescía que se debía de hacer, conformándose con la instrucción de Su Majestad, la cual les fue leída en su presencia; y que conformándose con ella, le diesen su parescer de lo que debía de hacer y que más conviniese al servicio de Su Majestad; los cuales dijeron que, pues los dichos indios hacían la guerra contra los cristianos y contra los naturales vasallos de Su Majestad, que su parescer de ellos era, y ansí lo daban, y dieron y firmaron de sus nombres, que debía mandar enviar gente de guerra contra ellos, y requerirlos primero con la paz, apercibiéndolos que se volviesen a la obediencia de Su Majestad; que si no lo quisiesen hacer, se lo requiriesen una, y dos, y tres veces, y más cuantas pudiesen protestándoles que todas las muertes y quemas y daños que en la tierra se hiciesen fuesen a su cargo y cuenta de ellos; y cuando no quisiesen venir a dar la obediencia, que les hiciese la guerra como contra enemigos, y amparando y defendiendo a los indios amigos que estaban en la tierra. Dende a pocos días que los religiosos y clérigos y los demás dieron su parescer, el mismo capitán Gonzalo de Mendoza tornó a escrebir otra carta al gobernador, en la cual le hacía saber cómo los indios Guazani y Tabere, principales, hacían cruel guerra a los indios amigos, corriéndoles la tierra, matándolos y robándolos, hasta llegar al puerto donde estaban los cristianos que habían venido defendiendo los bastimentos; y que los indios amigos estaban muy fatigados, pidiendo cada día socorro a Gonzalo de Mendoza, y diciéndole que si brevemente no los socorría, todos los indios se alzarían, por excusar la guerra y daños que tan cruel guerra les hacía de contino. CAPÍTULO XLI De cómo el gobernador socorrió a los que estaban con Gonzalo de Mendoza Vista esta segunda carta, y las demás querellas que daban los naturales, el gobernador tornó a comunicar con los religiosos, clérigos y oficiales, y con su parescer mandó que fuese el capitán Domingo de Irala a favorescer los indios amigos, y a poner en paz la guerra que se había comenzado, favoresciendo los naturales que recebían daño de los enemigos; y para ello envió cuatro bergantines, con ciento y cincuenta hombres, demás de los que tenía el capitán Gonzalo de Mendoza allá; y mandó que Domingo de Irala con la gente que fuesen derechos a los lugares y puertos de Guazani y Tabere y les requiriese de parte de Su Majestad que dejasen la guerra y se apartasen de hacerla, y volviesen y diesen la obediencia a Su Majestad; que fuesen amigos de los españoles; y que cuando siendo así requeridos y amonestados una, y dos, y tres veces, y cuantas más debiesen y pudiesen, con el menor daño que pudiesen les hiciesen guerra, excusando muertes y robos y otros males, y los constriñesen apretándolos para que dejasen la guerra y tornasen a la paz y amistad que antes solían tener, y lo procurase por todas las vías que pudiese. CAPÍTULO XLII De cómo en la guerra murieron cuatro cristianos que hirieron Partido Domingo de Irala y llegado en la tierra y lugares de los indios, envió a requerir y amonestar a Tabere y a Guazani, indios principales de la guerra, y con ellos estaba gran copia de gente esperando la guerra, y como las lenguas llegaron a requerirlos, no los habían querido oír, antes enviaron a desafiar a los indios amigos, y les robaban y les hacían muy grandes daños, que defendiéndolos y apartándolos habían habido con ellos muchas escaramuzas, de las cuales habían salido heridos algunos cristianos, los cuales envió para que fuesen curados en la ciudad de la Ascensión, y cuatro o cinco murieron de los que vinieron heridos, por culpa suya y por excesos que hicieron, porque las heridas eran muy pequeñas y no eran de muerte ni de peligro; porque el uno de ellos, de sólo un rascuño que le hicieron con una flecha en la nariz, en soslayo, murió, porque las flechas traían hierba; y cuando los que son heridos de ella no se guardan mucho de tener excesos con mujeres, porque en lo demás no hay de qué temer la hierba de aquella tierra. El gobernador tornó a escrebir a Domingo de Irala, mandándole que por todas las vías y formas que él pudiese trabajase por hacer paz y amistad con los indios enemigos, porque así convenía al servicio de Su Majestad; porque entretanto que la tierra estuviese en guerra, no podían dejar de haber alborotos y escándalos y muertes y robos y desasosiegos en ella, de los cuales Dios y Su Majestad serían deservidos; y con esto que le envió a mandar, le envió muchos rescates para que diese y repartiese entre los indios que habían servido, y con los demás que le paresciese que podrían asentar y perpetuar la paz; y estando las cosas en este estado, Domingo de Irala procuró de hacer las paces; y como ellos estuviesen muy fatigados y trabajados de la guerra tan brava como los cristianos les habían hecho y hacían, deseaban tener ya paz con ellos; y con las muchas dádivas que el capitán general les envió, con muchos ofrescimientos nuevos que de su parte se les hizo, vinieron a asentar la paz y dieron de nuevo la obediencia a Su Majestad, y se conformaron con todos los indios de la tierra; y los indios principales Guazani y Tabere, y otros muchos juntamente en amistad y servicio de Su Majestad, fueron ante el gobernador a confirmar las paces, y él dijo a los de la parte de Guazani y Tabere, que en se apartar de la guerra habían hecho lo que debían, y que en nombre de Su Majestad les perdonaba el desacato y desobediencia pasada, y que si otra vez lo hiciesen que serían castigados con todo rigor, sin tener de ellos ninguna piedad; y tras de esto, les dio rescates y se fueron muy alegres y contentos. Y viendo que aquella tierra y naturales de ella estaban en paz y concordia, mandó poner gran diligencia en traer los bastimentos y las otras cosas necesarias para fornescer y cargar los navíos que habían de ir a la entrada y descubrimiento de la tierra por el puerto de los Reyes, por do estaba concertado y determinado que se prosiguiese; en pocos días le trujeron los indios naturales más de tres mil quintales de harina de mandioca y maíz, y con ellos acabó de cargar todos los navíos de bastimentos, los cuales les pagó mucho a su voluntad y contento, y proveyó de armas a los españoles que no las tenían y de las otras cosas necesarias que eran menester. CAPÍTULO XLIII De cómo los frailes se iban huidos Estando a punto apercebidos y aparejados los bergantines, y cargados los bastimentos y las otras cosas que convenían para la entrada y descubrimiento de la tierra, como estaba concertado, y los oficiales de Su Majestad y religiosos y clérigos lo habían dado por parescer, callada y encubiertamente inducieron y levantaron al comisario fray Bernaldo de Armenia y fray Alonso Lebrón, su compañero, de la orden de Sant Francisco, que se fuesen por el camino que el gobernador descubrió, dende la costa del Brasil por entre los lugares de los indios, y que se volviesen a la costa y llevasen ciertas cartas para Su Majestad, dándole a entender por ellas que el gobernador usaba mal de la gobernación que Su Majestad le había hecho merced, movidos con mal celo por el odio y enemistad que le tenían, por impedir y estorbar la entrada y descubrimiento de la tierra que iba a descubrir, como dicho tengo; lo cual hacían porque el gobernador no sirviese a Su Majestad ni diese ser ni descubriese aquella tierra; y la causa de esto había sido porque cuando el gobernador llegó a la tierra la halló pobre y desarmados los cristianos, y rotos los que en ella servían a Su Majestad; y los que en ella residían se le querellaron de los agravios y malos tratamientos que los oficiales de Su Majestad les hacían, y que por su propio interés particular habían echado un tributo y nueva imposición muy contra justicia y contra lo que se usa en España y en Indias, a la cual imposición pusieron nombre de quinto, de lo cual está hecha memoria en esta relación, y por esto querían impedir la entrada, y el secreto de esto de que se querían ir los frailes, andaba el uno de ellos con un crucifijo debajo del manto, y hacían que pusiesen la mano en el crucifijo y jurasen de guardar el secreto de su ida de la tierra para el Brasil; y como esto supieron los indios principales de la tierra, parescieron ante el gobernador y le pidieron que les mandase dar sus hijas, las cuales ellos habían dado a los dichos frailes, para que se las industriasen en la doctrina cristiana; y que entonces habían oído decir que los frailes se querían ir a la costa del Brasil y que les llevaban por fuerza sus hijas, y que antes que llegasen allá se solían morir todos los que allá iban; y porque las indias no querían ir y huían y que los frailes las tenían muy sujetas y aprisionadas. Cuando el gobernador vino a saber esto, ya los frailes eran idos, y envió tras de ellos y los alcanzaron dos leguas de allí y los hizo volver al pueblo. Las mozas que llevaban eran treinta y cinco; y ansimismo envió tras de otros cristianos que los frailes habían levantado, y los alcanzaron y trujeron, y esto causó grande alboroto y escándalo, ansí entre los españoles como en toda la tierra de los indios, y por ello los principales de toda la tierra dieron grandes querellas por llevalles sus hijas; y ansí, llevaron al gobernador un indio de la costa del Brasil, que se llamaba Domingo, muy importante al servicio de Su Majestad en aquella tierra; y habida información contra los frailes y oficiales, mandó prender a los oficiales, y mandó proceder contra ellos por el delito que contra Su Majestad habían cometido; y por no detenerse el gobernador con ellos, sometió la causa a un juez para que conociese de sus culpas y cargos, y sobre fianzas llevó los dos de ellos consigo, dejando los otros presos en la ciudad, y suspendidos los oficios, hasta tanto que Su Majestad proveyese en ello lo que más fuese servido. CAPÍTULO XLIV De cómo el gobernador llevó a la entrada cuatrocientos hombres A esta sazón ya todas las cosas necesarias para seguir la entrada y descubrimiento estaban aparejadas y puestas a punto, y los diez bergantines cargados de bastimentos y otras municiones; por lo cual el gobernador mandó señalar y escoger cuatrocientos hombres arcabuceros y ballesteros para que fuesen en el viaje, y la mitad de ellos se embarcaron en los bergantines, y los otros, con doce de caballo, fueron por tierra cerca del río hasta que fuesen en el puerto que dicen de Guayviaño, yendo siempre la gente por los pueblos y lugares de los indios guaraníes, nuestros amigos, porque por allí era mejor; embarcaron los caballos, y porque no se detuviesen en los navíos esperándolos, los mandó partir ocho días antes, por que fuesen manteniéndose por tierra y no gastasen tanto mantenimiento por el río, y fue con ellos el factor Pedro Dorantes y el contador Felipe de Cáceres; y dende a ocho días adelante el gobernador se embarcó, después de haber dejado por su lugarteniente de capitán general a Juan de Salazar de Espinosa, para que en nombre de Su Majestad sustentase y gobernase en paz y en justicia aquella tierra, y quedando en ella doscientos y tantos hombres de guerra, arcabuceros y ballesteros, y todo lo necesario que era menester para la guarda de ella, y seis de caballo entre ellos; y día de Nuestra Señora de Septiembre, dejó hecha la iglesia, muy buena, que el gobernador trabajó con su persona en ella siempre, que se había quemado. Partió del puerto con los diez bergantines y ciento y veinte canoas, y llevaban mil y doscientos indios en ellas, todos hombres de guerra, que parecían extrañamente bien verlos ir navegando en ellas, con tanta munición de arcos y flechas; iban muy pintados, con muchos penachos y plumería, con muchas planchas de metal en la frente, muy lucias, que cuando les daba el sol resplandecían mucho, y dicen ellos que las traen porque aquel resplandor quita la vista a sus enemigos, y van con la mayor grita y placer del mundo; y cuando el gobernador partió de la ciudad, dejó mandado al capitán Salazar que, con la mayor diligencia que pudiese, hiciese dar priesa, y que se acabase de hacer la carabela que él mandó hacer, por que estuviese hecha para cuando volviese de la entrada, y pudiese dar con ella aviso a Su Majestad de la entrada y de todo lo sucedido en la tierra, y para ello dejó todo recaudo muy cumplidamente, y con buen tiempo llegó al puerto de Tapua, a do vinieron los principales a recebir al gobernador; y él les dijo cómo iba en descubrimiento de la tierra, por la cual les rogaba, y de parte de Su Majestad les mandaba, que por su parte estuviesen siempre en paz, y ansí lo procurasen siempre estar con toda concordia y amistad, como siempre lo habían estado; y haciéndolo ansí, el gobernador les prometía de les hacer siempre buenos tratamientos y les aprovechar, como siempre lo había hecho; y luego les dio y repartió a ellos y a sus hijos y parientes muchos rescates de lo que llevaba, graciosamente, sin ningún interés; y ansí, quedaron contentos y alegres. CAPÍTULO XLV De cómo el gobernador dejó de los bastimentos que llevaba En este puerto de Tapua, porque iban muy cargados de bastimentos los navíos, tanto, que no lo podían sufrir, por asegurar la carga, dejó allí más de docientos quintales de bastimentos; y acabados de dejar, se hicieron a la vela, y fueron navegando prósperamente hasta que llegaron a un puerto que los indios llaman Juriquizaba, y llegó a él a un hora de la noche; y por hablar a los indios naturales dél estuvieron hasta tercero día, en el cual tiempo le vinieron a ver muchos indios cargados de bastimentos, que dieron así entre los españoles que allí iban como entre los indios guaraníes que llevaba en su compama; y el gobernador los recibió a todos con buenas palabras, porque siempre fueron éstos amigos de los cristianos y guardaron amistad; y a los principales y a los demás que trujeron bastimentos les dio rescates, y les dijo cómo iba a hacer el descubrimiento de la tierra, lo cual era bien y provecho de todos ellos, y que entretanto que el gobernador tomaba, les rogaba siempre tuviesen paz y guardasen paz a los españoles que quedaban en la ciudad de la Ascensión, y ansí se lo prometieron de lo hacer; y dejándolos muy contentos y alegres, navegaron con buen tiempo río arriba. CAPÍTULO XLVI Cómo paró por hablar a los naturales de la tierra de aquel puerto A 12 días del mes llegó a otro puerto que se dice Itaqui, en el cual hizo surgir y parar los bergantines por hablar a los naturales del puerto, que son guaraníes y vasallos de Su Majestad; y el mismo día vinieron al puerto gran número de indios cargados de bastimentos para la gente, y con ellos sus principales, a los cuales el gobernador dio cuenta, como a los pasados, cómo iba a hacer el descubrimiento de la tierra, y que en el entretanto que volvía, les rogaba y mandaba que tuviesen mucha paz y concordia con los cristianos españoles que quedaban en la ciudad de la Ascensión; y demás de pagarles los bastimentos que habían traído, dio y repartió entre los más principales y los demás sus parientes muchos rescates graciosos, de lo cual ellos quedaron muy contentos y bien pagados; estuvo con ellos aquí dos días, y el mismo día se partió y llegó otro día a otro puerto que llaman Itaqui, y pasó por él, y fue a surgir al puerto que dicen de Guazani, que es el que se había levantado con Tabere para hacemos la guerra que he dicho, los cuales vivían en paz y concordia; y luego como supieron que estaba allí, vinieron a ver al gobernador, con muchos indios, otros de su liga y parcialidad, los cuales el gobernador recebió con mucho amor, porque cumplían las paces que habían hecho, y toda la gente que con ellos venía venían alegres y seguros, porque estos dos, estando en nuestra paz y amistad, con tenerlos a ellos solos, toda la tierra estaba segura y quedaba pacífica; y otro día que vinieron les mostró mucho amor y les dio muchos rescates graciosos, y lo mismo hizo con sus parientes y amigos, demás de pagar los bastimentos a todos aquellos que los trujeron; de manera que ellos quedaron contentos; y como ellos son la cabeza principal de los naturales de aquella tierra, el gobernador les habló lo más amorosamente que pudo, y les encomendó y rogó que se acordasen de tener en paz y concordia toda aquella tierra, y tuviesen cuidado de servir y visitar a los españoles cristianos que quedaban en la ciudad de la Ascensión, y siempre obedeciesen los mandamientos que mandasen de nombre de Su Majestad; a lo cual respondieron que después que ellos habían hecho la paz y tomado a dar la obediencia a Su Majestad estaban determinados de lo guardar y hacer ansí, como él lo vería; y para que más se creyese de ellos, que el Tabere quería ir con él, como hombre más usado en la guerra, y que el Guazani convenía que quedase en la tierra en guarda de ella, para que siempre estuviese en paz y concordia; y el gobernador le paresció bien y tuvo en mucho su ofrescimiento, porque le paresció que era buena prenda para que cumplieran lo que ofrescían, y la tierra quedaba muy pacífica y segura con ir Tabere en su compañía, y él se lo agradeció mucho, y aceptó su ida, y le dio más rescates que a otro ninguno de los principales de aquel río; y es cierto que teniendo a éste contento toda la tierra quedaría en paz y no se osaría levantar ninguno, de miedo dél; y encomendó a Guazani mucho los cristianos, y él lo prometió de lo hacer y cumplir como se lo prometía; y ansí, estuvo allí cuatro días hablándolos, contentándolos y dándoles de lo que llevaba, con que los dejó muy contentos. Estándose despachando en este puerto, se le murió el caballo al factor Pedro Dorantes, y dijo al gobernador que no se hallaba en disposición para seguir el descubrimiento y conquista de la dicha provincia sin caballo; por tanto, que él se quería volver a la ciudad de la Ascensión, y que en su lugar dejaba y nombraba, para que sirviese en el oficio de factor, a su hijo Pedro Dorantes, el cual por el gobernador y por el contador, que iba en su compañía, fue recebido y admitido al oficio de factor, para que se hallase en el descubrimiento y conquista en lugar de su padre; y ansí, se partió en su compañía el dicho Tabere (indio principal), con hasta treinta indios parientes y criados suyos, en tres canoas. El gobernador se hizo a la vela del puerto de Guazani, fue navegando por el río del Paraguay arriba, y viernes 24 días del mes de septiembre llegó al puerto que dicen de Ipananie, en el cual mandó surgir y parar los bergantines, ansí para hablar a los indios naturales de esta tierra, que son vasallos de Su Majestad, como porque le informaron que entre los indios del puerto estaba uno de la generación de los guaraníes, que había estado captivo mucho tiempo en poder de los indios payaguaes, y sabía su lengua, y sabía su tierra y asiento donde tenían sus pueblos, y por lo traer consigo para hablar con los indios payaguaes, que fueron los que mataron a Juan de Ayolas, y cristianos, y por vía de paz haber de ellos el oro y plata que le tomaron y robaron; y como llegó al puerto, luego salieron los naturales dél con mucho placer, cargados de muchos bastimentos, y el gobernador los recebió y hizo buenos tratamientos, y les mandó pagar todo lo que trujeron, y a los indios principales les dio graciosamente muchos rescates; y habiendo hablado y platicado con ellos, les dijo la necesidad que tenía del indio que había sido captivo de los indios payaguaes, para lo llevar por lengua y intérprete de los indios, para los atraer a paz y concordia, y para que encaminase el armada donde tenían asentados sus pueblos; los cuales indios luego enviaron por la tierra adentro a ciertos lugares de indios a llamar el indio con gran diligencia. CAPÍTULO XLVII De cómo envió por una lengua para los payaguaes Dende a tres días que los naturales del puerto de Ipananie enviaron a llamar el indio, vino donde estaba el gobernador, y se ofresció a ir en su compañía y enseñarle la tierra de los indios payaguaes; y habiendo contentado los indios del puerto, se hizo a la vela por el río del Paraguay arriba, y llegó dentro de cuatro días al puerto que dicen de Guayviaño,que es donde acaba la población de los indios guaraníes, en el cual puerto mandó surgir, para hablar a los indios naturales, los cuales vinieron, y trujeron los principales muchos bastimentos, y alegremente los recebieron, y el gobernador les hizo buenos tratamientos, y mandó pagar sus bastimentos, y les dio a los principales graciosamente muchos rescates y otras cosas; y luego le informaron que la gente de a caballo iba por la tierra adentro y había llegado a sus pueblos, los cuales habían sido bien recebidos, y les habían proveído de las cosas necesarias, y les habían guiado y encaminado, y iban muy adelante cerca del puerto de Itabitan, donde decían que habían de esperar el armada de los bergantines. Sabida esta nueva, luego con mucha presteza mandó dar vela, y se partió del puerto Guayviaño, y fue navegando por el río arriba con buen viento de vela; y el propio día a las nueve de la mañana llegó al puerto de Itabitan, donde halló haber llegado la gente de caballo todos muy buenos, y le informaron haber pasado con mucha paz y concordia por todos los pueblos de la tierra, donde a todos habían dado muchas dádivas de los rescates que les dieron para el camino. CAPÍTULO XLVIII De cómo en este puerto se embarcaron los caballos En este puerto de Itabitan estuvo dos días en los cuales se embarcaron los caballos y se pusieron todas las cosas del armada en la orden que convenía; y porque la tierra donde estaban y residían los indios payaguaes estaba muy cerca de allí adelante, mandó que el indio del puerto de Ipananie, que sabía la lengua de los indios payaguaes y su tierra, se embarcase en el bergantín que iba por capitán de los otros, para haber siempre aviso de lo que se había de hacer, y con buen viento de vela partió del puerto; y por que los indios payaguaes no hiciesen algún daño en los indios guaraníes que llevaba en su compañía, les mandó que todos fuesen juntos hechos en un cuerpo, y no se apartasen de los bergantines, y por mucha orden fuesen siguiendo el viaje, y de noche mandó surgir por la ribera del río a toda la gente, y con buena guarda durmió en tierra, y los indios guaraníes ponían sus canoas junto a los bergantines, y los españoles y los indios tomaban y ocupaban una gran lengua de tierra por el río abajo, y eran tantas las lumbres y fuegos que hacían, que era gran placer de verlos; y en todo el tiempo de la navegación el gobernador daba de comer ansí a los españoles como a los indios, y iban tan proveídos y hartos, que era gran cosa de ver, y grande la abundancia de las pesquerías y caza que mataban, que lo dejaban sobrado, y en ello había una montería de unos puercos que andan continuo en el agua, mayores que los de España: éstos tienen el hocico romo y mayor que estos otros de acá de España; llámanlos de agua; de noche se mantienen en la tierra y de día andan siempre en el agua, y en viendo la gente dan una zambullada por el río, y métense en lo hondo, y están mucho debajo del agua, y cuando salen encima, están un tiro de ballesta de donde se zambulleron; y no pueden andar a caza y montería de los puercos menos que media docena de canoas con indios, las cuales, como ellos se zambullen, las tres van para arriba y las tres para bajo, y están repartidas en tercios, y en los arcos puestas sus flechas, para que en saliendo que salen encima del agua, le dan tres o cuatro flechazos con tanta presteza, antes que se torne a meter debajo, y de esta manera los siguen, hasta que ellos salen de bajo del agua, muertos con las heridas; tienen mucha carne de comer, la cual tienen por buena los cristianos, aunque no tenían necesidad de ella; y por muchos lugares de este río hay muchos puercos de éstos; iba toda la gente en este viaje tan gorda y recia que parescía que salían entonces de España. Los caballos iban gordos, y muchos días los sacaban en tierra a cazar y montear con ellos, porque había muchos venados y antas, y otros animales. y salvajinas, y muchas nutrias. CAPÍTULO XLIX Cómo por este puerto entró Juan de Ayolas cuando le mataron a él y a sus compañeros A 12 días del mes de octubre llegó al puerto que dicen de la Candelaria, que es tierra de los indios payaguaes. y por este puerto entró con su gente el capitán Juan de Ayolas, y hizo su entrada con los españoles que llevaba, y en el mismo puerto, cuando volvió de la entrada que hizo, y dejó allí que le esperase a Domingo de Irala con los bergantines que habían traído, y cuando volvió no halló a los bergantines; y estándolos esperando tardó allí más de cuatro meses, y en este tiempo padesció muy grande hambre; y conoscido por los payaguaes su gran flaqueza y falta de sus armas, se comenzaron a tratar con ellos familiarmente, y como amigos los dijeron que los querían llevar a sus casas para mantenerlos en ellas; y atravesándolos por unos pajonales, cada dos indios se abrazaron con un cristiano, y salieron otros muchos con garrotes y diéronles tantos palos en las cabezas, que de esta manera mataron al capitán Juan de Ayolas y a ochenta hombres que le habían quedado de ciento y cincuenta que traía cuando entró la tierra adentro; y la culpa de la muerte de éstos tuvo el que quedó con los bergantines y gente aguardando allí, el cual desamparó el puerto y se fue el río abajo por do quiso. Y si Juan de Ayolas los hallara adonde los dejó, él se embarcara y los otros cristianos y los indios no los mataran; lo cual hizo el Domingo de Irala con mala intención, y por que los indios los matasen, como los mataron, por alzarse con la tierra, como después paresció que lo hizo contra Dios y contra su Rey, y hasta hoy está alzado, y ha destruido y asolado toda aquella tierra, y ha doce años que la tiene tiránicamente. Aquí tomaron los pilotos el altura, y dijeron que el puerto estaba en veinte y un grados menos un tercio. Llegados a este puerto, toda la gente de la armada estaba recogida por ver si podrían haber plática con los indios payaguaes y saber de ellos dónde tenían sus pueblos; y otro día siguiente, a las ocho de la mañana, parescieron a riberas del río hasta siete indios de los payaguaes, y mandó el gobernador que solamente les fuesen a hablar otros tantos españoles, con la lengua que traía para ellos, que para aquel efecto era muy buena; y ansí llegaron adonde estaban, cerca de ellos que se podían hablar y entender unos a otros y la lengua les dijo que se llegasen más, que se pudiesen platicar, porque querían hablarles y asentar la paz con ellos, y que aquel capitán de aquella gente no era venido a otra cosa; y habiendo platicado en esto, los indios preguntaron si los cristianos que agora nuevamente venían en los bergantines si eran de los mismos que en el tiempo pasado solían andar por la tierra; y como estaban avisados los españoles, dijeron que no eran los que en el tiempo pasado andaban por la tierra, y que nuevamente venían; y por esto que oyeron, se juntó con los cristianos uno de los payaguaes y fue luego traído ante el gobernador y allí, con las lenguas le preguntó por cuyo mandado era venido allí, y dijo que su principal había sabido de la venida de los españoles, y le había enviado a él y a los otros sus compañeros a saber si era verdad que eran los que anduvieron en el tiempo pasado, y les dijese de su parte que él deseaba ser su amigo, y que todo lo que había tomado a Juan de Ayolas y los cristianos él lo tenía recogido y guardado para darlo al principal de los cristianos porque hiciese paz y le perdonase la muerte de Juan de Ayolas y de los otros cristianos, pues que los habían muerto en la guerra; y el gobernador le preguntó por la lengua qué tanta cantidad de oro y plata sería la que tomaron a Juan de Ayolas y cristianos, y señaló que sería hasta sesenta y seis cargas que traían los indios chaneses, y que todo venía en planchas y en brazaletes, y coronas y hachetas, y vasijas pequeñas de oro y plata; y dijo al indio por la lengua que dijese a su principal que Su Majestad le había mandado que fuese en aquella tierra a asentar la paz con ellos y con las otras gentes que la quisiesen, y que las guerras ya pasadas les fuesen perdonadas; y pues su principal quería ser amigo y restituir lo que había tomado a los españoles, que viniese a verle y hablarle, porque él tenía muy gran deseo de lo ver y hacer buen tratamiento, y asentarían la paz y le recebiría por vasallo de Su Majestad; y que dende luego viniese, que le sería hecho muy buen tratamiento, y para en señal de paz le envió muchos rescates y otras cosas, para que le llevasen, y al mismo indio le dio muchos rescates y le preguntó cuándo volvería él y su principal. Este principal, aunque es pescador y señor de esta captiva gente (porque todos son pescadores), es muy grave y su gente le teme y le tienen en mucho; y si alguno de los suyos le enoja en algo, toma un arco y le da dos y tres flechazos, y muerto, envía a llamar a su mujer (si la tiene) y dale una cuenta, y con esto le quita el enojo de la muerte. Si no tiene cuenta, dale dos plumas; y cuando este principal ha de escupir, el que más cerca de él se halla pone las manos juntas, en que escupe. Estas borracherías y otras de esta manera tiene este principal, y en todo el río no hay ningún indio que tenga las cosas que éste tiene. La lengua de éste le respondió que él y su principal serían allí otro día de mañana, y en aquella parte le quedó esperando. CAPÍTULO L Cómo no tomó la lengua ni los demás que habían de tornar Pasó aquel día y otros cuatro, y visto que no volvían, mandó llamar la lengua que el gobernador llevaba de ellos, y le preguntó qué le parescía de la tardanza del indio. Y dijo que él tenía por cierto que nunca más volvería porque los indios payaguaes eran muy mañosos y cautelosos, y que habían dicho que su principal quería paz y quería tentar y entretener los cristianos y indios guaraníes que no pasasen adelante a buscarlos en sus pueblos, y porque entretanto que esperaban a su principal, ellos alzasen sus pueblos, mujeres y hijos; y que ansí, creía que se habían ido huyendo a esconder por el río arriba a alguna parte, y que le parescía que luego había de partir en su seguimiento, que tenía por cierto que los alcanzaría, porque iban muy embarazados y cargados; y que lo que a él le parescía, como hombre que sabe aquella tierra, que los indios payaguaes no pararían hasta la laguna de una generación que se llama los mataraes, a los cuales mataron y destruyeron estos indios payaguaes, y se habían apoderado en su tierra, por ser muy abundosa y de grandes pesquerías; y luego mandó al gobernador alzar los bergantines con todas las canoas, y fue navegando por el río arriba, y en las partes donde surgía parescía que por la ribera del río iba gran rastro de la gente de los payaguaes que iban por tierra (y, según la lengua dijo), que ellos y las mujeres y hijos iban por tierra por no caber en las canoas. A cabo de ocho días que fueron navegando, llegó a la laguna de los mataraes, y entró por ella sin hallar allí los indios, y entró con la mitad de la gente por tierra para los buscar y tratar con ellos las paces; y otro día siguiente, visto que no parescían, y por no gastar más bastimentos en balde, mandó recoger todos los cristianos y indios guaraníes, los cuales habían hallado ciertas canoas y palas de ellas que habían dejado debajo del agua escondidas, y vieron el rastro por donde iban; y por no detenerse, el gobernador, recogida la gente, siguió su viaje llevando las canoas junto con los bergantines; fue navegando por el río arriba, unas veces a la vela y otras al remo y otras a la sirga, a causa de las muchas vueltas del río, hasta que llegó a la ribera, donde hay muchos árboles de cañafístola, los cuales son muy grandes y muy poderosos, y la cañafístola es de casi palmo y medio, y es tan gruesa como tres dedos. La gente comía mucho de ella, y de dentro es muy melosa; no hay diferencia nada a la que se trae de las otras partes a España, salvo ser más gruesa y algo áspera en el gusto, y cáusalo como no se labra; y de estos árboles hay más de ochenta juntos en la ribera de este río del Paraguay. Por do fue navegando hay muchas frutas salvajes que los españoles y indios comían; entre las cuales hay una como un limón ceutí muy pequeño, así en el color como cáscara; en el agrio y en el olor no difieren al limón ceutí de España, que será como un huevo de paloma; esta fruta es en la hoja como del limón. Hay gran diversidad de árboles y frutas, y en la diversidad y extrañeza de los pescados grandes diferencias, y los indios y españoles mataban en el río cosa que no se puede creer de ellos, todos los días que no hacía tiempo para navegar a la vela; y como las canoas son ligeras y andan mucho al remo, tenían lugar de andar en ellas cazando de aquellos puercos del agua y nutrias (que hay muy grande abundancia de ellas); lo cual era muy gran pasatiempo. Y porque le paresció al gobernador que a pocas jornadas llegaríamos a la tierra de una generación de indios que se llaman guaxarapos, que están en la ribera del río Paraguay, y éstos son vecinos que contratan con los indios del puerto de los Reyes, donde íbamos, que para ir allí con tanta gente de navíos y canoas y indios se escandalizarían y meterían por la tierra adentro; y por los pacificar y sosegar, partió la gente del armada en dos partes, y el gobernador tomó cinco bergantines y la mitad de las canoas y indios que en ellas venían, y con ello acordó de se adelantar, y mandó al capitán Gonzalo de Mendoza que con los otros bergantines y las otras canoas y gente viniesen en su seguimiento poco a poco, y mandó al capitán que gobernase toda la gente, españoles y indios, mansa y graciosamente, y no consintiese que se desmandase ningún español ni indio; y ansí por el río como por la tierra no consintiese a ningún natural hacer agravio ni fuerza, y hiciese pagar los mantenimientos y otras cosas que los indios naturales contratasen con los españoles y con los indios guaraníes, por manera que se conservase toda la paz que convenía al servicio de Su Majestad y bien de la tierra. El gobernador se partió con los cinco bergantines y las canoas que dicho tengo; y así fue navegando, hasta que un día, a 18 de octubre, llegó a tierra de los indios guaxarapos, y salieron hasta treinta indios, y pararon allí los bergantines y canoas hasta hablar aquellos indios y asegurarlos y tomar de ellos aviso de las generaciones de adelante; y salieron en tierra algunos cristianos por su mandado, porque los indios de la tierra los llamaban y se venían para ellos; y llegados a los bergantines, entraron en ellos hasta seis de los mismos guaxarapos, a los cuales habló con la lengua y les dijo lo que había dicho a los otros del río abajo, para que diesen la obediencia a Su Majestad; y que dándola, él los ternía por amigos, y ansí la dieron todos, y entre ellos había un principal, y por ello el gobernador les dio de sus rescates y les ofreció que haría por ellos todo lo que pudiese; y cerca de estos indios, en aquel paraje do el gobernador estaba con los indios, estaba otro río que venía por la tierra adentro, que sería tan ancho como la mitad del río Paraguay, mas corría con tanta fuerza el agua que era espanto; y este río desaguaba en el Paraguay, que venía de hacia el Brasil, y era por donde dicen los antiguos que vino García el portugués y hizo guerra por aquella tierra, y había entrado por ella con muchos indios, y le habían hecho muy gran guerra en ella y destruido muchas poblaciones, y no traía consigo más de cinco cristianos, y toda la otra eran indios; y los indios dijeron que nunca más lo habían visto volver; y traía consigo un mulato que se llamaba Pacheco, el cual volvió a la tierra de Guazani, y el mismo Guazani le mató allí, y el García se volvió al Brasil; y que de estos guaraníes que fueron con García habían quedado muchos perdidos por la tierra adentro, y que por allí hallaría muchos de ellos, de quien podría ser informado de lo que García había hecho y de lo que era la tierra, y que por aquella tierra habitaban unos indios que se llamaban chaneses, los cuales habían venido huyendo y se habían juntado con los indios sococies y xaquetes, los cuales habitan cerca del puerto de los Reyes. Y vista esta relación del indio, el gobernador se pasó adelante a ver el río por donde había salido García, el cual estaba muy cerca donde los indios guaxarapos se le mostraron y hablaron; y llegado a la boca del río, que se llama Yapaneme, mandó sondar la boca, la cual halló muy honda, y así lo era dentro, y traía muy gran corriente, y de una banda y otra tenía muchas arboledas, y mandó subir por él una legua arriba un bergantín que iba siempre sondando, y siempre lo hallaba más hondo, y los indios guaxarapos le dijeron que por la ribera del río estaba todo muy poblado de muchas generaciones diversas, y eran todos indios que sembraban maíz y mandioca, y tenían muy grandes pesquerías del río, y tenían tanto pescado cuanto querían comer, y que del pescado tienen mucha manteca, y mucha caza; y vueltos los que fueron a descubrir el río, dijeron que habían visto muchos humos por la tierra en la ribera del río, por do paresce estar la ribera del río muy poblada; y porque era ya tarde, mandó surgir aquella noche frontero de la boca de este río, a la falda de una sierra que se llama Santa Lucía, que es por donde había atravesado García; y otro día de mañana mandó a los pilotos que consigo llevaba que tomasen el altura de la boca del río, y está en diez y nueve grados y un tercio. Aquella noche tuvimos allí muy gran trabajo con un aguacero que vino de muy grande agua y viento muy recio; y la gente hicieron muy grandes fuegos, y durmieron muchos en tierra, y otros en los bergantines, que estaban bien toldados de esteras y cueros de venados y antas. CAPÍTULO LI De cómo hablaron los guaxarapos al gobernador Otro día por la mañana vinieron los indios guaxarapos que el día antes habían estado con el gobernador, y venían en dos canoas; trujeron pescado y carne, que dieron a la gente; y después que hobieron hablado con el gobernador, les pagó de sus rescates y se despidió de ellos, diciéndoles que siempre los ternía por amigos y les favorescería en todo lo que pudiese; y porque el gobernador dejaba otros navíos con gente y muchas canoas con indios guaraníes sus amigos, él los rogaba que cuando allí llegasen, fuesen de ellos bien recebidos y bien tratados, porque haciéndolo ansí, los cristianos y indios no les harían mal ni daño ninguno; y ellos se lo prometieron ansí, aunque no lo cumplieron. Y túvose por cierto que un cristiano dio la causa y tuvo la culpa, como diré adelante; y ansí, se partió de estos indios, y fue navegando por el río arriba todo aquel día con buen viento de vela, y a la puesta del Sol llegóse a unos pueblos de indios de la misma generación, que estaban asentados en la ribera junto al agua, y por no perder el tiempo, que era bueno, pasó por ellos sin se detener; son labradores y siembran maíz y otras raíces, y danse muchos a la pesquería y caza, porque hay mucha en grande abundancia; andan en cueros ellos y sus mujeres, excepto algunas, que andan tapadas sus vergüenzas; lábranse las caras con unas púas de rayas, y los bezos y las orejas traen horadados; andan por los ríos en canoas; no caben en ellas más de dos o tres personas; son tan ligeras y ellos tan diestros, y al remo andan tan recio río abajo y río arriba, que paresce que van volando, y un bergantín, aunque allá son hechos de cedro, al remo y a la vela, por ligero que sea y por buen tiempo que haga, aunque no lleve la canoa más de dos remos y el bergantín lleve una docena, no la puede alcanzar; y hácense guerra por el río en canoas, y por la tierra, y todavía entre ellos tienen sus contrataciones, y los guaxarapos les dan canoas, y los payaguaes se las dan también, porque ellos les dan arcos y flechas cuantos han menester, y todas las otras cosas que ellos tienen de contratación; y ansí, en tiempos son amigos y en otros tienen sus guerras y enemistades. CAPÍTULO LII De cómo los indios de la tierra vienen a vivir en la costa del río Cuando las aguas están bajas los naturales de la tierra adentro se vienen a vivir a la ribera con sus hijos y mujeres a gozar de las pesquerías, porque es mucho el pexe que matan, y está muy gordo; están en esta buena vida bailando y cantando todos los días y las noches, como gentes que tienen seguro el comer; y como las aguas comienzan a crescer, que es por enero, vuélvense a recoger a partes seguras, porque las aguas crescen seis brazas en alto encima de las barrancas, y por aquella tierra se extienden por unos llanos adelante más de cien leguas la tierra adentro, que paresce mar, y cubre los árboles y palmas que por la tierra están, y pasan los navíos por encima de ellos; y esto acontesce todos los años del mundo ordinariamente, y pasa esto en el tiempo y coyuntura cuando el Sol parte del trópico de allá y viene para el trópico que está acá, que está sobre la boca del río del Oro; y los naturales del río, cuando el agua llega encima de las barrancas, ellos tienen aparejadas unas canoas muy grandes para este tiempo, y en medio de las canoas echan dos o tres cargas de barro, y hacen un fogón; y hecho, métese el indio en ella con su mujer y hijos y casa, y vanse con la cresciente del agua donde quieren, y sobre aquel fogón hacen fuego y guisan de comer y se calientan, ansí andan cuatro meses del año que dura esta cresciente de las aguas; y como las aguas andan crescidas, saltan en algunas tierras que quedan descubiertas, y allí matan venados y antas y otras salvajinas que van huyendo del agua; y como las aguas hacen repunta para volver a su curso, ellos se vuelven cazando y pescando como han ido, y no salen de sus canoas hasta que las barrancas están descubiertas donde ellos suelen tener sus casas; y es cosa de ver, cuando las aguas vienen bajando, la gran cantidad de pescado que deja el agua por la tierra en seco; y cuando esto acaesce, que es en fin de marzo y abril, todo este tiempo hiede aquella tierra muy mal, por estar la tierra emponzoñada; en este tiempo todos los de la tierra, y nosotros con ellos, estuvimos malos, que pensamos morir; y como entonces es verano en aquella tierra y incomportable de sufrir; y siendo el mes de abril comienzan a estar buenos todos los que han enfermado. Todos estos indios sacan el hilado que han menester para hacer sus redes de unos cardos; machácanlos y échanlos en un ciénago, y después que está quince días allí, ráenlos con unas conchas de almejones, y sale curado, y queda más blanco que la nieve. Esta gente no tenían principal, puesto que en la tierra los hay entre todos ellos; mas éstos son pescadores, salvajes y salteadores; es gente de frontera, todos los cuales, y otros pueblos que están a la lengua del agua por do el gobernador pasó, no consintió que ningún español ni indio guaraní saliese en tierra, por que no se revolviesen con ellos, por los dejar en paz y contentos; y les repartió graciosamente muchos rescates, y les avisó que venían otros navíos de cristianos y de indios guaraníes, amigos suyos; que los tuviesen por amigos y que tratasen bien. Yendo caminando un viernes de mañana, llegóse a una muy gran corriente del río, que pasa por entre unas peñas cortadas, y por aquella corriente pasan tan gran cantidad de pexes que se llaman dorados, que es infinito número de ellos los que continuo pasan, y aquí es la mayor corriente que hallaron en este río, la cual pasamos con los navíos a la vela y al remo. Aquí mataron los españoles y indios en obra de una hora muy gran cantidad de dorados, que hobo cristiano que mató él solo cuarenta dorados; son tamaños que pesan media arroba cada uno, y algunos pesan arroba; es muy hermoso pescado para comer, y el mejor bocado de él es la cabeza; es muy graso y sacan de él mucha manteca, y los que lo comen con ella andan siempre muy gordos y lucios, y bebiendo el caldo de ellos, en un mes los que lo comen se despojan de cualquier sarna y lepra que tengan; de esta manera fue navegando con buen viento de vela que nos hizo. Un día en la tarde, a 25 días del mes de octubre, llegó a una división y apartamiento que el río hacía, que se hacían tres brazos de ríos el uno de los brazos era una grande laguna, a la cual llaman los indios río Negro, y este río Negro corre hacia el norte por la tierra adentro, y los otros brazos el agua de ellos es de buena color, y un poco más abajo se vienen a juntar; y ansí, fue siguiendo su navegación hasta que llegó a la boca de un río que entra por la tierra adentro, a la mano izquierda, a la parte del poniente donde se pierde el remate del río del Paraguay, a causa de otros muchos ríos y grandes lagunas que en esa parte están divididos y apartados; de manera que son tantas las bocas y entradas de ellos, que aun los indios naturales que andan siempre en ellas con sus canoas, con dificultad las conoscen, y se pierden muchas veces por ellas; este río por donde entró el gobernador le llaman los indios naturales de aquella tierra Iguatu, que quiere decir agua buena, y corre a la laguna en nuestro favor; y como hasta entonces habíamos ido agua arriba, entrados en esta laguna íbamos agua abajo. CAPÍTULO LIII Cómo a la boca de este río pusieron tres cruces En la boca de este río mandó el gobernador poner muchas señales de árboles cortados, y hizo poner tres cruces altas para que los navíos entrasen por allí tras él, y no errasen la entrada por este río. Fuimos navegando a remo tres días, a cabo de los cuales salió del río y fue navegando por otros dos brazos del río que salen de la laguna, muy grandes; y a ocho días del mes, una hora antes del día, llegaron a dar en unas sierras que están en medio del río, muy altas y redondas, que la hechura de ellas era como una campana, y siempre yendo para arriba ensangostándose. Estas sierras están peladas, y no crían yerbas ni árbol ninguno, y son bermejas; creemos que tienen mucho metal, porque la otra tierra que está fuera del río, en la comarca y parajes de la tierra, es muy montuosa, de grandes árboles y de mucha yerba; y porque las sierras que están en el río no tienen nada de esto, paresce señal que tienen mucho metal, y ansí, donde lo hay, no cría árbol ni yerba; y los indios nos decían que en otros tiempos sus pasados sacaban de allí el metal blanco, y por no llevar aparejo de mineros ni fundidores, ni las herramientas que era menester para catar y buscar la tierra, y por la gran enfermedad que dio en la gente, no hizo el gobernador buscar el metal, y también lo dejó para cuando otra vez volviese por allí porque estas tierras caen cerca del puerto de los Reyes, tomándolas por la tierra. Yendo caminando por el río arriba, entramos por otra boca de otra laguna que tiene más de una legua y media de ancho, y salimos por otra boca de la misma laguna y fuimos por un brazo de ella junto a la Tierra Firme, y fuímonos a poner aquel día, a las diez horas de la mañana, a la entrada de otra laguna donde tienen su asiento y pueblo los indios sacocies y saquexes y chaneses; y no quiso el gobernador pasar de allí adelante, porque le paresció que debía enviar hacer saber a los indios su venida y les avisar; y luego envió en una canoa a una lengua con unos cristianos para que les hablasen de su parte y les rogasen que le viniesen a ver y a hablar; y luego se partió la canoa con la lengua y cristianos, y a las cinco de la tarde volvieron, y dijeron que los indios de los pueblos los habían salido a recebir mostrando muy gran placer, y dijeron a la lengua cómo ya ellos sabían cómo venían, y que deseaban mucho ver al gobernador y a los cristianos; y dijeron entonces que las aguas habían bajado mucho, y que por aquello la canoa había llegado con mucho trabajo, y que era necesario que, para que los navíos pasasen aquellos bajos que había hasta llegar al puerto de los Reyes, los descargasen y alijasen para pasar, porque de otra manera no podían pasar, porque no había agua poco más de un palmo, y cargados, pedían los navíos cinco y seis palmos de agua para poder navegar; y este banco y bajo estaba cerca del puerto de los Reyes. Otro día de mañana el gobernador mandó partir los navíos, gente, indios y cristianos, y que fuesen navegando al remo hasta llegar al bajo que habían de pasar los navíos, y mandó salir toda la gente y que saltasen al agua, la cual no les daba a la rodilla; y puestos los indios y cristianos a los bordos y lados del bergantín que se llamaba Sant Marcos, toda la gente que podía caber por los lados del bergantín lo pasaron a hombro y casi en peso y fuerza de brazos, sin que lo descargase, y duró el bajo más de tiro y medio de arcabuz; fue muy gran trabajo pasarlo a fuerza de brazos, y después de pasado, los mismos indios y cristianos pasaron los otros bergantines con menos trabajo que el primero, porque no eran tan grandes como el primero; y después de puestos en el hondo, nos fuimos a desembarcar en el puerto de los Reyes, en el cual hallamos en la ribera muy gran copia de gente de los naturales, que sus mujeres y hijos y ellos estaban esperando; y ansí, salió el gobernador con toda la gente, y todos ellos se vinieron a él, y él les informó cómo Su Majestad le enviaba para que les apercibiese y amonestase que fuesen cristianos, y recebiesen la doctrina cristiana, y creyesen en Dios, criador del Cielo y de la Tierra, y a ser vasallos de Su Majestad, y siéndolo, serían amparados y defendidos por el gobernador y por los que traía, de sus enemigos y de quien les quisiese hacer mal, y que siempre serían bien tratados y mirados, como Su Majestad lo mandaba que lo hiciese; y siendo buenos, les daría siempre de sus rescates, como siempre lo hacía a todos los que lo eran; y luego mandó llamar los clérigos y les dijo cómo quería luego hacer una iglesia donde les dijesen misa y los otros oficios divinos, para ejemplo y consolación de los otros cristianos, y que ellos tuviesen especial cuidado de ellos. E hizo hacer una cruz de madera grande, la cual mandó hincar junto a la ribera, debajo de unas palmas altas, en presencia de los oficiales de Su Majestad y de otra mucha gente que allí se halló presente; y ante el escribano de la provincia tomó la posesión de la tierra en nombre de Su Majestad, como tierra que nuevamente se descubría; y habiendo pacificado los naturales, dándoles de sus rescates y otras cosas, mandó aposentar los españoles en la ribera de la laguna, y junto con ella los indios guaraníes, a todos los cuales dijo y apercibió que no hiciesen daño ni fuerza ni otro mal ninguno a los indios y naturales de aquel puerto, pues eran amigos y vasallos de Su Majestad, y les mandó y defendió no fuesen a sus pueblos y casas, porque la cosa que los indios más sienten y aborrecen y por que se alteran es por ver que los indios y cristianos van a sus casas, y les revuelven y toman las cosillas que tienen en ellas; y que si tratasen y rescatasen con ellos, les pagasen lo que trujesen y tomasen de sus rescates; y si otra cosa hiciesen, serían castigados. CAPÍTULO LIV De cómo los indios del puerto de los Reyes son labradores Los indios de este puerto de los Reyes son labradores; siembran maíz y mandioca (que es el cazabi de las Indias), siembran mandubies (que son como avellanas), y de esta fruta hay gran abundancia, y siembran dos veces en el año; es tierra fértil y abundosa, ansí de mantenimientos de caza y pesquerías; crían los indios muchos patos en gran cantidad, para defenderse de los grillos (como tengo dicho). Crían gallinas, las cuales encierran de noche, por miedo de los murciélagos, que les cortan las crestas, y cortadas, las gallinas se mueren luego. Estos murciélagos son una mala sabandija, y hay muchos por el río que son tamaños y mayores que tórtolas de esta tierra, y cortan tan dulcemente con los dientes, que al que muerden, no lo siente; y nunca muerden al hombre si no es en las lumbres de los dedos de los pies o de las manos, o en el pico de la nariz, y el que una vez muerde, aunque haya otros muchos, no morderá sino al que comenzó a morder; y éstos muerden de noche y no parescen de día; tenemos que hacer en defenderles las orejas de los caballos; son muy amigos de ir a morder en ellas, y en entrando un murciélago donde están los caballos, se desasosiegan tanto, que despiertan a toda la gente que hay en la casa, y hasta que los matan o echan de la caballeriza, nunca se sosiegan; y al gobernador le mordió un murciélago estando durmiendo en un bergantín, que tenía un pie descubierto, y le mordió en la lumbre de un dedo del pie, y toda la noche estaba corriendo sangre hasta la mañana, que recordó con el frío que sintió en la pierna y la cama bañada en sangre, que creyó que le habían herido; y buscando dónde tenía la herida, los que estaban en el bergantín se reían de ello, porque conoscían y tenían experiencia de que era mordedura de murciélago, y el gobernador halló que le había llevado una rebanada de la lumbre del dedo del pie. Estos murciélagos no muerden sino adonde hay vena, y éstos hicieron una muy mala obra, y fue que llevábamos a la entrada seis cochinas preñadas para que con ellas hiciésemos casta, y cuando vinieron a parir, los cochinos que parieron, cuando fueron a tomar las tetas, no hallaron pezones, que se las habían comido todos los murciélagos, y por esta causa se murieron los cochinos, y nos comimos las puercas por no poder criar lo que pariesen. También hay en esta tierra otras malas sabandijas, y son unas hormigas muy grandes, las cuales son de dos maneras: las unas son bermejas, y las otras son muy negras; doquiera que muerden cualquiera de ellas, el que es mordido está veinte y cuatro horas dando voces y revolcándose por tierra, que es la mayor lástima del mundo de lo ver; hasta que pasan las veinte y cuatro horas no tienen remedio ninguno, y pasadas se quita el dolor; y en este puerto de los Reyes, en las lagunas, hay muchas rayas, y muchas veces los que andan a pescar en el agua, como las ven, huéllanlas, y entonces vuelven con la cola, y hieren con una púa que tienen en la cola, la cual es más larga que un dedo; y si la raya es grande, es como un geme, y la púa es como una sierra; y si da en el pie, lo pasa de parte a parte, y es tan grandísimo el dolor como el que pasa el que es mordido de hormigas; mas tiene un remedio para que luego se quite el dolor, y es que los indios conoscen una yerba que luego como el hombre es mordido la toman, y majada, la ponen sobre la herida de la raya, y en poniéndola se quita el dolor; mas tiene más de un mes que curar en la herida. Los indios de esta tierra son medianos de cuerpo, andan desnudos en cueros, y sus vergüenzas de fuera; las orejas tienen horadadas y tan grandes, que por los agujeros que tienen en ellas les cabe un puño cerrado, y traen metidas por ellas unas calabazuelas medianas, y contino van sacando aquéllas y metiendo otras mayores; y ansí, las hacen tan grandes, que casi llegan cerca de los hombros, y por esto les llaman los otros indios comarcanos orejones, y se llaman como los ingas del Perú, que se llaman orejones. Éstos cuando pelean se quitan las calabazas o rodajas que traen en las orejas, y revuélvense en ellas mismas, de manera que las encogen allí, y si no quieren hacer esto, anúdanlas atrás, debajo del colodrillo. Las mujeres de éstos no andan tapadas sus vergüenzas; vive cada uno por sí con su mujer y hijos; las mujeres tienen cargo de hilar algodón, y ellos van a sembrar sus heredades, y cuando viene la tarde, vienen a sus casas, y hallan la comida aderezada; todo lo demás no tienen cuidado de trabajar en sus casas, sino solamente cuando están los maíces para coger; entonces ellas lo han de coger y acarrear a cuestas y traer a sus casas. Dende aquí comienzan estos indios a tener idolatría, y adoran ídolos que ellos hacen de madera; y según informaron al gobernador, adelante la tierra adentro tienen los indios ídolos de oro y de plata, y procuró con buenas palabras apartarlos de la idolatría, diciéndoles que los quemasen y quitasen de sí, y creyesen en Dios verdadero, que era el que había criado el Cielo y la Tierra, y a los hombres, y a la mar, y a los pesces, y a las otras cosas, y que lo que ellos adoraban era el diablo, que los traía engañados; y ansí, quemaron muchos de ellos, aunque los principales de los indios andaban atemorizados, diciendo que los mataría el diablo, que se mostraba muy enojado; y luego que se hizo la iglesia y se dijo misa, el diablo huyó de allí, y los indios andaban asegurados, sin temor. Estaba el primer pueblo del campo hasta poco más de media legua, el cual era de ochocientas casas, y vecinos todos labradores. CAPÍTULO LV Cómo poblaron aquí los indios de García A media legua estaba otro pueblo más pequeño, de hasta setenta casas, de la misma generación de los sacocies, y a cuatro leguas están otros dos pueblos de los chaneses que poblaron en aquella tierra, de los que atrás dije que trujo García de la tierra adentro; y tomaron mujeres en aquella tierra, que muchos de ellos vinieron a ver y conoscer, diciendo que ellos eran muy alegres y muy amigos de cristianos, por el buen tratamiento que les había hecho García cuando los trujo de su tierra. Algunos de estos indios traían cuentas, margaritas y otras cosas, que dijeron haberles dado García cuando con él vinieron. Todos estos indios son labradores, criadores de patos y gallinas; las gallinas son como las de España, y los patos también. El gobernador hizo a estos indios muy buenos tratamientos, y les dio de sus rescates, y los recebió por vasallos de Su Majestad, y los rogó y apercibió, diciéndoles que fuesen buenos y leales a Su Majestad y a los cristianos; y que haciéndolo así, serían favorescidos y muy bien tratados, mejor que lo habían sido antes. CAPÍTULO LVI De cómo habló con los chaneses De estos indios chaneses se quiso el gobernador informar de las cosas de la tierra adentro y de las poblaciones de ella, y cuántos días habría de camino dende aquel puerto de los Reyes hasta llegar a la primera población. El principal de los indios chaneses, que sería de edad de cincuenta años, dijo que cuando García los trujo de su tierra vinieron con él por tierras de los indios nayaes, y salieron a tierra de los guaraníes, donde, mataran los indios que traían, y que este indio chanés y otros de su generación, que se escaparon, se vinieron huyendo por la ribera del Paraguay arriba, hasta llegar al pueblo de estos sacocies, donde fueron de ellos recogidos, y que no osaron ir por el propio camino que habían venido con García, porque los guaraníes los alcanzaran y mataran; y a esta causa no saben si están lejos ni cerca de las poblaciones de la tierra adentro, y que por no lo saber, ni saber el camino, nunca más se han vuelto a su tierra; y los indios guaraníes que habitan en las montañas de esta tierra saben el camino por donde van a la tierra; los cuales lo podían bien enseñar, porque van y vienen a la guerra contra los indios de la tierra adentro. Fue preguntado qué pueblos de indios hay en su tierra y de otras generaciones, y qué otros mantenimientos tienen, y que con qué armas pelean. Dijo que en su tierra los de su generación tienen un solo principal que los manda a todos, y de todos es obedescido, y que hay muchos pueblos de muchas gentes de los de su generación, que tienen guerra con los indios que se llaman chimeneos y con otras generaciones de indios que se llaman carcaraes; y que otras muchas gentes hay en la tierra, que tienen grandes pueblos, que se llaman gorgotoquies y payzuñoes y estarapecocies y candirees, que tienen sus principales, y todos tienen guerra unos con otros, y pelean con arcos y flechas, y todos generalmente son labradores y criadores, que siembran maíz y mandiocas y batatas y mandubias en mucha abundancia, y crían patos y gallinas como los de España; crían ovejas grandes, y todas las generaciones tienen guerras unos con otros, y los indios contratan arcos y flechas y mantas y otras cosas por arcos y flechas, y por mujeres que les dan por ellos. Habida esta relación, los indios se fueron muy alegres y contentos, y el principal de ellos se ofresció irse con el gobernador a la entrada y descubrimiento de la tierra, diciendo que se iría con su mujer y hijos a vivir a su tierra, que era lo que él más deseaba. CAPÍTULO LVII Cómo el gobernador envió a buscar los indios de García Habida la relación del indio, el gobernador mandó luego que con algunos naturales de la tierra fuesen algunos españoles a buscar los indios guaraníes que estaban en aquella tierra, para informarse de ellos y llevarlos por guía, del descubrimiento de la tierra, y también fueron con los españoles algunos indios guaraníes de los que traía en su compañía, los cuales se partieron y fueron por donde las guías los llevaron; y al cabo de seis días volvieron, y dijeron que los indios guaraníes se habían ido de la tierra, porque sus pueblos y casas estaban despoblados, y toda la tierra ansí lo parescía, porque diez leguas a la redonda lo habían mirado y no habían hallado persona. Sabido lo susodicho, el gobernador se informó de los indios chaneses si sabían a qué parte se podían haber ido los indios guaraníes; los cuales le dijeron y avisaron que los indios naturales de aquel puerto con los de aquella isla se habían juntado, y les habían ido a hacer guerra, y habían muerto muchos de los indios guaraníes, y los que quedaron se habían ido huyendo por la tierra adentro, y creían que se irían a juntar con otros pueblos de guaraníes que estaban en frontera de una generación de indios que se llaman xarayes, con los cuales y con otras generaciones tienen guerra, y que los indios xarayes es gente que tienen alguna plata y oro, que les dan los indios de tierra adentro, y que por allí es todo tierra poblada, que puede ir a las poblaciones; y los xarayes son labradores, que siembran maíz y otras simientes en gran cantidad, y crían patos y gallinas como las de España. Fuéles preguntado qué tantas jornadas de aquel puerto estaba la tierra de los indios xarayes; dijo que por tierra podían ir, pero que era el camino muy malo y trabajoso, a causa de las muchas ciénagas que había, y muy gran falta de agua, y que podían ir en cuatro o cinco días, y que si quisiesen ir por agua en canoas, por el río arriba, ocho o diez días. CAPÍTULO LVIII De cómo el gobernador habló a los oficiales y les dio aviso de lo que pasaba Luego el gobernador mandó juntar los oficiales y clérigos, y siendo informados de la relación de los indios xarayes y de los guaraníes que están en su frontera, fue acordado que con algunos indios naturales de este puerto, para más seguridad, fuesen dos españoles y dos indios guaraníes a hablar los indios xarayes, y viesen la manera de su tierra y pueblos, y se informasen de ellos de los pueblos y gentes de la tierra adentro, y del camino que iba dende su tierra hasta llegar a ellos, y tuviesen manera cómo hablasen con los indios guaraníes, porque de ellos más abiertamente y con más certeza podrían ser avisados y saber la verdad. Este mismo día se partieron los dos españoles, que fueron Héctor de Acuña y Antón Correa, lenguas y intérpretes de los guaraníes, con hasta diez indios sacocies y dos indios guaraníes, a los cuales el gobernador mandó que hablasen al principal de los xarayes, y le dijesen cómo el gobernador los enviaba para que de su parte le hablasen y conosciesen, y tuviesen por amigo a él y a los suyos; y que le rogaba le viniesen a ver, porque le quería hablar, y que a los españoles los informase de las poblaciones y gentes de la tierra adentro y el camino que iba dende su tierra para llegar a ellas; y dio a los españoles muchos rescates y un bonete de grana para que diesen al principal de los dichos xarayes; y otro tanto para el principal de los guaraníes, que les dijese lo mismo que enviaba a decir al principal de los xarayes. Otro día después llegó al puerto el capitán Gonzalo de Mendoza con su gente y navíos, y le informaron que la víspera de Todos Santos, viniendo navegando por tierra de los guaxarapos y habiéndoles hablado y dádose por amigos, diciendo haberlo hecho ansí con los navíos que primero habían subido, porque el tiempo de vela era contrario, habían salido a surgir los españoles que iban en los bergantines, y al doblar de un torno o vuelta del río, donde se pudo dar vela con los cinco que iban delanteros, el que quedó detrás, que fue un bergantín, donde venía por capitán Agustín de Campos, viniendo toda la gente de él por tierra sirgando, salieron los indios guaxarapos y dieron en ellos, y mataron cinco cristianos, y se ahogó Juan de Bolaños por acogerse a un navío, viniendo salvos y seguros, teniendo los indios por amigos, fiándose y no se guardando de ellos; y que si no se recogieran los otros cristianos al bergantín, a todos los mataran, porque no tenían ningunas armas con que se defender ni ofender. La muerte de los cristianos fue muy gran daño para nuestra reputación, porque los indios guaxarapos venían en sus canoas a hablar y comunicar con los indios del puerto de los Reyes, que tenían por amigos, y les dijeron cómo ellos habían muerto a los cristianos y que no éramos valientes, y que teníamos las cabezas tiernas, y que nos procurasen de matar y que ellos los ayudarían para ello; y de allí adelante los comenzaron a levantar y poner malos pensamientos a los indios del puerto de los Reyes. CAPÍTULO LIX Cómo el gobernador envió a los xarayes Dende a ocho días que Antón Correa y Héctor de Acuña, con los indios que llevaron por guías, hobieron partido, como dicho es, para la tierra y pueblos de los indios xarayes a les hablar de parte del gobernador, vinieron al puerto a le dar aviso de lo que habían hecho, sabido y entendido de la tierra y naturales y del principal de los indios, y visto por vista de ojos; y trujeron consigo un indio que el principal de los xarayes enviaba por que fuese guía del descubrimiento de la tierra; y Antón Correa y Héctor de Acuña dijeron que el propio día que partieron del puerto de los Reyes con las guías habían llegado a unos pueblos de unos indios que se llaman artaneses, que es una gente crescida de cuerpos y andan desnudas, en cueros; son labradores, siembran poco a causa que alcanzan poca tierra que sea buena para sembrar, porque la mayor parte es anegadizos y arenales muy secos; son pobres, y mantiénense la mayor parte del año de pesquerías de las lagunas que tienen junto de sus pueblos; las mujeres de estos indios son muy feas de rostros, porque se los labran y hacen muchas rayas con sus púas de rayas que para aquello tienen, y traen cubiertas sus vergüenzas; estos indios son muy feos de rostros porque se horadan el labio bajo y en él se ponen una cáscara de una fruta de unos árboles, que es tamaña y tan redonda como un gran tortero y ésta les apesga y hace alargar el labio tanto, que paresce una cosa muy fea, y que los indios artaneses le habían recebido muy bien en sus casas y dado de comer de lo que tenían; y otro día había salido con ellos un indio de la generación a les guiar, y habían sacado agua para beber en el camino en calabazos, y que todo el día habían caminado por ciénagas con grandísimo trabajo, en tal manera, que en poniendo el pie zahondaban hasta la rodilla, y luego metían el otro y con mucha premia los sacaban; y estaba el cieno tan caliente, y hervía con la fuerza del Sol tanto, que les abrasaba las piernas y les hacía llagas en ellas, de que pasaban mucho dolor; y allende de esto, tuvieron por cierto de morir el dicho día de sed, porque el agua que los indios llevaban en calabazos no les bastó para la mitad de la jornada del día, y aquella noche durmieron en el campo entre aquellas ciénagas con mucho trabajo y sed y cansancio y hambre. Otro día siguiente, a las ocho de la mañana, llegaron a una laguna pequeña de agua, donde bebieron el agua de ella, que era muy sucia, y hincheron los calabazos que los indios llevaban, y todo el día caminaron por anegadizos, como el día antes habían hecho, salvo que habían hallado en algunas partes agua de lagunas, donde se refrescaron, y un árbol que hacía una poca de sombra, donde sestearon y comieron lo que llevaban, sin les quedar cosa ninguna para adelante; y las guías les dijeron que les quedaba una jornada para llegar a los pueblos de los indios xarayes. Y la noche venida, reposaron, hasta que venido el día, comenzaron a caminar, y dieron luego en otras ciénagas, de las cuales no pensaron salir, según el aspereza y dificultad que en ellas hallaron, que demás de abrasarles las piernas, porque metiendo el pie se hundían hasta la cinta y no lo podían tornar a sacar; pero que sería una legua poco más lo que duraron las ciénagas, y luego hallaron el camino mejor y más asentado; y el mismo día, a la una hora después de mediodía, sin haber comido cosa ninguna ni tener qué, vieron por el camino por donde ellos iban que venían hacia ellos hasta veinte indios, los cuales llegaron con mucho placer y regocijo, cargados de pan de maíz, y de patos cocidos, y pescado, y vino de maíz, y les dijeron que su principal había sabido cómo tenían a su tierra por el camino, y les había mandado que viniesen a les traer de comer y les hablar de su parte, y llevarlos donde estaba él y todos los suyos muy alegres con su venida: con lo que estos indios les trujeron se remediaron de la falta que habían tenido de mantenimiento. Este día, una hora antes que anocheciese, llegaron a los pueblos de los indios; y antes de llegar a ellos con un tiro de ballesta, salieron más de quinientos indios de los xarayes a los recebir con mucho placer, todos muy galanes, compuestos con muchas plumas de papagayos y avantales de cuentas blancas, con que cubrían sus vergüenzas, y los tomaron en medio y los metieron en el pueblo, a la entrada del cual estaban muy gran número de mujeres y niños esperándolos, las mujeres todas cubiertas sus vergüenzas, y muchas cubiertas con unas ropas largas de algodón que usan entre ellos, que llaman tipoes; y entrando por el pueblo, llegaron donde estaba el principal de los xarayes, acompañado de hasta trescientos indios muy bien dispuestos, los más de ellos hombres ancianos; el cual estaba asentado en una red de algodón en medio de una gran plaza, y todos los suyos estaban en pie y lo tenían en medio; y como llegaron todos, los indios hicieron una calle por donde pasasen, y llegando donde estaba el principal, le trujeron dos banquillos de palo, en que les dijo por señas que se sentasen; y habiéndose sentado, mandó venir allí un indio de la generación de los guaraníes que había mucho tiempo que estaba entre ellos y estaba casado allí con una india de la generación de los xarayes, y lo querían muy bien y lo tenían por natural. Con el cual el dicho indio principal les había dicho que fuesen bien venidos y que se holgaba mucho de verlos, porque muchos tiempos había que deseaba ver los cristianos; y que dende el tiempo que García había andado por aquellas tierras tenía noticia de ellos, y que los tenía por sus parientes y amigos; y que ansimesmo deseaba mucho ver al principal de los cristianos, porque había sabido que era bueno y muy amigo de los indios, y que les daba de sus cosas y no era escaso, y les dijesen si les enviaba por alguna cosa de su tierra, que él se lo daría; y por lengua del intérprete le dijeron y declararon cómo el gobernador los enviaba para que dijese y declarase el camino que había dende allí hasta las poblaciones de la tierra, y los pueblos y gente que había dende allí a ellos, y en qué tantos días se podría llegar donde estaban los indios que tenían oro y plata; y allende de esto, para que supiese que lo quería conoscer y tener por amigo, con otras particularidades que el gobernador les mandó que les dijese; a lo cual el indio respondió que él se holgaba de tenerlos por amigos, y que él y los suyos le tenían por señor, y que los mandase; y que en lo que tocaba al camino para ir a las poblaciones de la tierra, que por allí no sabían ni tenían noticia que hobiese tal camino, ni ellos habían ido la tierra adentro, a causa que toda la tierra se anegaba al tiempo de las avenidas, dende a dos lunas; y pasadas todas las aguas, toda la tierra quedaba tal, que no podían andar por ella; pero que el propio indio con quien les hablaba, que era de la generación de los guaraníes, había ido a las poblaciones de la tierra adentro y sabía el camino por donde habían de ir, que por hacer placer al principal de los cristianos se lo enviaría para que fuese a enseñarle el camino, y luego en presencia de los españoles le mandó al indio guaraní se viniese con ellos, y ansí lo hizo con mucha voluntad; y visto por los cristianos que el principal había negado el camino con tan buenas cautelas y razones, paresciéndoles a ellos, por lo que de la tierra habían visto y andado, que podía ser ansí verdad, lo creyeron, y le rogaron que los mandase guiar a los pueblos de los guaraníes, porque los querían ver y hablar, de lo cual el indio se alteró y escandalizó mucho; y que con buen semblante y disimulado continente había respondido que los indios guaraníes eran sus enemigos y tenían guerra con ellos, y cada día se mataban unos a otros; que pues él era amigo de los cristianos, que no fuesen a buscar sus enemigos para tenerlos por amigos; y que si todavía quisiesen ir a ver los dichos indios guaraníes, que otro día de mañana los llevarían los suyos para que los hablasen. Ya, porque era noche, el mismo principal los llevó consigo a su casa, y allí les mandó dar de comer y sendas redes de algodón en que durmiesen, y les convidó que si quisiese cada uno su moza, que se la darían; pero no las quisieron, diciendo que venían cansados; y otro día, una hora antes del alba, comienzan tan gran ruido de atambores y bocinas, que parescía que se hundía el pueblo, y en aquella plaza que estaba delante de la casa principal se juntaron todos los indios, muy emplumados y aderezados a punto de guerra, con sus arcos y muchas flechas, y luego el principal mandó abrir la puerta de su casa para que los viese, y habría bien seiscientos indios de guerra; y el principal les dijo: «Cristianos, mira mi gente, que de esta manera van a los pueblos de los guaraníes; id con ellos, que ellos os llevarán y volverán, porque si fuésedes solos, mataron hían sabiendo que habéis estado en mi tierra y que sois mis amigos». Y los españoles, visto que de aquella manera no podrían hablar al principal de los guaraníes, y que sería ocasión de perder la amistad de los dichos xarayes, les dijeron que tenían determinado volverse a dar cuenta de todo a su principal, y que verían lo que les mandaría y volverían a se lo decir; y de esta manera se sosegaron los indios; y aquel día todo estuvieron en el pueblo de los xarayes, el cual sería de hasta mil vecinos; y a media legua y a una de allí había otros cuatro pueblos de la generación, que todos obedescían al dicho principal, el cual se llamaba Camire. Estos indios xarayes es gente crescida, de buena disposición; son labradores, y siembran y cogen dos veces en el año maíz y batatas y mandioca y mandubíes; crían patos en gran cantidad y algunas gallinas como las de nuestra España; horádanse los labios como los artaneses; cada uno tiene su casa por sí, donde viven con su mujer y hijos; ellos labran y siembran, las mujeres lo cogen y lo traen a sus casas, y son grandes hilanderas de algodón; estos indios crían muchos patos para que maten y coman los grillos, como digo antes de esto. CAPÍTULO LX De cómo volvieron las lenguas de los indios xarayes Estos indios xarayes alcanzan grandes pesquerías, ansí del río como de lagunas, y mucha caza de venados. Habiendo estado los españoles con el indio principal todo el día, le dieron los rescates y bonete de grana que el gobernador enviaba, con lo cual se holgó mucho y lo recebió con tanto sosiego, que fue cosa de ver y maravillar; y luego el indio principal mandó traer allí muchos penachos de plumas de papagayos y otros penachos, y los dio a los cristianos para que los trujesen al gobernador; los cuales eran muy galanes, y luego se despidieron del Camire para venirse, el cual mandó a veinte indios de los suyos que acompañasen a los cristianos; y ansí se salieron y los acompañaron hasta los pueblos de los indios artaneses, y de allí se volvieron a su tierra y quedó con ellos el guía que el principal les dio; el cual el gobernador recebió y le mostró mucho cariño; y luego con intérpretes de la guía guaraní quiso preguntar y interrogar al indio, para saber si sabía el camino de las poblaciones de la tierra, y le preguntó de qué generación era y dónde era natural. Dijo que era de la generación de los guaraníes y natural de Itati, que es en el río del Paraguay; y que siendo él muy mozo, los de su generación hicieron gran llamamiento y junta de indios de toda la tierra, y pasaron a la tierra y población de la tierra adentro, y él fue con su padre y parientes para hacer guerra a los naturales de ella, y les tomaron y robaron las planchas y joyas que tenían de oro y plata; y habiendo llegado a las primeras poblaciones, comenzaron luego a hacer guerra y matar muchos indios, y se despoblaron muchos pueblos y se fueron huyendo a recogerse a los pueblos de más adentro; y luego se juntaron las generaciones de toda aquella tierra y vinieron contra los de su generación, y desbarataron y mataron muchos de ellos, y otros se fueron huyendo por muchas partes y los indios enemigos lo siguieron y tomaron los pasos y mataron a todos, que no escaparon (a lo que señaló) docientos indios de tantos como eran, que cubrían los campos, y que entre los que escaparon se salvó este indio, y que la mayor parte se quedaron en aquellas montañas por donde habían pasado, para vivir en ellas, porque no habían osado pasar por temor que los matarían los guaxarapos y guatos y otras generaciones que estaban por donde habían de pasar; y que este indio no quiso quedar con éstos, y se fue con los que quisieron pasar adelante, a su tierra, y que en el camino habían sido sentidos de las generaciones, y una noche habían dado en ello y los habían muerto a todos y que este indio se había escapado por lo espeso de los montes, y caminando por ellos había venido a tierra de los xarayes, los cuales lo habían tenido en su poder y lo habían criado mucho tiempo, hasta que, teniéndole mucho amor, y él a ellos, le habían casado con una mujer de su generación. Fue preguntado que si sabía bien el camino por donde él y los de su generación fueron a las poblaciones de la tierra adentro. Dijo que había mucho tiempo que anduvo por el camino, y cuando los de su generación pasaron, que iban abriendo camino y cortando árboles y desmontando la tierra, que estaba muy fragosa y que ya aquellos caminos le paresce que serán tornados a cerrar del monte y yerba, porque nunca más los tornó a ver, ni andar por ellos; pero que le paresce que comenzando a ir por el camino lo sabrá seguir y ir por él, y que dende una montaña alta, redonda, que está a la vista de este puerto de los Reyes, se toma el camino. Fue preguntado en cuántos días de camino podrán llegar a la primera población. Dijo que, a lo que se acuerda, en cinco días se llegará a la primera tierra poblada, donde tienen mantenimientos muchos; que son grandes labradores, aunque cuando los de su generación fueron a la guerra los destruyeron y despoblaron muchos pueblos; pero que ya estaban tomados a poblar. Y fuéle preguntado si en el camino hay ríos caudalosos o fuentes. Dijo que vio ríos, pero que no son muy caudalosos, y que hay otros muy caudalosos, y fuentes, lagunas y cazas de venados y antas, mucha miel y fruta. Fue preguntado si al tiempo que los de su generación hicieron guerra a los naturales de la tierra, si vio que tenían oro o plata. Dijo que en los pueblos que saquearon había habido muchas planchas de plata y oro, y barbotes, y orejeras, y brazaletes, y coronas, y hachuelas, y vasijas pequeñas, y que todo se lo tornaron a tomar cuando los desbarataron, y que los que se escaparon trujeron algunas planchas de plata, y cuentas y barbotes, y se lo robaron los guaxarapos cuando pasaron por su tierra, y los mataron, y los que quedaron en las montañas tenían, y les quedó asimismo alguna cantidad de ello, y que ha oído decir que lo tienen los xarayes, y cuando los xarayes van a la guerra contra los indios, les ha visto sacar planchas de plata de las que trujeron y les quedó de la tierra adentro. Fue preguntado si tiene voluntad de irse en su compañía y de los cristianos a enseñar el camino. Dijo que sí, que de buena voluntad lo quiere hacer, y que para lo hacer lo envió su principal. El gobernador le apercibió y dijo que mirase que dijese la verdad de lo que sabía del camino, y no dijese otra cosa, porque de ello le podría venir mucho daño; y diciendo la verdad, mucho bien y provecho; el cual dijo que él había dicho la verdad de lo que sabía del camino, y que para lo enseñar y descubrir a los cristianos quería irse con ellos. CAPÍTULO LXI Cómo se determinó de hacer la entrada el gobernador Habida esta relación, con el parescer de los oficiales de Su Majestad y de los clérigos y capitanes, determinó el gobernador de ir a hacer la entrada y descubrir las poblaciones de la tierra, y para ello señaló trescientos hombres arcabuceros y ballesteros, y para la tierra que se había de pasar despoblada hasta llegar al poblado, mandó que se proveyesen de bastimentos para veinte días, y en el puerto mandó quedar cien hombres cristianos de guarda de los bergantines con hasta docientos indios guaraníes, y por capitán de ellos un Juan Romero, por ser plático en la tierra; y partió del puerto de los Reyes a 26 días del mes de noviembre del año de 43 años, y aquel día todo, hasta las cuatro de la tarde, fuimos caminando por entre unas arboledas, tierra fresca y bien asombrada, por un camino poco seguido, por donde la guía nos llevó, y aquella noche reposamos junto a unos manantiales de agua, hasta que otro día, una hora antes que amaneciese, comenzamos a caminar, llevando delante con la guía hasta veinte hombres que iban abriendo el camino, porque cuanto más íbamos por él lo hallábamos más cerrado de árboles y yerbas muy altas y espesas, y de esta causa se caminaba por la tierra con muy gran trabajo; y el dicho día, a hora de las cinco de la tarde, junto a una gran laguna donde los indios y cristianos tomaron a manos pescado, reposamos aquella noche; y a la guía que traía para el descubrimiento le mandaban, cuando íbamos caminando, subir por los árboles y por las montañas para que reconociese y descubriese el camino y mirase no fuese errado, y certificó ser aquel camino para la tierra poblada. Los indios guaraníes que llevaba el gobernador en su compañía se mantenían de lo que él les mandaba dar del bastimento que llevaba de respeto, y de la miel que sacaban de los árboles, y de alguna caza que mataban de puercos y antas y venados, de que parescía haber muy gran abundancia por aquella tierra; pero como la gente que iba era mucha y iban haciendo gran ruido, huía la caza, y de esta causa no se mataba mucha; y también los indios y los españoles comían de las frutas de los árboles salvajes, que había muchos; y de esta manera nunca les hizo mal ninguna fruta de las que comieron, sino fue una de unos árboles que naturalmente parescían arrayanes, y la fruta de la misma manera que la echa el arrayán en España, que se dice murta, excepto que ésta era un poco más gruesa y de muy buen sabor; la cual, a todos los que la comieron les hizo a unos gomitar, a otros cámaras, y esto les duró muy poco y no les hizo otro daño; también se aprovechaban de fruta de las palmas que hay gran cantidad de ellas en aquella tierra, y no se comen los dátiles, salvo partido el cuesco; lo de dentro, que es redondo, es casi como una almendra dulce, y de esto hacen los indios harina para su mantenimiento, y es muy buena cosa; y también los palmitos de las palmas, que son muy buenos. CAPÍTULO LXII De cómo llegó el gobernador al rio Caliente Al quinto día que fue caminando por la tierra por donde la guía nos llevaba, yendo siempre abriendo camino con harto trabajo, llegamos a un río pequeño que sale de una montaña, y el agua de él venía muy caliente y clara y muy buena; y algunos de los españoles se pusieron a pescar en él y sacaron pexe de él; en este río del agua caliente comenzó a desatinar la guía, diciéndoles que, como había tanto tiempo que no había andado el camino, lo desconocía, y no sabía por dónde había de guiar, porque los caminos viejos no se parescían; y otro día se partió el gobernador del río del agua caliente, y fue caminando por donde la guía les llevó con mucho trabajo, abriendo camino por los bosques y arboledas y malezas de la tierra; y el mismo día, a las diez horas de la mañana, le salieron a hablar al gobernador dos indios de la generación de los guaraníes, los cuales le dijeron ser de los que quedaron en aquellos desiertos cuando las guerras pasadas que los de su generación tuvieron con los indios de la población de la tierra adentro, a do fueron desbaratados y muertos, y ellos se habían quedado por allí; y que ellos y sus mujeres y hijos, por temor de los naturales de la tierra, se andaban por lo más espeso y montuoso escondiéndose; y todos los que por allí andaban serían hasta catorce personas, y afirmaron lo mismo que los de atrás, que dos jornadas de allí estaba otra casilla de los mismos, y que habría hasta diez personas en ellas, y que allí había un cuñado suyo, y que en la tierra de los indios xarayes había otros indios guaraníes de su generación, y que éstos tenían guerra con los indios xarayes; y porque los indios estaban temerosos de ver los cristianos y caballos, mandó el gobernador a la lengua que los asegurase y asosegase, y que les preguntase dónde tenían su casa, los cuales respondieron que muy cerca de allí; y luego vinieron sus mujeres y hijos y otros sus parientes, que todos serían hasta catorce personas, a los cuales mandó que dijesen que de qué se mantenían en aquella tierra, y qué tanto había que estaban en ella; y dijeron que ellos sembraban maíz, que comían, y también se mantenían de su caza y miel y frutas salvajes de los árboles, que había por aquella tierra mucha cantidad, y que al tiempo que sus padres fueron muertos y desbaratados, ellos habían quedado muy pequeños; lo cual declararon los indios más ancianos, que al parescer serían de edad de treinta y cinco años cada uno. Fueron preguntados si sabían el camino que había de allí para ir a las poblaciones de la tierra adentro, y qué tiempo se podía tardar en llegar a la tierra poblada; dijeron que, como ellos eran muy pequeños cuando anduvieron el dicho camino, nunca más anduvieron por él, ni lo han visto, ni saben ni se acuerdan de él, ni por dónde le han de tomar ni en qué tanto tiempo se llegará allá; mas que su cuñado, que vive y está en la otra casa, dos jornadas de esta suya, ha ido muchas veces por él, y lo sabe, y dirá por dónde han de ir por él; y visto que estos indios no sabían el camino para seguir el descubrimiento, los mandó el gobernador volver a su casa; a todos les dio rescates, a ellos y a sus mujeres y hijos, y con ellos se volvieron a sus casas muy contentos. CAPÍTULO LXIII De cómo el gobernador envió a buscar la casa que estaba adelante Otro día mandó el gobernador a una lengua que fuese con dos españoles y con dos indios (de la casa que decían que estaban adelante) para que supiesen de ellos si sabían el camino y el tiempo que se podía tardar en llegar a la primera tierra poblada, y que con mucha presteza le avisasen de todo lo que se informase, para que, sabido, se proveyese lo que más conviniese; y partidos, otro día mandó caminar la gente poco a poco por el mismo camino que llevaba la lengua y los otros. E yendo ansí caminando, al tercero día que partieron llegó al gobernador un indio que le enviaron, el cual le dio una carta de la lengua, por la cual le hacía saber cómo habían llegado a la casa de los dichos indios, y que habían hablado con el indio que sabía el camino de la tierra adentro; y decía que dende aquella su casa hasta la primera población de adelante, que estaba cabe aquel cerro que llamaban Tapuaguazu, que es una peña alta, que subido en ella se paresce mucha tierra poblada; y que dende allí hasta llegar a Tapuaguazu habrá diez y seis jornadas de despoblados, y que era el camino muy trabajoso, por estar muy cerrado el camino de arboledas y yerbas muy altas y muy grandes malezas; y que el camino por donde habían ido después que del gobernador partieron, hasta llegar a la casa de este indio, estaba ansimismo tan cerrado y dificultoso, que en lo pasar habían llevado muy gran trabajo, y a gatas habían pasado la mayor parte del camino, y que el indio decía de él que era muy peor el camino que habían de pasar que el que habían traído hasta allí, y que ellos traerían consigo el indio para que el gobernador se informase de él; y vista esta carta, partió para do el indio venía, y halló los caminos tan espesos y montuosos, de tan grandes arboledas y malezas, que lo que iban cortando no podían cortar en todo un día tanto camino como un tiro de ballesta; y porque a esta sazón vino muy grande agua, y por que la gente y municiones no se le mojasen y perdiesen, hizo retirar la gente para los ranchos que habían dejado a la mañana, en los cuales había reparos de chozas. LXIV De cómo vino la lengua de la casilla Otro día, a las tres horas de la tarde, vino la lengua y trujo consigo el indio que dijo que sabía el camino, al cual recebió y habló muy alegremente, y le dio de sus rescates, con que él se contentó; y el gobernador mandó a la lengua que de su parte le dijese y rogase que con toda verdad le descubriese el camino de la tierra poblada. El dijo que había muchos días que no había ido por él, pero que él lo sabía y lo había andado muchas veces yendo a Tapuaguazu, y que de allí se parescen los humos de toda la población de la tierra; y que iba él a Tapua por flechas, que las hay en aquella parte, y que ha dejado muchos días de ir por ellas, porque yendo a Tapua, vio antes de llegar humos que se hacían por los indios, por lo cual conosció que se comenzaban a venir a poblar aquella tierra los que solían vivir en ella, que la dejaron despoblada en tiempo de las guerras, y por que no lo matasen no había osado ir por el camino, el cual está ya tan cerrado, que con muy gran trabajo se puede ir por él, y que le paresce que en diez y seis días iban hasta Tapua yendo cortando los árboles y abriendo camino. Fue preguntando si quería ir con los cristianos a les enseñar el camino, y dijo que sí iría de buena voluntad, aunque tenía gran miedo a los indios de la tierra; y vista la relación que dio el indio, y la dificultad y el inconveniente que decía del camino, mandó el gobernador juntar los oficiales de Su Majestad y a los clérigos y capitanes, para tomar parescer con ellos de lo que se debía hacer sobre el descubrimiento, platicado con ellos lo que el indio decía; dijeron que ellos habían visto que a la mayor parte de los españoles les faltaba el bastimento, y que tres días había que no tenían qué comer, y que no lo osaban pedir por la desorden que en lo gastar había habido y tenido, y viendo que la primera guía que habíamos traído que había certificado que al quinto día hallarían de comer y tierra muy poblada y muchos bastimentos; y debajo de esta seguridad, y creyendo ser ansí verdad, habían puesto los cristianos y indios poco recaudo y menos guarda en los bastimentos que habían traído, porque cada cristiano traía para sí dos arrobas de harina; y que mirase que en el bastimento que quedaba no les bastaba para seis días; y que pasados éstos, la gente no tenía qué comer, y que les parescía que sería caso muy peligroso pasar adelante sin bastimentos con que se sustentar, mayormente que los indios nunca dicen cosa cierta; que podría ser que donde dice la guía que hay diez y seis jornadas, hobiese muchas más, y que cuando la gente hobiese de dar la vuelta no pudiesen, y de hambre se muriesen todos, como ha acaescido muchas veces en los descubrimientos nuevos que en todas estas partes se han hecho, y que les parescía que por la seguridad y vida de estos cristianos y indios que traía, se debía de volver con ellos al puerto de los Reyes, donde había salido y dejado los navíos, y que allí se podrían tornar a fornescer y proveer de más bastimentos para proseguir la entrada; y que esto era su parescer, y que si necesario fuese, se lo requerían de parte de Su Majestad. CAPÍTULO LXV De cómo el gobernador y gente se volvió al puerto Y visto el parescer de los clérigos y oficiales y capitanes, y la necesidad de la gente, y la voluntad que todos tenían de dar la vuelta, aunque el gobernador les puso delante el grande daño que de ello resultaba, y que en el puerto de los Reyes era imposible hallarse bastimentos para sustentar tanta gente y para fornecello de nuevo, y que los maíces no estaban para los coger, ni los indios tenían qué les dar, y que se acordasen que los naturales de la tierra les decían que presto vernía la cresciente de las aguas, las cuales pondrían en mucho trabajo a nosotros y a ellos; no bastó esto y otras cosas que les dijo, para que todavía no fuese persuadido que se volviese. Conoscida su demasiada voluntad, lo hobo de hacer, por no dar lugar a que hobiese algún desacato por do hobiese de castigar a algunos; y ansí, los hobo de complacer, y mandó apercebir para que otro día se volviesen desde allí para el puerto de los Reyes; y otro día de mañana envió dende allí al capitán Francisco de Ribera, que se le ofresció con seis cristianos y con la guía que sabía el camino, para que él y los seis cristianos y once indios principales fuesen con él, y los aguardasen y acompañasen, y no los dejasen hasta que los volviesen donde el gobernador estaba, y les apercibió que si los dejaba que los mandaría castigar; y ansí, se partieron para Tapua, llevando consigo la guía que sabía el camino; y el gobernador se partió también en aquel punto para el puerto de los Reyes con toda la gente; y ansí se vino en ocho días al puerto, bien descontento por no haber pasado adelante. CAPÍTULO LXVI De cómo querían matar a los que quedaron en el puerto de los Reyes Vuelto al puerto de los Reyes, el capitán Juan Romero, que había allí quedado por su teniente, le dijo y certificó que dende a poco que el gobernador había partido del puerto, los indios naturales de él y de la isla que está a una legua del puerto, trataban de matar todos los cristianos que allí habían quedado, y tomarles los bergantines, y que para ello hacían llamamiento de indios por toda la tierra, y estaban juntos ya los guaxarapos, que son nuestros enemigos, y con otras muchas generaciones de otros indios, y que tenían acordado de dar en ellos de noche, y que los habían venido a ver y a tentar so color de venir a rescatar, y no les traían bastimentos, como solían, y cuando venían con ellos era para espiarlos; y claramente le habían dicho que le habían de venir a matar y destruir los cristianos; y sabido esto, el gobernador mandó juntar a los indios principales de la tierra, y les mandó hablar y amonestar de parte de Su Majestad, que asosegasen y no quebrantasen la paz que ellos habían dado y asentado, pues el gobernador y todos los cristianos le habían hecho y hacían buenas obras como amigos, y no les habían hecho ningún enojo ni desplacer, y el gobernador les había dado muchas cosas, y los defendería de sus enemigos; y que si otra cosa hiciesen, los ternían por enemigos y les haría guerra; lo cual les apercibió y dijo estando presentes los clérigos y oficiales, y luego les dio bonetes colorados y otras cosas, y prometieron de nuevo de tener por amigos a los cristianos, y echar de su tierra a los indios que habían venido contra ellos, que eran los guaxarapos y otras generaciones. Dende a dos días que el gobernador hobo llegado al puerto de los Reyes, como se halló con tanta gente de españoles y indios, y esperaba con ellos tener gran necesidad de hambre, porque a todos había de dar de comer, y en toda la tierra no había más bastimento de lo que él tenía en los bergantines que estaban en el puerto, lo cual estaba muy tasado, y no había para más de diez o doce días para toda la gente, que eran, entre cristianos y indios, más de tres mil; y visto tan gran necesidad y peligro de morírsele toda la gente, mandó llamar todas las lenguas, y mandólas que por los lugares cercanos a ellos le fuesen a buscar algunos bastimentos mercados por sus rescates, y para ello les dio muchos; los cuales fueron, y no hallaron ningunos y visto esto, mandó llamar a los indios principales de la tierra, y preguntóles adónde habrían, por sus rescates, bastimentos; los cuales dijeron que a nueve leguas de allí estaban en la ribera de unas grandes lagunas unos indios que se llaman arrianicosies, y que éstos tienen muchos bastimentos en gran abundancia, y que éstos darían lo que fuese menester. CAPÍTULO LXVII De cómo el gobernador mandó a buscar bastimentos al capitán Mendoza Luego que el gobernador se informó de los indios principales del puerto, mandó juntar los oficiales, clérigos y capitanes y otras personas de experiencia para tomar con ellos acuerdo y parescer de lo que debía hacer, porque toda la gente pedía de comer, y el gobernador no tenía qué les dar, y estaban para se le derramar y ir por la tierra adentro a buscar de comer; y juntos los oficiales y clérigos, les dijo que vían ya la necesidad y hambre, que era tan general, que padescían, y que no esperaba menos que morir todos si brevemente no se daba orden para lo remediar, y que él era informado que los indios que se llaman arrianicosies tenían bastimentos, y que diesen su parescer de lo que en ello debía de hacer; los cuales todos juntamente le dijeron que debía enviar a los pueblos de los indios la mayor parte de la gente, ansí para se mantener y sustentar como a comprar bastimento, para que enviasen luego a la gente que consigo quedaba en el puerto, y que si los indios no quisiesen dar los bastimentos comprándoselos, que se los tomasen por fuerza; y si se pusiesen en los defender, los hiciesen guerra hasta se los tomar; porque atenta la necesidad que había, y que todos se morían de hambre, que del altar se podía tomar para comer; y este parecer dieron firmado de sus nombres; y ansí, se acordó de enviar a buscar los bastimentos al dicho capitán, con esta instrucción: «Lo que vos el capitán Gonzalo de Mendoza habéis de hacer en los pueblos donde vais a buscar bastimentos para sustentar esta gente por que no se muera de hambre, es que los bastimentos que ansí mercáredes, habéislo de pagar muy a contento de los indios socorinos y sococies, y a los otros que por la comarca están poblados, y decirles heis de mi parte que estoy maravillado de ellos cómo no me han venido a ver, como lo han hecho todas las otras generaciones de la comarca; y que yo tengo relación que ellos son buenos, y que por ello deseo verlos y tenerlos por amigos, y darles de mis cosas, y que vengan a dar la obediencia a Su Majestad, como lo han hecho todos los otros; y haciéndolo ansí, siempre los favoresceré y ayudaré contra los que los quisieren enojar; y habéis de tener gran vigilancia y cuidado que por los lugares que pasáredes de los indios nuestros amigos no consintáis que ninguna de la gente que con vos lleváis entren por sus lugares ni les hagan fuerza ni otro ningún mal tratamiento, sino que todo lo que rescatáredes y ellos os dieren, lo paguéis a su contento, y ellos no tengan causa de se quejar; y llegado a los pueblos, pediréis a los indios a do vais que os den de los mantenimientos que tuvieren para sustentar las gentes que lleváis, ofresciéndoles la paga y rogándoselo con amorosas palabras; y si no os lo quisieren dar, requerírselo heis una, y dos, y tres veces, y más, cuantas de derecho pudiéredes y debiéredes, y ofresciéndole primero la paga; y si todavía no os lo quisieren dar, tomarlo heis por fuerza; y si os lo defendieren con mano armada, hacerle heis la guerra, porque la hambre en que quedamos no sufre otra cosa; y en todo lo que sucediere adelante os habed tan templadamente, cuanto conviene al servicio de Dios y de Su Majestad; lo cual confío de vos, como de servidor de Su Majestad.» CAPÍTULO LXVIII De cómo envió un bergantín a descubrir el río de los xarayes, y en él al capitán Ribera Con esta instrucción envió al capitán Gonzalo de Mendoza, con el parescer de los clérigos y oficiales y capitanes, y con ciento y veinte cristianos y seiscientos indios flecheros, que bastaban para mucha más cosa, y partió a 15 días del mes de diciembre del dicho año; y los indios naturales del puerto de los Reyes avisaron al gobernador, y le informaron que por el río del Igatu arriba podían ir gentes en los bergantines a tierra de los indios xarayes, porque ya comenzaban a crescer las aguas, y podían bien los navíos navegar; y que los indios xarayes y otros indios que están en la ribera tenían muchos bastimentos, y que asimesmo había otros brazos de ríos muy caudalosos que venían de la tierra adentro y se juntaban en el río del Igatu, y había grandes pueblos de indios, y que tenían muchos mantenimientos; y por saber todos los secretos del dicho río, envió al capitán Hernando de Ribera en un bergantín, con cincuenta y dos hombres, para que fuesen por el río arriba hasta los pueblos de los indios xarayes y hablase en su principal y se informase de lo de adelante, y pasase a los ver y descubrir por vista de ojos; y no saliendo en tierra él ni ninguno de su compañía, excepto la lengua con otros dos, procurase ver y contratar con los indios de la costa del río por donde iba, dándoles dádivas y asentando paces con ellos, para que volviese bien informado de lo que en la tierra había, y para ello le dio una instrucción con muchos rescates, y por ella y de palabra le informó de todo aquello que convenía al servicio de Su Majestad y al bien de la tierra, el cual partió y hizo vela a 20 días del mes de diciembre del dicho año. Dende algunos días que el capitán Gonzalo de Mendoza había partido con la gente a comprar los bastimentos, escribió una carta cómo al tiempo que llegó a los lugares de los indios arrianicosies había enviado con una lengua a decir cómo él iba a su tierra a les rogar le vendiesen de los bastimentos que tenían, y que se los pagaría en rescates muy a su contento, en cuentas y cuchillos y cuñas de hierro (lo cual ellos tenían en mucho), y les daría muchos anzuelos; los cuales rescates llevó la lengua para se los enseñar para que los viesen; y que no iban a hacerles mal ni daño ni tomalles nada por fuerza; y que la lengua había ido y había vuelto huyendo de los indios, y que habían salido a él a lo matar, y que le habían tirado muchas flechas; y que decían que no fuesen los cristianos a su tierra, y que no les querían dar ninguna cosa; antes los habían de matar a todos, y que para ello les habían venido a ayudar los indios guaxarapos, que eran muy valientes; los cuales habían muerto cristianos, y decían que los cristianos tenían las cabezas tiernas, y que no eran recios; y que el dicho Gonzalo de Mendoza había tornado a enviar la misma lengua a rogar y requerir los indios que les diesen los bastimentos, y con él envió algunos españoles que viesen lo que pasaba; todos los cuales habían vuelto huyendo de los indios, diciendo que habían salido con mano armada para los matar, y les habían tirado muchas flechas, diciendo que se saliesen de su tierra, que no les querían dar los bastimentos; y que visto esto, que él había ido con toda la gente a les hablar y asegurar; y que llegados cerca de su lugar, habían salido contra él todos los indios de la tierra, tirándoles muchas flechas y procurándoles de matar, sin les querer oír ni dar lugar a que les dijese alguna cosa de las que les querían hablar; por lo cual en su defensa habían derrocado dos de ellos con arcabuces, y como los otros los vieron muertos, todos se fueron huyendo por los montes. Los cristianos fueron a sus casas, adonde habían hallado muy gran abundancia de mantenimientos de maíz y de mandubies, y otras yerbas y raíces y cosas de comer; y que luego con uno de los indios que había tomado preso envió a decir a los indios que se viniesen a sus casas, porque él les prometía y aseguraba de los tener por amigos, y de no les hacer ningún daño, y que les pagaría los bastimentos que en sus casas les habían tomado cuando ellos huyeron; lo cual no habían querido hacer, antes habían venido a les dar guerra adonde tenían sentado el real, y habían puesto fuego a sus propias casas, y se habían quemado mucha parte de ellas, y que hacían llamamiento de otras muchas generaciones de indios para venir a matarlos, y que ansí lo decían, y no dejaban de venir a les hacer todo el daño que podían. El gobernador le envió a mandar que trabajase y procurase de tornar los indios a sus casas, y no les consintiese hacer ningún mal ni daño ni guerra, antes les pagase todos los bastimentos que les había tomado, y les dejasen en paz, y fuesen a buscar los bastimentos por otras partes; y luego le tornó a avisar el capitán cómo los había enviado a llamar y asegurar para que se volviesen a sus casas, y que les tenía por amigos, y que no les haría mal, y los trataría bien; lo cual no quisieron hacer, antes continuo vinieron a hacerle guerra y todo el daño que podían con otras generaciones de indios que habían llamado para ello, ansí de los guaxarapos y guatos, enemigos nuestros, que se habían juntado con ellos. CAPÍTULO LXIX De cómo vino de la entrada el capitán Francisco de Ribera A 20 días del mes de enero del año 1544 años vino el capitán Francisco de Ribera con los seis españoles que con él envió el gobernador y con la guía que consigo llevó, y con tres indios que le quedaron de los once que con él envió de los guaraníes, los cuales todos envió, como arriba he dicho, para que descubriese las poblaciones y las viese por vista de ojos dende la parte donde el gobernador se volvió; y ellos fueron su camino adelante en busca de Tapuaguazu, donde la guía decía que comenzaban las poblaciones de los indios de toda la tierra; y llegado con los seis cristianos, los cuales venían heridos, toda la gente se alegró con ellos, y dieron gracias a Dios de verlos escapados de tan peligroso camino, porque en la verdad el gobernador los tenía por perdidos, porque de los once indios que con ellos habían ido, se habían vuelto los ocho, y por ello el gobernador hubo mucho enojo con ellos y los quiso castigar, y los indios principales sus parientes le rogaban que los mandase ahorcar luego como se volvieron, porque habían dejado y desamparado los cristianos, habiéndoles encomendado y mandado que los acompañasen y guardasen hasta volver en su presencia con ellos, y que pues no lo habían hecho, que ellos merescían que fuesen ahorcados, y el gobernador se lo reprehendió, con apercibimiento que si otra vez lo hacían los castigaría, y por ser aquella la primera les perdonaba, por no alterar a todos los indios de su generación. CAPÍTULO LXX De cómo el capitán Francisco de Ribera dio cuenta de su descubrimiento Otro día siguiente paresció ante el gobernador el capitán Francisco de Ribera, trayendo consigo los seis españoles que con él habían ido, y le dio relación de su descubrimiento, y dijo que después que dél partió en aquel bosque de do se habían apartado, que habían caminado por do la guía lo había llevado veinte y un días sin parar, yendo por tierra de muchas malezas, de arboledas tan cerradas, que no podían pasar sin ir desmontando y abriendo por do pudiese pasar, y que algunos días caminaban una legua, y otros dos días que no caminaban media, por las grandes malezas y breñas de los montes, y que en todo el camino que llevaron fue la vía del poniente; que en todo el tiempo que fueron por la dicha tierra comían venados y puercos y antas que los indios mataban con las flechas, porque era tanta la caza que había que a palos mataban todo lo que querían para comer, y ansimismo había infinita miel en lo hueco de los árboles, y frutas salvajes, que había para mantener toda la gente que venía al dicho descubrimiento, y que a los veinte y un días llegaron a un río que corría la vía del poniente; y según la guía les dijo, que pasaba por Tapuaguazu y por las poblaciones de los indios, en el cual pescaron los que él llevaba, y sacaron mucho pescado de unos que llaman los indios piraputanas, que son de la manera de los sábalos, que es muy excelente pescado; y pasaron el río, y andando por donde la guía los llevaba, dieron en huella fresca de indios; que, como aquel día había llovido, estaba la tierra mojada, y parescía haber andado indios por allí a caza; y yendo siguiendo el rastro de la huella, dieron en unas grandes hazas de maíz que se comenzaba a coger, y luego, sin se poder encubrir, salió a ellos un indio solo, cuyo lenguaje no entendieron, que traía un barbote grande en el labio bajo, de plata, y unas orejeras de oro, y tomó por la mano al Francisco de Ribera, y por señas les dijo que se fuesen con él, y así lo hicieron y vieron cerca de allí una casa grande de paja y madera; y como llegaron cerca de ella, vieron que las mujeres y otros indios sacaban lo que dentro estaba de ropa de algodón y otras cosas, y se metían por las hazas adelante, y el indio los mandó entrar dentro de la casa, en la cual andaban mujeres y indios sacando todo lo que tenían dentro, y abrían la paja de la casa y por allí lo echaban fuera, por no pasarlo por donde él y los otros cristianos estaban, y que de unas tinajas grandes que estaban dentro de la casa llenas de maíz vio sacar ciertas planchas y hachuelas y brazaletes de plata, y echarlos fuera de la casa por las paredes, que eran de paja; y como el indio que parescía el principal de aquella casa (por el respeto que los indios de ella le tenían) los tuvo dentro de la casa, por señas les dijo que se asentasen, y a dos indios orejones que tenía por esclavos, les mandó dar a beber de unas tinajas que tenían dentro de la casa metidas hasta el cuello debajo de tierra, llenas de vino de maíz; sacaron vino en unos calabazos grandes y les comenzaron a dar de beber; y los dos orejones le dijeron que a tres jornadas de allí, con unos indios que llaman payzunoes, estaban ciertos cristianos, y dende allí les enseñaron a Tapuaguazu (que es una peña muy alta y grande), y luego comenzaron a venir muchos indios muy pintados y emplumados, y con arcos y flechas a punto de guerra, y el dicho indio habló con ellos con mucha aceleración, y tomó asimismo un arco y flechas, y enviaba indios que iban y venían con mensajes; de donde habían conoscido que hacía llamamiento del pueblo que debía estar cerca de allí, y se juntaban para los matar; y que había dicho a los cristianos que con él iban, que saliesen todos juntos de la casa, y se volviesen por el mismo camino que habían traído antes que se juntasen más indios; a esta sazón estarían juntos más de trescientos, dándolos a entender que iban a traer otros muchos cristianos que vivían allí cerca; y que ya que iban a salir, los indios se les ponían delante para los detener, y por medio de ellos habían salido, y que obra de un tiro de piedra de la casa, visto por los indios que se iban, habían ido tras de ellos, y con grande grita, tirándoles muchas flechas, los habían seguido hasta los meter por el monte, donde se defendieron; y los indios, creyendo que allí había más cristianos, no osaron entrar tras de ellos y los habían dejado ir, y escaparon todos heridos, y se tornaron por el propio camino que abrieron, y lo que habían caminado en veinte y un días, dende donde el gobernador los había enviado hasta llegar al puerto de los Reyes lo anduvieron en doce días; que le paresció que dende aquel puerto hasta donde estaban los dichos indios había setenta leguas de camino, y que una laguna que está a veinte leguas de este puerto, que se pasó el agua hasta la rodilla, venía entonces tan crescida y traía tanta agua, que se había extendido y alargado más de una legua por la tierra adentro, por donde ellos habían pasado, y más de dos lanzas de hondo, y que con muy gran trabajo y peligro lo habían pasado con balsas; y que si habían de entrar por la tierra, era necesario que abajase el agua de la laguna; y que los indios se llaman tarapecocies, los cuales tienen muchos bastimentos, y vio que crían patos y gallinas como las nuestras en mucha cantidad. Esta relación dio Francisco de Ribera y los españoles que con él fueron y vinieron, y de la guía que con ellos fue; los cuales dijeron lo mismo que había declarado Francisco de Ribera; y porque en este puerto de los Reyes estaban algunos indios de la generación de los tarapecocies, donde llegó el Francisco de Ribera, los cuales vinieron con García, lengua, cuando fue por las poblaciones de la tierra, y volvió desbaratado por los indios guaraníes en el río del Paraguay, y se escaparon éstos con los indios chaneses que huyeron, y vivían todos juntos en el puerto de los Reyes, y para informarse de ellos los mandó llamar el gobernador, y luego conoscieron y se alegraron con unas flechas que Francisco de Ribera traía, de las que le tiraron los indios tarapecocies, y dijeron que aquéllas eran de su tierra; y el gobernador les preguntó que por qué los de su generación habían querido matar aquellos que los habían ido a ver y hablar. Y dijeron que los de su generación no eran enemigos de los cristianos, antes los tenían por amigos desde que García estuvo en la tierra y contrató con ellos; y que la causa por que los tarapecocies los querían matar sería por llevar en su compañía indios guaraníes, que los tienen por enemigos, porque los tiempos pasados fueron hasta su tierra a los matar y destruir; porque los cristianos no habían llevado lengua que los hablasen y los entendiesen para les decir y hacer entender a lo que iban, porque no acostumbran hacer guerra a los que no les hacen mal; y que si llevaran lengua que les hablara, les hicieran buenos tratamientos y les dieran de comer, y oro y plata que tienen, que traen de las poblaciones de la tierra adentro. Fueron preguntados qué generaciones son de los que han la plata y el oro, y cómo lo contratan y viene a su poder; dijeron que los payzunoes, que están tres jornadas de su tierra, lo dan a los suyos a trueco de arcos y flechas y esclavos que toman de otras generaciones, y que los payzunoes lo han de los chaneses y chimenoes y carcaraes y candirees, que son otras gentes de los indios, que lo tienen en mucha cantidad, y que los indios lo contratan, como dicho es. Fuéle mostrando un candelero de azófar muy limpio y claro, para que lo viese y declarase si el oro que tenían en su tierra era de aquella manera; y dijeron que lo del candelero era duro y bellaco, y lo de su tierra era blando y no tenía mal olor y era más amarillo, y luego le fue mostrada una sortija de oro, y dijeron si era de aquello mismo lo de su tierra, y dijo que sí. Asimismo le mostraron un plato de estaño muy limpio y claro, y le preguntaron si la plata de su tierra era tal como aquélla, y dijo que aquélla de aquel plato hedía y era bellaca y blanda, y que la de su tierra era más blanca y dura y no hedía mal; y siéndole mostrada una copa de plata, con ella se alegraron mucho y dijeron haber de aquello en su tierra muy gran cantidad en vasijas y otras cosas en casa de los indios, y planchas, y había brazaletes y coronas y hachuelas, y otras piezas. CAPÍTULO LXXI De cómo envió a llamar al capitán Gonzalo de Mendoza Luego envió el gobernador a llamar a Gonzalo de Mendoza, que se viniese de la tierra de los arrianicosies con la gente que con él estaba, para dar orden y proveer las cosas necesarias para seguir la entrada y descubrimiento de la tierra, porque ansí convenía al servicio de Su Majestad; y que antes que viniese a ellas, procurasen de tornar a los indios arrianicosies a sus casas y asentase las paces con ellos; y como fue venido Francisco de Ribera con los seis españoles que venían con él del descubrimiento de la tierra, toda la gente que estaba en el puerto de los Reyes comenzó a adolescer de calenturas, que no había quien pudiese hacer la guarda en el campo, y asimesmo adolescieron todos los indios guaraníes, y morían algunos de ellos; y de la gente que el capitán Gonzalo de Mendoza tenía consigo en la tierra de los indios arrianicosies, avisó por carta suya que todos enfermaban de calenturas, y así los enviaba con los bergantines enfermos y flacos; y demás de esto, avisó que no había podido con los indios hacer paz, aunque muchas veces les había requerido que les darían muchos rescates; antes les venían cada día a hacer la guerra, y que era tierra de muchos mantenimientos, así en el campo como en las lagunas, y que les había dejado muchos mantenimientos con que se pudiesen mantener, demás y allende de los que había enviado y llevaba en los bergantines; y la causa de aquella enfermedad en que había caído toda la gente había sido que se habían dañado las aguas de aquella tierra y se habían hecho salobres con la cresciente de ella. A esta sazón los indios de la isla que están cerca de una legua del puerto de los Reyes, que se llaman socorinos y xaqueses, como vieron a los cristianos enfermos y flacos, comenzaron a hacerles guerra, y dejaron de venir, como hasta allí lo habían hecho, a contratar y rescatar con los cristianos, y a darles aviso de los indios que hablaban mal de ellos, especialmente de los indios guaxarapos, con los cuales se juntaron y metieron en su tierra para dende allí hacerles guerra; y como los indios guaraníes que habían traído en la armada salían en sus canoas en compañía de algunos cristianos, a pescar en la laguna, a un tiro de piedra del real, una mañana, ya que amanescía, habían salido cinco cristianos, los cuatro de ellos mozos de poca edad, con los indios guaraníes; yendo en sus canoas, salieron a ellos los indios xaqueses y socorinos y otros muchos de la isla, y captivaron los cinco cristianos, y mataron de los indios guaraníes, cristianos nuevamente convertidos, y se les pusieron en defensa, y a otros muchos llevaron con ellos a la isla, y los mataron, y despedazaron a los cinco cristianos y indios, y los repartieron entre ellos a pedazos entre los indios guaxarapos y guatos, y con los indios naturales de esta tierra y puerto del pueblo que dicen del Viejo, y con otras generaciones que para ello y para hacer la guerra que tenían convocado; y después de repartidos, los comieron, ansí en la isla como en los otros lugares de las otras generaciones, y no contentos con esto, como la gente estaba enferma y flaca, con gran atrevimiento vinieron a acometer y a poner fuego en el pueblo adonde estaban, y llevaron algunos cristianos; los cuales comenzaron a dar voces diciendo: «Al arma, al arma, que matan los indios a los cristianos.» Y como todo el pueblo estaba puesto en arma, salieron a ellos; y ansí, llevaron ciertos cristianos, y entre ellos uno que se llamaba Pedro Mepen, y otros que tomaron ribera de la laguna, y asimismo mataron otros que estaban pescando en la laguna, y se los comieron como a los otros cinco; y después de hecho el salto de los indios, como amanesció, al punto se vieron muy gran número de canoas con mucha gente de guerra irse huyendo por la laguna adelante, dando grandes alaridos y enseñando los arcos y flechas, alzándolos en alto, para damos a entender que ellos habían hecho el salto; y ansí, se metieron por la isla que está en la laguna del puerto de los Reyes; allí nos mataron cincuenta y ocho cristianos esta vez. Visto esto, el gobernador habló con los indios del puerto de los Reyes y les dijo que pidiesen a los indios de la isla los cristianos y indios que habían llevado; y habiéndoselos ido a pedir respondieron que los indios guaxarapos se los habían llevado, y que no los tenían ellos; de allí adelante venían de noche a correr la laguna, por ver si podían captivar algunos de los cristianos y indios que pescasen en ella, y a estorbar que no pescasen en ella, diciendo que la tierra era suya, y que no habían de pescar en ella los cristianos y los indios; que nos fuésemos de su tierra, si no, que nos habían de matar. El gobernador envió a decir que se sosegasen y guardasen la paz que con él habían asentado, y viniesen a traer los cristianos e indios que habían llevado, y que los ternía por amigos; donde no lo quisiesen hacer, que procedería contra ellos como contra enemigos, a los cuales se lo envió a decir y apercibir muchas veces, y no lo quisieron hacer, y no dejaban de hacer la guerra y daños que podían; y visto que no aprovechaba nada, el gobernador mandó hacer información contra los dichos indios; y habida, con el parescer de los oficiales de Su Majestad y los clérigos, fueron dados y pronunciados por enemigos, para poderlos hacer la guerra; la cual se les hizo, y aseguró la tierra de los daños que cada día hacían. CAPÍTULO LXXII De cómo vino Hernando de Ribera de su entrada que hizo por el río A 30 días del mes de enero del año de 1543 vino el capitán Hernando de Ribera con el navío y gente con que le envió el gobernador a descubrir por el río arriba; y porque cuando él vino le halló enfermo, y ansimismo toda la gente, de calenturas con fríos, no le pudo dar relación de su descubrimiento, y en este tiempo las aguas de los ríos crescían de tal manera, que toda aquella tierra estaba cubierta y anegada de agua, y por esto no se podía tomar a hacer la entrada y descubrimiento, y los indios naturales de la tierra le dijeron y certificaron que ahí duraba la cresciente de las aguas cuatro meses del año, tanto, que cubre la tierra cinco y seis brazas en alto, y hacen lo que atrás tengo dicho de andarse dentro en canoas, con sus casas todo este tiempo buscando de comer, sin poder saltar en la tierra; y en toda esta tierra tienen por costumbre los naturales de ella de se matar y comer los unos a los otros; y cuando las aguas bajan, tornan a armar sus casas donde las tenían antes que cresciesen, y queda la tierra inficionada de pestilencia del mal olor y pescado que queda en seco en ella, y con el gran calor que hace es muy trabajosa de sufrir. CAPÍTULO LXXIII De lo que acontesció al gobernador y gente en este puerto Tres meses estuvo el gobernador en el puerto de los Reyes con toda la gente enferma de calenturas, y él con ellos, esperando que Dios fuese servido de darles salud y que las aguas bajasen para poner en efecto la entrada y descubrimiento de la tierra, y de cada día crescía la enfermedad, y lo mismo hacían las aguas; de manera que del puerto de los Reyes fue forzado retirarnos con harto trabajo, y demás de hacernos tanto daño, trujeron consigo tantos mosquitos de todas maneras, que de noche ni de día no nos dejaban dormir ni reposar, con lo cual se pasaba un tormento intolerable, que era peor de sufrir que las calenturas; y visto esto, y porque habían requerido al gobernador los oficiales de Su Majestad que se retirase y fuese del dicho puerto abajo a la ciudad de la Ascensión, adonde la gente convaleciese, habido para ello información y parescer de los clérigos y oficiales, se retiró; pero no consintió que los cristianos trujesen obra de cien muchachas, que los naturales del puerto de los Reyes, al tiempo que allí llegó el gobernador, habían ofrescido sus padres a capitanes y personas señaladas para estar bien con ellos y para que hiciesen de ellas lo que solían de las otras que tenían; y por evitar la ofensa que en esto a Dios se hacía, el gobernador mandó a sus padres que las tuviesen consigo en sus casas hasta tanto que se hobiesen de volver; y al tiempo que se embarcaron para volver, por no dejar a sus padres descontentos y a la tierra escandalizada a causa de ello, lo hizo ansí; y para dar más color a lo que hacía, publicó una instrucción de Su Majestad, en que manda «que ninguno sea osado de sacar a ningún indio de su tierra, so graves penas»; y de esto quedaron los naturales muy contentos, y los españoles muy quejosos y desesperados, y por esta causa le querían algunos mal, y dende entonces fue aborrescido de los más de ellos, y con aquella color y razón hicieron lo que diré adelante; y embarcada la gente, ansí cristianos como indios, se vino al puerto y ciudad de la Ascensión en doce días, lo que había andado en dos meses cuando subió; aunque la gente venía a la muerte enferma, sacaban fuerza de flaqueza con deseo de llegar a sus casas; y cierto no fue poco el trabajo, por venir como tengo dicho, porque no podían tomar armas para resistir a los enemigos, ni menos podían aprovechar con un remo para ayudar ni guiar los bergantines; y si no fuera por los versos que llevábamos en los bergantines, el trabajo y peligro fuera mayor; traíamos las canoas de los indios en medio de los navíos, por guardarlos y salvarlos de los enemigos hasta volverlos a sus tierras y casas; y para que más seguros fuesen, repartió el gobernador algunos cristianos en sus canoas, y con venir tan recatados, guardándonos de los enemigos, pasando por tierra de los indios guaxarapos, dieron un salto con muchas canoas en gran cantidad y dieron en unas balsas que venían junto a nosotros, y arrojaron un dardo y dieron a un cristiano por los pechos y pasáronlo de parte a parte, y cayó luego muerto, el cual se llamaba Miranda, natural de Valladolid, e hirieron algunos indios de los nuestros, y si no fueran socorridos con los versos, nos hicieran mucho daño. Todo ello causó la flaqueza grande que tenía la gente. A 8 días del mes de abril del dicho año llegamos a la ciudad de la Ascención con toda la gente y navíos y indios guaraníes, y todos ellos y el gobernador, con los cristianos que traía, venían enfermos y flacos; y llegado allí el gobernador, halló al capitán Salazar que tenía hecho llamamiento en toda la tierra y tenía juntos más de veinte mil indios y muchas canoas, y para ir por tierra otra gente a buscar y matar y destruir a los indios agaces, porque después que el gobernador se había partido del puerto no habían cesado de hacer la guerra a los cristianos que habían quedado en la ciudad y a los naturales, robándolos y matándolos y tomándoles las mujeres y hijos, y salteándoles la tierra y quemándoles los pueblos, haciéndoles muy grandes males; y como llegó el gobernador, cesó de ponerse en efecto, y hallamos la carabela que el gobernador mandó hacer, que casi estaba ya hecha, porque en acabándose había de dar aviso a Su Majestad de lo suscedido, de la entrada que se hizo de la tierra y otras cosas suscedidas en ella, y mandó el gobernador que se acabase. CAPÍTULO LXXIV Cómo el gobernador llegó con su gente a la Ascensión y aquí le prendieron Dende a quince días que hubo llegado el gobernador a la ciudad de la Ascensión, como los oficiales de Su Majestad le tenían odio por las causas que son dichas, que no les consentía, por ser, como eran, contra el servicio de Dios y de Su Majestad, ansí en haber despoblado el mejor y más principal puerto de la provincia, con pretensión de se alzar con la tierra (como al presente lo están), y viendo venir al gobernador tan a la muerte y a todos los cristianos que con él traía, día de Sant Marcos se juntaron y confederaron con otros amigos suyos, y conciertan de aquella noche prender al gobernador; y para mejor lo poder hacer a su salvo, dicen a cien hombres que ellos saben que el gobernador quiere tomarles sus haciendas y casas y indias, y darlas y repartirlas entre los que venían con él de la entrada perdidos, y que aquello era muy gran sinjusticia y contra el servicio de Su Majestad, y que ellos, como sus oficiales, querían aquella noche ir a requerir, en nombre de Su Majestad, que no les quitase las casas ni ropas y indias; y porque se temían que el gobernador los mandaría prender por ello, era menester que ellos fuesen armados y llevasen sus amigos, y pues ellos lo eran, y por esto se ponían en hacer el requerimiento, del cual se seguía muy gran servicio a Su Majestad y a ellos mucho provecho, y que a hora del Ave María viniesen con sus armas a dos casas que les señalaron, y que allí se metiesen hasta que ellos avisasen lo que habían de hacer; y ansí, entraron en la cámara donde el gobernador estaba muy malo hasta diez o doce de ellos, diciendo a voces: ¡Libertad, libertad; viva el Rey! Eran el veedor Alonso Cabrera, el contador Felipe de Cáceres, Garci-Vanegas, teniente de tesorero; un criado del gobernador, que se llamaba Pedro de Oñate, el cual tenía en su cámara, y éste los metió y dio la puerta y fue principal en todo, y a don Francisco de Mendoza y a Jaime Rasquín, y éste puso una ballesta con un arpón con yerba a los pechos al gobernador; Diego de Acosta, lengua, portugués; Solórzano, natural de la Gran Canaria; y éstos entraron a prender al gobernador adelante con sus armas; y ansí, lo sacaron en camisa, diciendo: ¡Libertad, libertad! Y llamándolo de tirano, poniéndole las ballestas a los pechos, diciendo estas y otras palabras: Aquí pagaréis las injurias y daños que nos habéis hecho; y salido a la calle, toparon con la otra gente que ellos habían traído para aguardalles; los cuales, como vieron traer preso al gobernador de aquella manera, dijeron al factor Pedro Dorantes y a los demás: Pese a tal con los traidores; ¿traéisnos para que seamos testigos que no nos tomen nuestras haciendas y casas y indias, y no le requerís, sino prendéislo?; ¿queréis hacernos a nosotros traidores contra el Rey, prendiendo a su gobernador?; y echaron mano a las espadas, y hubo una gran revuelta entre ellos porque le habían preso; y como estaban cerca de las casas de los oficiales, los unos de ellos se metieron con el gobernador en las casas de Garci-Vanegas, y los otros quedaron a la puerta, diciéndoles que ellos los habían engañado; que no dijesen que no sabían lo que ellos habían hecho, sino que procurasen de ayudallos a que le sustentasen en la prisión, porque les hacían saber que si soltasen al gobernador, que los haría a todos cuartos, y a ellos les cortaría las cabezas; y pues les iba las vidas en ello, los ayudasen a llevar adelante lo que habían hecho, y que ellos partirían con ellos la hacienda y indias y ropa del gobernador; y luego entraron los oficiales donde el gobernador estaba, que era una pieza muy pequeña, y le echaron unos grillos y le pusieron guardas; y hecho esto, fueron luego a casa de Juan Pavón, alcalde mayor, y a casa de Francisco de Peralta, alguacil, y llegando adonde estaba el alcalde mayor, Martín de Ure, vizcaíno, se adelantó de todos y quitó por fuerza la vara al alcalde mayor y al alguacil; y ansí presos, dando muchas puñadas al alcalde mayor y al alguacil, y dándole empujones y llamándoles de traidores, él y los que con él iban los llevaron a la cárcel pública y los echaron de cabeza en el cepo, y soltaron de él a los que estaban presos, que entre ellos estaba uno condenado a muerte porque había muerto un Morales, hidalgo de Sevilla. Después de esto hecho, tomaron un atambor y fueron por las calles alborotando y desasosegando al pueblo, diciendo a grandes voces: ¡Libertad, libertad; viva el Rey! Y después de haber dado una vuelta al pueblo, fueron los mismos a la casa de Pero Hernández, escribano de la provincia (que a la sazón estaba enfermo), y le prendieron, y a Bartolomé González, y le tomaron la hacienda y escripturas que allí tenía; y ansí, lo llevaron preso a la casa de Domingo de Irala, adonde le echaron dos pares de grillos; y después de habelle dicho muchas afrentas, le pusieron sus guardas, y tornan a pregonar: Mandan los señores oficiales de Su Majestad que ninguno sea osado de andar por las calles, y todos se recojan a sus casas, so pena de muerte y de traidores; y acabando de decir esto, tornaban, como de primero, a decir: ¡Libertad, libertad! Y cuando esto apregonaban, a los que topaban en las calles les daban muchos rempujones y espaldarazos, y los metían por fuerza en sus casas; y luego, como esto acabaron de hacer, los oficiales fueron a las casas donde el gobernador vivía y tenía su hacienda y escripturas y provisiones que Su Majestad le mandó despachar acerca de la gobernación de la tierra, y los autos de cómo le habían recebido y obedecido en nombre de Su Majestad por gobernador y capitán general, y descerrajaron unas arcas, y tomaron todas las escripturas que en ellas estaban, y se apoderaron en todo ello, y abrieron asimismo un arca que estaba cerrada con tres llaves, donde estaban los procesos que se habían hecho contra los oficiales, de los delitos que habían cometido, los cuales estaban remitidos a Su Majestad; y tomaron todos sus bienes, ropas, bastimentos de vino y aceite, y acero y hierro y otras muchas cosas, y la mayor parte de ellas desaparescieron, dando saco en todo, llamándole de tirano y otras palabras; y lo que dejaron de la hacienda del gobernador lo pusieron en poder de quien más sus amigos eran y los seguían, so color de depósito, y eran los mismos valedores que los ayudaban. Valía, a lo que dicen, más de cien mil castellanos su hacienda, a los precios de allá, entre lo cual le tomaron diez bergantines. CAPÍTULO LXXV De cómo juntaron la gente ante la casa de Domingo de Irala Y luego otro día siguiente por la mañana los oficiales, con atambor, mandaron pregonar por las calles que todos se juntasen delante las casas del capitán Domingo de Irala, y allí juntos sus amigos y valedores con sus armas, con pregonero, a altas voces leyeron un libelo infamatorio; entre las otras cosas, dijeron que tenía el gobernador ordenado de tomarles a todos sus haciendas y tenerlos por esclavos, y que ellos por la libertad de todos le habían prendido; y acabando de leer el dicho libelo, les dijeron: «Decid, señores: ¡Libertad, libertad; viva el Rey!» Y ansí, dando grandes voces, lo dijeron, y acabado de decir, la gente se indignó contra el gobernador, y muchos decían : ¡Pese a tal!, vámosle a matar a este tirano, que nos quería matar y destruir; y amansada la ira y el furor de la gente, luego los oficiales nombraron por teniente de gobernador y capitán general de la dicha provincia a Domingo de Irala. Éste fue otra vez gobernador contra Francisco Ruiz, que había quedado en la tierra por teniente de don Pedro de Mendoza; y en verdad fue buen teniente y buen gobernador, y por envidia y malicia le desposeyeron contra todo derecho, y nombraron por teniente a este Domingo de Irala; y diciendo uno al veedor Alonso Cabrera que lo habían hecho mal, porque habiendo poblado el Francisco Ruiz aquella tierra y sustentándola con tanto trabajo, se lo habían quitado, respondió que porque no quería hacer lo que él quería; y que porque Domingo de Irala era el de menos calidad de todos, y siempre haría lo que él le mandase y todos los oficiales, por esto lo habían nombrado; y ansí pusieron al Domingo de Irala, y nombraron por alcalde mayor a un Pero Díaz del Valle, amigo de Domingo de Irala; dieron las varas de los alguaciles a un Bartolomé de la Marilla, natural de Trujillo, amigo de Nunfro de Chaves, y a un Sancho de Salinas, natural de Cazalla; y luego los oficiales y Domingo de Irala comenzaron a publicar que querían tomar a hacer entrada por las misma tierra que el gobernador había descubierto, con intento de buscar alguna plata y oro en la tierra, porque hallándola la enviasen a Su Majestad para que los perdonase, y con ello creían que les había de perdonar el delito que habían cometido; y que si no lo hallasen, que se quedarían en la tierra adentro poblando, por no volver donde fuesen castigados; y que podría ser que hallasen tanto, que por ello les hiciese merced de la tierra, y con esto andaban granjeando a la gente; y cómo ya hobiesen todos entendido las maldades que habían usado y usaban, no quiso ninguno dar consentimiento a la entrada; y dende allí en adelante toda la mayor parte de la gente comenzó a reclamar y a decir que soltasen al gobernador; y de esta causa los oficiales y las justicias que tenían puestas comenzaron a molestar a los que se mostraban pesantes de la prisión, echándoles prisiones y quitándoles sus haciendas y mantenimientos, y fatigándolos con otros malos tratamientos; y a los que se retraían por las iglesias, por que no los prendiesen, ponían guardas por que no los diesen de comer, y ponían pena sobre ello, y a otros les tiraban las armas y los traían aperreados y corridos, y decían públicamente que a los que mostrasen pesalles de la prisión que los habían de destruir. CAPÍTULO LXXVI De los alborotos y escándalos que hobo en la tierra De aquí adelante comenzaron los alborotos y escándalos entre la gente, porque públicamente decían los de la parte de Su Majestad a los oficiales y a sus valedores que todos ellos eran traidores, y siempre de día y de noche, por el temor de la gente que se levantaba cada día de nuevo contra ellos, estaban siempre con las armas en las manos, y se hacían cada día más fuertes de palizadas y otros aparejos para se defender, como si estuviera preso el gobernador en Salsas; barrearon las calles y cercáronse en cinco o seis casas. El gobernador estaba en una cámara muy pequeña que metieron, de la casa de Alonso Cabrera en la de Garci-Vanegas, para tenerlo en medio de todos ellos; y tenían de costumbre cada día el alcalde y los alguaciles de buscar todas las casas que estaban al derredor de la casa adonde estaba preso si había alguna tierra movida de ellas para ver si minaban. En viendo los oficiales dos o tres hombres de la parcialidad del gobernador, y que estaban hablando juntos, luego daban voces diciendo: «¡Al arma, al arma!» Y entonces los oficiales entraban armados donde estaba el gobernador, y decían, puesta la mano en los puñales: «Juro a Dios, que si la gente se pone en sacaros de nuestro poder, que os habemos de dar de puñaladas y cortaros la cabeza, y echalla a los que os vienen a sacar, para que se contenten con ella»; para lo cual nombraron cuatro hombres, los que tenían por más valientes, para que con cuatro puñales estuviesen par de la primera guarda, y les tomaron pleito homenaje que en sintiendo que de la parte de Su Majestad le iban a sacar, luego entrasen y le cortasen la cabeza; y para estar apercibidos para aquel tiempo, amolaban los puñales, para cumplir lo que tenían jurado; y hacían esto en parte donde sintiese el gobernador lo que hacían y hablaban; y los secutores de esto eran Garci- Vanegas y Andrés Hernández el Romo, y otros. Sobre la prisión del gobernador, demás de los alborotos y escándalos que había entre la gente, había muchas pasiones y pendencias por los bandos que entre ellos había, unos diciendo que los oficiales y sus amigos habían sido traidores y hecho gran maldad en lo prender, y que habían dado ocasión que se perdiese toda la tierra, como ha parescido y cada día paresce, y los otros defendían al contrario; y sobre esto se mataron y hirieron y mancaron muchos españoles unos a otros; y los oficiales y sus amigos decían que los que le favorescían y deseaban su libertad eran traidores, y los habían de castigar por tales, y defendían que no hablase ninguno de los que tenían por sospechosos unos con otros; y en viendo hablar dos hombres juntos, hacían información y los prendían, hasta saber lo que hablaban; y si se juntaban tres o cuatro, luego tocaban al arma, y se ponían a punto de pelear, y tenían puestas encima del aposento donde estaba preso el gobernador centinelas en dos garitas que descubrían todo el pueblo y el campo; y allende de esto traían hombres que anduviesen espiando y mirando lo que se hacía y decía por el pueblo, y de noche andaban treinta hombres armados, y todos los que topaban en las calles los prendían y procuraban de saber dónde iban y de qué manera; y como los alborotos y escándalos eran tantos cada día, y los oficiales y sus valedores andaban por ello tan cansados y desvelados, entraron a rogar al gobernador que diese un mandamiento para la gente en que les mandase que no se moviesen y estuviesen sosegados, y que para ello, si necesario fuese, se les pusiese pena; y los mismos oficiales le metieron hecho y ordenado, para que si quisiese hacer por ellos aquello lo firmase; lo cual, después de firmado, no lo quisieron notificar a la gente, porque fueron aconsejados que no lo hiciesen, pues que pretendían y decían que todos habían dado parescer y sido en que le prendiesen, y por esto dejaron de notificallo. CAPÍTULO LXXVII De cómo tenían preso al gobernador en una prisión muy áspera En el tiempo que estas cosas pasaban, el gobernador estaba malo en la cama, y muy flaco, y para la cura de su salud tenía unos muy buenos grillos a los pies, y a la cabecera una vela encendida, porque la prisión estaba tan escura que no se parescía el cielo, y era tan húmeda, que nascía la yerba debajo de la cama; tenía la vela consigo, porque cada hora pensaba tenella menester, y para su fin buscaron entre toda la gente el hombre de todos que más mal le quisiese, y hallaron uno que se llamaba Hernando de Sosa, al cual el gobernador había castigado porque había dado un bofetón y palos a un indio principal, y éste le pusieron por guarda en la misma cámara para que le guardase, y tenían dos puertas con candados cerradas sobre él; y los oficiales y todos sus aliados y confederados le guardaban de día y de noche, armados con todas sus armas, que eran más de ciento y cincuenta, a los cuales pagaban con la hacienda del gobernador, y con toda esta guarda, cada noche o tercera noche le metía la india que le llevaba de cenar una carta que le escrebían los de fuera, y por ella le daban relación de todo lo que allá pasaba, y enviaban a decir que enviase a avisar qué era lo que mandaba que ellos hiciesen; porque las tres partes de la gente estaban determinados de morir todos, con los indios que los ayudaban para sacarle, y que lo habían dejado de hacer por el temor que les ponían diciendo que si acometían a sacarle, que luego le habían de dar de puñaladas y cortarle la cabeza; y que, por otra parte, más de setenta hombres de los que estaban en guarda de la prisión se habían confederado con ellos de se levantar con la puerta principal, adonde el gobernador estaba preso, y le detener y defender hasta que ellos entrasen, lo cual el gobernador les estorbó que no hiciesen, porque no podía ser tan ligeramente sin que se matasen muchos cristianos, y que comenzada la cosa, los indios acabarían todos los que pudiesen, y ansí se acabaría de perder toda la tierra y vida de todos. Con esto les entretuvo que no lo hiciesen, y porque dije que la india que le traía un carta cada tercer noche, y llevaba otra, pasando por todas las guardas, desnudándola en cueros, catándole la boca y los oídos, y trasquilándola porque no la llevase entre los cabellos, y catándola todo lo posible, que por ser cosa vergonzosa no lo señalo, pasaba la india por todos en cueros, y llegada donde estaba, daba lo que traía a la guarda, y ella se sentaba par de la cama del gobernador, como la pieza era chica; y sentada, se comenzaba a rascar el pie, y ansí, rascándose quitaba la carta y se la daba por detrás del otro. Traía ella esta carta, que era medio pliego de papel delgado, muy arrollada sotilmente, y cubierta con un poco de cera negra, metida en lo hueco de los dedos del pie hasta el pulgar, y venía atada con dos hilos de algodón negro, y de esta manera metía y sacaba todas las cartas y el papel que había menester, y unos polvos que hay en aquella tierra de unas piedras que con un poco da saliva o de agua hacen tinta. Los oficiales y sus consortes lo sospecharon o fueron avisados que el gobernador sabía lo que fuera pasaba y ellos hacían; y para saber y asegurarse ellos de esto, buscaron cuatro mancebos de entre ellos para que se envolviesen con la india, en lo cual no tuvieron mucho que hacer, porque de costumbre no son escasas de sus personas, y tienen por gran afrenta negallo a nadie que se lo pida, y dicen que ¿para qué se lo dieron sino para aquello?; y envueltos con ella y dándole muchas cosas, no pudieron saber ningún secreto de ella, durando el trato y conversación once meses. CAPÍTULO LXXVIII Cómo robaban la tierra los alzados y tomaban por fuerza sus haciendas Estando el gobernador de esta manera, los oficiales y Domingo de Irala, luego que le prendieron, dieron licencia abiertamente a todos sus amigos y valedores y criados para que fuesen por los pueblos y lugares de los indios y les tomasen las mujeres y las hijas, y las hamacas y otras cosas que tenían, por fuerza, y sin pagárselo, cosa que no convenía al servicio de Su Majestad y a la pacificación de aquella tierra; y haciendo esto, iban por toda la tierra dándoles muchos palos, trayéndoles por fuerza a sus casas para que labrasen sus heredades sin pagarles nada por ello, y los indios se venían a quejar a Domingo de Irala y a los oficiales. Ellos respondían que no eran parte para ello; de lo cual se contentaban algunos de los cristianos, porque sabían que les respondían aquello por les complacer, para que ellos les ayudasen y favoresciesen, y decíanles a los cristianos que ya ellos tenían libertad, que hiciesen lo que quisiesen; de manera que con estas respuestas y malos tratamientos la tierra se comenzó a despoblar, y se iban los naturales a vivir a las montañas, escondidos donde no los pudiesen hallar los cristianos. Muchos de los indios y sus mujeres y hijos eran cristianos, y apartándose perdían la doctrina de los religiosos y clérigos, de lo cual el gobernador tuvo muy gran cuidado que fuesen enseñados. Luego, dende a pocos días que le hobieron preso, desbarataron la carabela que el gobernador había mandado hacer para por ella dar aviso a Su Majestad de lo que en la provincia pasaba, porque tuvieron creído que pudieran atraer a la gente para hacer la entrada (cual dejó descubierta el gobernador), y que por ella pudieran sacar oro y plata, y a ellos se le atribuyera la honra y el servicio que pensaban que a Su Majestad hacían; y como la tierra estuviese sin justicia, los vecinos y pobladores de ella contino recebían tan grandes agravios, que los oficiales y justicia que ellos pusieron de su mano hacían a los españoles, aprisionándoles y tomando sus haciendas, se fueron como aborridos y muy descontentos más de cincuenta hombres españoles por la tierra adentro, en demanda de la costa del Brasil, y a buscar algún aparejo para venir a avisar a Su Majestad de los grandes males y daños y desasosiegos que en la tierra pasaban, y otros muchos estaban movidos para se ir perdidos por la tierra adentro, a los cuales prendieron y tuvieron presos mucho tiempo, y les quitaron las armas y lo que tenían; y todo lo que les quitaban, lo daban y repartían entre sus amigos y valedores, por los tener gratos y contentos. CAPÍTULO LXXIX Cómo se fueron los frailes En este tiempo, que andaban las cosas tan recias y tan revueltas y de mala desistión pareciendo a los frailes fray Bernaldo de Armenta que era buena coyuntura y sazón para acabar de efectuar su propósito en quererse ir (como otra vez lo habían intentado), hablaron sobre ello a los oficiales, y a Domingo de Irala, para que les diese favor y ayuda para ir a la costa del Brasil; los cuales, por les dar contentamiento, y por ser, como eran, contrarios del gobernador, por haberles impedido el camino que entonces querían hacer, ellos les dieron licencia y ayudaron en lo que pudieron, y que se fuesen a la costa del Brasil, y para ello llevaron consigo seis españoles y algunas indias de las que enseñaban doctrina. Estando el gobernador en la prisión, les dijo muchas veces que por que cesasen los alborotos que cada día había, y los males y daños que se hacían, le diesen lugar que en nombre de Su Majestad pudiese nombrar una persona que como teniente de gobernador los tuviese en paz y en justicia aquella tierra, y que el gobernador tenía por bien, después de haberlo nombrado, venir ante Su Majestad a dar cuenta de todo lo pasado y presente, y los oficiales le respondieron que después que fue preso perdieron la fuerza las provisiones que tenía, y que no podía usar de ellas, y que bastaba la persona que ellos habían puesto; y cada día entraban adonde estaba preso, amenazándole que le habían de dar de puñaladas y cortar la cabeza; y él les dijo que cuando determinasen de hacerlo, les rogaba, y si necesario era les requería de parte de Dios y de Su Majestad, le diesen un religioso o clérigo que le confesase; y ellos respondieron que si le habían de dar confesor, había de ser a Francisco de Andrada o a otro vizcaíno, clérigos, que eran los principales de su comunidad, y que si no se quería confesar con ninguno de ellos, que no le habían de dar otro ninguno, porque a todos los tenían por sus enemigos, y muy amigos suyos; y ansí, habían tenido presos a Antón de Escalera y a Rodrigo de Herrera y a Luis de Miranda, clérigos, porque les habían dicho y decían que había sido muy gran mal, y cosa muy mal hecha contra el servicio de Dios y de Su Majestad, y gran perdición de la tierra en prenderle, y a Luis de Miranda, clérigo, tuvieron preso con el alcalde mayor más de ocho meses donde no vio sol ni luna, y con sus guardas; y nunca quisieron ni consintieron que le entrasen a confesar otro religioso ninguno, sino los sobredichos; y porque un Antón Bravo, hombre hijodalgo y de edad de diez y ocho años, dijo un día que él daría forma como el gobernador fuese suelto de la prisión, los oficiales y Domingo de Irala le prendieron y dieron luego tormento; y por tener ocasión de molestar y castigar a otros a quien tenían odio, le dijeron que le soltarían libremente con tanto que hiciese culpados a muchos que en su confesión le hicieron declarar; y ansí, los prendieron a todos y los desarmaron, y al Antón Bravo le dieron cien azotes públicamente por las calles, con voz de traidor, diciendo que lo había sido contra Su Majestad porque quería soltar de la prisión al gobernador. CAPÍTULO LXXX De cómo atormentaron a los que no eran de su opinión Sobre esta causa dieron tormentos muy crueles a otras muchas personas para saber y descubrir si se daba orden y trataban entre ellos de sacar de la prisión al gobernador, y qué personas eran, y de qué manera lo concertaban, o si se hacían minas debajo de tierra; y muchos quedaron lisiados de las piernas y brazos de los tormentos; y porque en algunas partes por las paredes del pueblo escrebían letras que decían: Por tu rey y por tu ley morirás, los oficiales y Domingo de Irala y sus justicias hacían informaciones para saber quién lo había escrito, y jurando y amenazando que si lo sabían que lo habían de castigar a quien tales palabras escribía, y sobre ello prendieron a muchos y dieron tormento. CAPÍTULO LXXXI Cómo quisieron matar a un regidor porque les hizo un requerimiento Estando las cosas en el estado que dicho tengo, un Pedro de Molina, natural de Guadix y regidor de aquella ciudad, visto los grandes daños, alborotos y escándalos que en la tierra había, se determinó por el servicio de Su Majestad de entrar dentro en la palizada, a do estaban los oficiales y Domingo de Irala; y en presencia de todos, quitado el bonete, dijo a Martín de Ure, escribano, que estaba presente, que leyese a los oficiales aquel requerimiento para que cesasen los males y muertes y daños que en la tierra había por la prisión del gobernador, que lo sacasen de ella, y lo soltasen, porque con ello, cesaría todo; y si no quisiesen sacarle, le diesen lugar a que diese poder a quien él quisiese para que, en nombre de Su Majestad, gobernase la provincia, y la tuviese en paz y en justicia. Dando el requerimiento al escribano, rehusaba de tomallo, por estar delante todos aquellos, y al fin lo tomó, y dijo al Pedro de Molina que si quería que lo leyese, que le pagase sus derechos; y Pedro de Molina sacó la espada que tenía en la cinta, y diósela, la cual no quiso, diciendo que él no tomaba espada por prenda; el dicho Pedro de Molina se quitó una caperuza montera, y se la dio y le dijo: «Leedlo, que no tengo otra mejor prenda.» El Martín de Ure tomó la caperuza y el requerimiento, y dio con ello en el suelo a sus pies, diciendo que no lo quería notificar a aquellos señores; y luego se levantó Garci-Vanegas, teniente de tesorero, y dijo al Pedro de Molina muchas palabras afrentosas y vergonzosas, diciéndole que estaba por le hacer matar a palos, y que esto era lo que merescía por osar decir aquellas palabras que decía; y con esto, Pedro de Molina se salió, quitándose su bonete (que no fue poco salir de entre ellos sin hacerle mucho mal). CAPÍTULO LXXXII Cómo dieron licencia los alzados a los indios que comiesen carne humana Para valerse los oficiales y Domingo de Irala con los indios naturales de la tierra, les dieron licencia para que matasen y comiesen a los indios enemigos de ellos, y a muchos de éstos, a quien dieron licencia, eran cristianos nuevamente convertidos, y por hacellos que no se fuesen de la tierra y les ayudasen; cosa tan contra el servicio de Dios y de Su Majestad, y tan aborrecible a todos cuantos lo oyeron; y dijéronles más, que el gobernador era malo, y que por ello no les consentía matar y comer a sus enemigos, y que por esta causa le habían preso, y que agora, que ellos mandaban, les daban licencia para que lo hiciesen ansí como se lo mandaban; y visto los oficiales y Domingo de Irala que, con todo lo que ellos podían hacer y hacían, que no cesaban los alborotos y escándalos, y que de cada día eran mayores, acordaron de sacar de la provincia al gobernador, y los mismos que lo acordaron se quisieron quedar en ella y no venir en estos reinos, y que con sólo echarle de la tierra con algunos de sus amigos se contentaron, lo cual, entendido por los que le favorescían, entre ellos hobo muy gran escándalo, diciendo que, pues los oficiales habían hecho entender que habían podido prenderle, y les habían dicho que vernían con el gobernador a dar cuenta a Su Majestad, que habían de venir, aunque no quisiesen, a dar cuenta de lo que habían hecho; y ansí, se hobieron de concertar que los dos de los oficiales viniesen con él, y los otros dos se quedasen en la tierra; y para traerle alzaron uno de los bergantines que el gobernador había hecho para el descubrimiento de la tierra y conquista de la provincia; y de esta causa había muy grandes alborotos y mayores alteraciones, por el gran descontento que la gente tenía de ver que le querían ausentar de la tierra. Los oficiales acordaron de prender a los más principales y a quien la gente más acudía, y sabido por ellos, andaban siempre sobre aviso, y no los osaban prender, y se concertaron por intercesión del gobernador, porque los oficiales le rogaron que se lo enviase a mandar, y cesasen los escándalos y diesen su fe y palabra de no sacarle de la prisión, y que los oficiales y la justicia que tenían puesta prometían de no prender a ninguna persona ni hacerle ningún agravio; y que soltarían los que tenían presos, y ansí lo juraron y prometieron, con tanto que, porque había tanto tiempo que le tenían preso y ninguna persona le había visto, y tenían sospecha y se recelaban que le habían muerto secretamente, dejasen entrar en la prisión donde el gobernador estaba dos religiosos y dos caballeros para que le viesen y pudiesen certificar a la gente que estaba vivo; y los oficiales prometieron de lo cumplir dentro de tres o cuatro días antes que le embarcasen, lo cual no cumplieron CAPÍTULO LXXXIII De cómo habían de escrebir a Su Majestad y enviar la relación Cuando esto pasó, dieron muchas minutas los oficiales para que por ellas escribiesen a estos reinos contra el gobernador, para ponerle mal con todos, y ansí las escribieron, y para dar color a sus delitos, escribieron cosas que nunca pasaron ni fueron verdad; y al tiempo que se adobaba y fornesía el bergantín en que le habían de traer, los carpinteros y amigos hicieron con ellos que con todo el secreto del mundo cavasen un madero tan grueso como el muslo, que tenía tres palmos, y en este grueso le metieron un proceso de una información general que el gobernador había hecho para enviar a Su Majestad, y otras escripturas que sus amigos habían escapado cuando le prendieron, que le importaban; y ansí, las tomaron y envolvieron en un encerado, y le enclavaron el madero en la popa del bergantín con seis clavos en la cabeza y pie, y decían los carpinteros que habían puesto aquello allí para fortificar el bergantín, y venía tan secreto, que todo el mundo no lo podía alcanzar a saber, y dio el carpintero el aviso de esto a un marinero que venía en él, para que, en llegando a tierra de promisión, se aprovechase de ello; y estando concertado que le habían de dejar ver antes que lo embarcasen, el capitán Salazar ni otros ningunos le vieron; antes, una noche, a media noche, vinieron a la prisión con mucha arcabucería, trayendo cada arcabucero tres mechas entre los dedos, por que paresciese que era mucha arcabucería; y ansí entraron en la cámara donde estaba preso el veedor Alonso Cabrera y el factor Pedro Dorantes, y le tomaron por los brazos y le levantaron de la cama con los grillos, como estaba muy malo, casi la candela en la mano, y ansí le sacaron hasta la puerta de la calle; y como vio el cielo (que hasta entonces no lo había visto), rogóles que le dejasen dar gracias a Dios; y como se levantó, que estaba de rodillas, trujéronle allí dos soldados de buenas fuerzas para que lo llevasen en los brazos a le embarcar, porque estaba muy flaco y tollido; y como le tomaron, y se vio entre aquella gente, díjoles: «Señores, sed testigos que dejo por mi lugarteniente al capitán Juan de Salazar de Espinosa, para que por mí, y en nombre de Su Majestad, tenga esta tierra en paz y justicia hasta que Su Majestad provea lo que más servido sea.» Y como acabó de decir esto, Garci-Vanegas, teniente de tesorero, arremetió con un puñal en la mano, diciendo: «No creo en tal, si al Rey mentáis, si no os saco el alma», y aunque el gobernador estaba avisado que no lo dijese en aquel tiempo, porque estaban determinados de le matar, porque era palabra muy escandalosa para ellos y para los que de parte de Su Majestad le tirasen de sus manos, porque estaban todos en la calle; y apartándose Garci- Vanegas un poco, tornó a decir las mismas palabras; y entonces Garci-Vanegas arremetió al gobernador con mucha furia, y púsole el puñal a la sien, diciendo: «No creo en tal (como de antes), si no os doy de puñaladas», y dióle en la sien una herida pequeña; y dio con los que le llevaban en los brazos tal rempujón, que dieron con el gobernador y con ellos en el suelo, y el uno de ellos perdió la gorra; y como pasó esto, le llevaron con toda priesa a embarcar al bergantín; y ansí, le cerraron con tablas la popa de él; y estando allí, le echaron dos candados que no le dejaban lugar para rodearse, y ansí se hicieron al largo el río abajo. Dos días después de embarcado el gobernador, ido el río abajo, Domingo de Irala y el contador Felipe de Cáceres y el factor Pedro Dorantes juntaron sus amigos y dieron en la casa del capitán Salazar, y lo prendieron a él y a Pedro de Estopiñán Cabeza de Vaca, y los echaron prisioneros y metieron en un bergantín, y vinieron el río abajo hasta que llegaron al bergantín a do venía el gobernador, y con él vinieron presos a Castilla; y es cierto que si el capitán Salazar quisiera, el gobernador no fuera preso, ni menos pudieran sacallo de la tierra ni traello a Castilla; mas, como quedaba por teniente, desimulólo todo; y viniendo ansí, rogó a los oficiales que le dejasen traer dos criados suyos para que le sirviesen por el camino y le hiciesen de comer, y ansí, metieron los dos criados, no para que le sirviesen, sino para que viniesen bogando cuatrocientas leguas el río abajo, y no hallaban hombre que quisiese venir a traerle, y a unos traían por fuerza, y otros se venían huyendo por la tierra adentro, a los cuales tomaron sus haciendas, las cuales daban a los que traían por fuerza, y en este camino los oficiales hacían una maldad muy grande, y era que, al tiempo que le prendieron, otro día y otros tres andaban diciendo a la gente de su parcialidad y otros amigos suyos mil males del gobernador, y al cabo les decían: «¿Qué os parece? ¿Hecimos bien por vuestro provecho y servicio de Su Majestad? Y pues ansí es, por amor de mí que echéis una firma aquí al cabo de este papel.» Y de esta manera hinchieron cuatro manos de papel, y viniendo el río abajo, ellos mesmos decían y escribían los dichos contra el gobernador, y quedaban los que lo firmaron trecientas leguas el río arriba en la ciudad de la Ascensión; y de esta manera fueron las informaciones que enviaron contra el gobernador. CAPÍTULO LXXXIV Cómo dieron rejalgar tres veces al gobernador viniendo en este camino Viniendo el río abajo mandaron los oficiales a un Machín, vizcaíno, que le guisase de comer al gobernador, y después de guisado lo diese a un Lope Duarte, aliados de los oficiales y de Domingo de Irala, y culpados como todos los otros que le prendieron, y venía por solicitador de Domingo de Irala, y para hacer sus negocios acá; y viniendo ansí debajo de la guarda y amparo de éstos, le dieron tres veces rejalgar; y para remedio de esto traía consigo una botija de aceite y un pedazo de unicornio, y cuando sentía algo se aprovechaba de estos remedios de día y de noche con muy gran trabajo y grandes gómitos, y plugo a Dios que escapó de ellos; y otro día rogó a los oficiales que le traían, que eran Alonso Cabrera y Garci-Vanegas, que le dejasen guisar de comer a sus criados, porque de ninguna mano de otra persona no lo había de tomar. Y ellos le respondieron que lo había de tomar y de comer de la mano que se lo daba, porque de otra ninguna no habían de consentir que se lo diese, que a ellos no se les daba nada que se mueriese; y ansí, estuvo de aquella vez algunos días sin comer nada, hasta que la necesidad le constriñó que pasase por lo que ellos querían. Habían prometido a muchas personas de los traer en la carabela que deshicieron, a estos reinos, por que les favoreciesen en la prisión del gobernador y no fuesen contra ellos, especial a un Francisco de Paredes, de Burgos, y fray Juan de Salazar, fraile de la orden de nuestra Señora de la Merced. Ansimesmo traían preso a Luis de Miranda, y a Pedro Hernández, y al capitán Salazar de Espinosa y a Pedro Vaca. Y llegados el río abajo a las islas de Sant Gabriel, no quisieron traer en el bergantín a Francisco de Paredes ni a fray Juan de Salazar, porque éstos no favoreciesen al gobernador acá y dijesen la verdad de lo que pasaba; y por miedo de esto los hicieron tornar a embarcar en los bergantines que volvían el río arriba a la Ascensión, habiendo vendido sus casas y haciendas por mucho menos de lo que valían cuando los hicieron embarcar; y decían y hacían tantas exclamaciones que era la mayor lástima del mundo oíllos. Aquí quitaron al gobernador sus criados, que hasta allí le habían seguido y remado, que fue la cosa que él más sintió ni que más pena le diese en todo lo que había pasado en su vida, y ellos no lo sintieron menos; y allí en la isla de Sant Gabriel estuvieron dos días, y al cabo de ellos partieron para la Ascensión los unos, y los otros para España; y después de vueltos los bergantines, en el que traían al gobernador, que era de hasta once bancos, venían veinte y siete personas por todos; siguieron su viaje el río abajo hasta que salieron a la mar, y dende que a ella salieron les tomó una tormenta que hinchió todo el bergantín de agua, y perdieron todos los bastimentos, que no pudieron escapar de ellos sino una poca de harina y una poca de manteca de puerco y de pescado, y una poca de agua, y estuvieron a punto de perescer ahogados. Los oficiales que traían preso al gobernador les paresció que por el agravio y sinjusticia que le habían hecho y hacían en le traer preso y aherrojado era Dios servido de dalles aquella tormenta tan grande, determinaron de le soltar y quitar las prisiones, y con este presupuesto se las quitaron, y fue Alonso Cabrera, el veedor, el que se las limó, y él y Garci-Vanegas le besaron el pie, aunque él no quiso, y dijeron públicamente que ellos conoscían y confesaban que Dios les había dado aquellos cuatro días de tormenta por los agravios y sinjusticias que le habían hecho sin razón, y que ellos manifestaban que le habían hecho muchos agravios y sinjusticias, y que era mentira y falsedad todo lo que habían dicho y depuesto contra él, y que para ello habían hecho hacer dos mil juramentos falsos, por malicia y por envidia que de él tenían porque en tres días había descubierto la tierra y caminos de ella, lo que no habían podido hacer en doce años que ellos había que estaban en ella; y que le rogaban y pedían por amor de Dios que les perdonase y les prometiese que no daría aviso a Su Majestad de cómo ellos le habían preso; y acabado de soltarle, cesó el agua y viento y tormenta, que había cuatro días que no había escampado; y ansí, venimos en el bergantín dos mil y quinientas leguas por golfo, navegando sin ver tierra, más del agua y el cielo, y no comiendo más de una tortilla de harina frita con una poca de manteca y agua, y deshacían el bergantín a veces para hacer de comer aquella tortilla de harina que comían, y de esta manera venimos con mucho trabajo hasta llegar a las islas de los Azores, que son del serenísimo rey de Portugal, y tardamos en el viaje hasta venir allí tres meses; y no fuera tanta la hambre y necesidad que pasamos si los que traían preso al gobernador osaran tocar en la costa del Brasil o irse a la isla de Santo Domingo, que es en las Indias, lo cual no osaron hacer, como hombres culpados y que venían huyendo, y que temían que llegados a una de las tierras que dicho tengo los prendieran y hicieran justicia de ellos como hombres que iban alzados, y habían sido aleves contra su rey, y temiendo esto, no habían querido tomar tierra; y al tiempo que llegamos a los Azores, los oficiales que le traían, con pasiones que traían entre ellos, se dividieron y vinieron cada uno por su parte, y se embarcaron divididos, y primero que se embarcasen intentaban que la justicia de Angla prendiese al gobernador y lo detuviese por que no viniese a dar cuenta a Su Majestad de los delitos y desacatos que en aquella tierra habían hecho, diciendo que al tiempo que pasó por las islas de Cabo Verde había robado la tierra y puerto. Oído por el corregidor, les dijo que se fuesen, porque su rey no era home que ninguen osase pensar en iso, ni tenía a tan mal recado suos portos para que ningún osase o facer. Y visto que no bastó su malicia para le detener, ellos se embarcaron y se vinieron para estos reinos de Castilla, y llegaron a ella ocho o diez días primero que el gobernador, porque con tiempos contrarios se detuvo en éstos; y llegados ellos primero que el gobernador a la corte llegase, publicaban que se había ido al rey de Portugal para darle aviso de aquellas partes, y dende a pocos días llegó a esta corte. Como fue llegado, la propia noche desaparecieron los delincuentes y se fueron a Madrid, a do esperaron que la corte fuese allí, como fue; y en este tiempo murió el obispo de Cuenca, que presidía en el Consejo de las Indias, el cual tenía deseo y voluntad de castigar aquel delito y desacato que contra Su Majestad se había hecho en aquella tierra. Dende a pocos días después de haber estado presos ellos, y el gobernador igualmente, y sueltos sobre fianzas que no saldrían de la corte, Garci-Vanegas, que era el uno de los que le habían traído y preso, murió muerte desastrada y súpita, que le saltaron los ojos de la cara, sin poder manifestar ni declarar la verdad de lo pasado; y Alonso Cabrera, veedor, su compañero, perdió el juicio, y estando sin él mató a su mujer en Lora; murieron súpita y desastradamente los frailes que fueron en los escándalos y levantamiento contra el gobernador; que paresce manifestarse la poca culpa que el gobernador ha tenido en ello; y después de le haber tenido preso y detenido en la corte ocho años, le dieron por libre y quito; y por algunas causas que le movieron, le quitaron la gobernación, porque sus contrarios decían que si volvía a la tierra, que por castigar a los culpados habría escándalos y alteraciones en la tierra; y ansí, se la quitaron, con todo lo demás, sin haberle dado recompensa de lo mucho que gastó en el servicio que hizo en la ir a socorrer y descubrir.